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El 17 de febrero de 1600 fue quemado vivo Giordano Bruno en la plaza romana Campo dei Fiori, acusado de herejía por la Inquisición romana. Una estatua de Bruno, erigida en 1889 en dicha plaza, conmemora el acontecimiento. Bruno fue un personaje singular y controvertido que hablaba, entre muchos otros temas, de la existencia de una multiplicidad de mundos, de los cuales la Tierra era solo un ejemplo. Si bien se asume que esta idea no fue la que ocasionó su condena, sí es por la que más se le recuerda, pues corresponde, en cierta medida, a los conceptos de la cosmología moderna. Así, pedimos a ChatGPT que elaborara un texto con un diálogo entre Bruno y un astrofísico para situar su pensamiento en el contexto actual.

El chat sitúa la conversación en un observatorio astronómico, inundado con una luz tenue, y “lleno de pantallas que muestran galaxias, nebulosas y datos de exoplanetas”. Giordano Bruno -revivido del siglo XVI- se encuentra ante una imagen del telescopio Hubble que le causa asombro: “¿Así que este es el cielo revelado? Cuando hablé de mundos infinitos, lo soñé con fe, no con prueba. Y sin embargo… ¡mirad! Aquí la infinitud me devuelve la mirada, ya no como herejía, sino como fotografía”. A esto, el astrofísico contesta: “Sí, maestro Bruno. Cada punto que ve no es una estrella, sino una galaxia: miles de millones de soles, cada uno, quizá con sus propios mundos”. Sonriendo suavemente, Bruno añade: “Entonces el fuego que me consumió se ha vuelto la luz que llena vuestras lentes. La prisión del firmamento ha sido rota, y el universo respira, como dije debía hacerlo: sin borde ni centro. A lo que responde el astrofísico: “Su visión fue peligrosa porque hizo al ser humano pequeño. Hoy la llamamos el principio copernicano: no somos especiales, no ocupamos el centro. Hemos confirmado miles de exoplanetas, y sospechamos que muchos podrían albergar vida”.

De acuerdo con los astrónomos, a simple vista podemos ver unas 2,500 estrellas, que son una fracción extremadamente pequeña de todas las estrellas en nuestra galaxia, que podría contener 100,000-400,000 millones de estrellas. De estas, 20,000-30,000 millones serían de tipo solar y podrían contar con planetas rocosos como la Tierra. En estas circunstancias, los especialistas estiman que en nuestra galaxia hay mil millones de planetas potencialmente habitables, un diez por ciento de los cuales podría albergar una civilización inteligente.

En estas circunstancias, una pregunta que se han hecho los científicos por largo tiempo es: dado el inmenso número de planetas capaces de albergar una civilización inteligente ¿por qué no hemos tenido ningún contacto con extraterrestres? Esta aparente contradicción es conocida como la paradoja de Fermi, en alusión a Enrico Fermi, el físico italiano, responsable del desarrollo del primer reactor nuclear de la historia en 1942.

Un artículo depositado en el sitio arXiv, en espera de su revisión por otros científicos, intenta resolver la paradoja. Dicho artículo, que tiene como autor a Robin Corbet, de la Universidad de Maryland, invoca lo que llama principio de “mundanidad radical”, para explicar la ausencia de contactos con civilizaciones extraterrestres. Dicho principio establece que nuestra galaxia alberga solamente un número modesto de civilizaciones inteligentes que, o bien no han alcanzado un nivel tecnológico suficientemente alto para llevar a cabo proyectos de ingeniería estelar, o bien no han tenido la motivación necesaria para llevarlos a cabo. El principio de mundanidad radical también implica que nuestra civilización no es única, pues si así fuera correspondería a una situación extraordinaria y de ninguna manera mundana.

El principio de mundanidad radical es, por supuesto, solamente una hipótesis, y Corbet considera las consecuencias de que no fuera válida. Así, si hubiera muchas civilizaciones con un alto nivel tecnológico, la paradoja de Fermi sería efectivamente una paradoja y habría que buscarle una explicación. Si hubiera unas pocas civilizaciones con un alto nivel de desarrollo tecnológico, habría una gran motivación para que una civilización aislada busque hacer contactos, por ejemplo, por medio de un faro de radiación para anunciar su existencia. Esto no ha ocurrido y. por tanto, alimenta la paradoja.

Si hubiese muchas civilizaciones con un nivel tecnológico modesto, esperaríamos que hubieran establecido comunicación, dada su cercanía mutua. Por otro lado, muy pocas civilizaciones con un nivel modesto de tecnología explicarán la ausencia de contactos, pero esto va en contra de la suposición de mundanidad.

Así, según Corbet, el principio de mundanidad es una hipótesis plausible para explicar la falta de noticias de nuestros potenciales vecinos estelares, quienes no han podido, o no han tenido el suficiente interés para establecer comunicación, a pesar de los esfuerzos que hemos realizado en las últimas décadas para escucharlos.

De un modo u otro, y en reconocimiento a Giordano Bruno, la hipótesis de que nuestra civilización se desarrolló como un proceso mundano y no extraordinario, es sólida. De hecho, Corbet afirma que es posible que no pase mucho tiempo antes de que tengamos noticias desde las estrellas.

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