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Se sabe que las minas de carbón son especialmente peligrosas por el gas metano –gas grisú– que se encuentra asociado a las mismas. Si este gas alcanza una determinada concentración puede sobrevenir una explosión. Para evitar esto las minas tienen que estar adecuadamente ventiladas, lo que supuestamente no habría sido el caso en la explosión del pasado martes.
A pesar de los peligros a los que se exponen, los mineros acceden a trabajar en las minas de “pocito” porque, en primer lugar, no disponen en la localidad de fuentes de trabajo y, en segundo lugar, porque aparentemente reciben un pago más alto que los trabajadores de otras minas menos rústicas.
El carbón fue la fuente de energía que posibilitó la revolución industrial en la Inglaterra de finales del siglo XVIII. Constituyó, además, el principal energético que impulsó a lo largo del siglo XIX la expansión industrial en Europa y Norteamérica. Hoy en día, aunque las fuentes de energía se han diversificado, el carbón sigue siendo uno de los energéticos más importantes. Tenemos, por ejemplo, que el 40% del total de energía eléctrica generada a nivel mundial proviene de la combustión del carbón.
El carbón como fuente de energía, sin embargo, tiene mala fama. Se sabe, por ejemplo, que su combustión genera más bióxido de carbono –principal causante del calentamiento global– que otros combustibles como el gas y el petróleo. Puede, además, generar bióxido de azufre –responsable de la lluvia ácida–, así como contaminación con residuos tóxicos como el mercurio.
Se ha reportado incluso que alrededor de las plantas carbo-eléctricas los niveles de radiación pueden ser más altos que en las inmediaciones de una planta nuclear –en condiciones normales de operación, por supuesto–. Esta radiación –que no representaría un problema de salud pública por lo débil de la misma– provendría de trazas de los elementos químicos radiactivos uranio y torio presentes en las cenizas resultantes de la combustión del carbón.
No obstante su mala fama, sin embargo, el carbón tiene gran importancia estratégica para países como los Estados Unidos, que cuenta con el 25% de las reservas a nivel mundial y China, que es el principal productor y consumidor de carbón. Para algunos otros países como Polonia y Sudáfrica, más del 90% de la electricidad que consumen proviene del carbón.
En México la contribución del carbón a la generación de electricidad es relativamente baja, constituyendo menos de 10% del total. Este hecho se explica porque las reservas carboníferas de nuestro País –localizadas fundamentalmente en Coahuila– son relativamente pequeñas, constituyendo alrededor del 0.15 % de total mundial. El consumo de carbón en México, sin embargo, está aumentando mediante su importación. La Comisión Federal de Electricidad tiene, además, planes para la construcción de nuevas plantas de energía que operarán con carbón importado. Esto último ha recibido críticas de parte de grupos ecologistas, que consideran va en contra de las políticas del gobierno federal para reducir la emisión de gases de invernadero en México.
Parece difícil, sin embargo, que el carbón disminuya su papel en la generación de energía a nivel mundial en un futuro inmediato. Por el contrario, posiblemente aumente en la medida en que se agoten los hidrocarburos y sea necesario buscarles un sustituto, que bien podría ser el carbón. En este sentido hay que hacer notar que se estima que las reservas de mundiales de este mineral durarán más de cien años a la tasa de consumo actual. Habría también que tomar en cuenta los problemas que está experimentando en el Japón la energía nuclear –presentada frecuentemente como una opción “no contaminante” para sustituir a los combustibles fósiles– que podrían frenar su expansión en muchos países.
En el caso de nuestro País, –que no cuenta con reservas sustanciales de carbón– una vez que se nos agote el petróleo nos convertiremos en importadores de energéticos–¿carbón?–, como de hecho ya lo estamos haciendo para generar electricidad.
Nuestra necesidad de carbón, sin embargo, no puede justificar la operación en Coahuila de minas trasladadas –como en una máquina del tiempo– cien años desde el pasado.
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San Luis Potosí
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