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El 17 de noviembre de 1944, poco después de haber sido elegido para un cuarto periodo como presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt envió una carta a Vannevar Bush, director de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico, en la que le hacía saber su interés en que la experiencia adquirida durante la guerra en la aplicación del conocimiento científico a la solución de problemas de interés militar pudiera ser usada en tiempos de paz. Habría que recordar que la oficina de Vannevar Bush dirigió el Proyecto Manhattan que desarrolló las bombas atómicas que fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.
En su carta a Bush el presidente Roosevelt expresó: “La información, las técnicas y la experiencia de investigación desarrollada por la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico y por los miles de científicos de las universidades y de la industria privada deberían utilizarse en los próximos días de paz para mejorar la salud nacional, y para crear nuevas empresas que generen nuevos empleos y mejoren el entorno nacional y el nivel de vida”. Entre otras cosas, Roosevelt preguntó a Bush: “¿Se puede proponer un programa eficaz para descubrir y desarrollar el talento científico en la juventud estadounidense de modo que el futuro de la investigación científica en este país pueda garantizarse a un nivel comparable a lo que se ha hecho durante la guerra?”.
Roosevelt murió en abril de 1945 y no tuvo oportunidad de recibir la contestación de Bush. La recibió en cambio Harry S. Truman en julio de 1945, una vez finalizada la guerra en Europa. Para la ocasión, Bush redactó el famoso documento: “Ciencia, la frontera sin límites”, en el que expone sus puntos de vista sobre la importancia de fomentar a la ciencia básica como fuente de nuevos conocimientos, que a su vez resulten en nuevas aplicaciones tecnológicas y un mayor bienestar para el pueblo norteamericano. Escribe Bush: “Una de nuestras esperanzas es que después de la guerra haya pleno empleo. Para alcanzar ese objetivo se deben liberar todas las energías creativas y productivas del pueblo estadounidense. Para crear más empleos debemos fabricar nuevos productos, mejores y más baratos. Queremos muchas empresas nuevas y vigorosas. Pero los nuevos productos y procesos no nacen completamente desarrollados. Se basan en nuevos principios y nuevas concepciones que a su vez resultan de la investigación científica básica”.
Prosigue Bush: “Primero, debemos tener muchos hombres y mujeres formadas en la ciencia, porque de ellas depende tanto la creación de nuevos conocimientos y su aplicación a fines prácticos. En segundo lugar, debemos fortalecer los centros de investigación básica que son principalmente los colegios, universidades, e institutos de investigación.”.
Las recomendaciones de Bush llevaron a la creación en 1950 de la Fundación Nacional de Ciencias con la misión de impulsar la investigación científica en universidades y centros de investigación. Esto ha tenido una enorme trascendencia en el desarrollo de la investigación universitaria.
En efecto, en un artículo publicado el pasado 14 de febrero en el sitio de Internet “Not Alone”, Robert Brown, presidente emérito de la Universidad de Boston, hace coincidir el nacimiento de las universidades de Investigación en los Estados Unidos con la creación de la Fundación Nacional de Ciencias. Actualmente, 187 universidades norteamericanas están clasificadas por la “Carnegie Institution” en la categoría R1 de “Universidades doctorales con una muy alta actividad de investigación”. Además de este asombroso número, el sistema universitario de investigación norteamericano ejerce la también asombrosa cantidad de 97,000 millones de dólares, de los cuales 54,000 son fondos federales.
Son obstante, como discute Brown, el sistema universitario de investigación en los Estados Unidos enfrenta problemas: “En primer lugar, el lento crecimiento del apoyo federal a la investigación desde la crisis financiera mundial de 2008-2009 no ha seguido el ritmo de la demanda, mientras que el costo de la investigación ha aumentado…. Si a esto le sumamos los salarios más altos y la menor carga docente necesarios para atraer y retener a los mejores investigadores, podemos llegar a un punto en el que muchas universidades de investigación se vuelvan financieramente insostenibles”.
Esto ha llevado a Brown a preguntarse si las universidades de investigación norteamericanas llegarán a cumplir 100 años de edad. En este sentido, escribe como nota final: “Cuando se redactó este ensayo, nunca imaginé el daño precipitado que podrían causar cambios políticos irreflexivos, como la retirada del apoyo federal la semana pasada al exigir un límite al reembolso de los costos administrativos y de instalaciones por parte de los Institutos Nacionales de Salud. Esta medida devastaría de un solo golpe las universidades de investigación y esencialmente arrojaría la toalla sobre el liderazgo estadounidense en ciencia y tecnología. Puede que no se trate de que las universidades de investigación sobrevivan otros 25 años; todo lo que hemos estado construyendo podría deshacerse en menos de 25 días”.
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