Hogar, dulce hogar

A propósito del Año Nuevo



Está ya por iniciar el 2019 y con esto no faltarán los buenos propósitos para el nuevo año, incluyendo los de bajar de peso, hacer más ejercicio, dejar de fumar o beber, y ahorrar dinero. Llevar estos propósitos a buen fin, lo que requiere de una gran fuerza de voluntad, nos acarrearía sin duda grandes beneficios.

Por otro lado, es posible que la víspera del año nuevo no sea el mejor momento para enunciar nuestros propósitos de mejora, so pena de lucir poco convincentes. Por ejemplo, si nuestra intención es bajar algunos kilos de peso, la mejor muestra de que nuestro deseo es sincero es moderar la ingesta de alimentos durante el llamado puente Guadalupe-Reyes. De la misma manera, si nuestro propósito es el de ahorrar dinero, deberíamos moderar nuestros gastos durante las fiesta decembrinas. Habida cuenta de la dificultad de alcanzar metas de este tipo, se concluye que posiblemente debamos esperar algunos días para diseñar nuestros planes de mejora.

Después de todo, hay que tomar en cuenta que la fecha de inicio del nuevo año es una convención que no tiene una base firme, por decir astronómica. El ciclo anual de 365 días y algo más tiene, ciertamente, una base astronómica y corresponde al periodo de rotación de la Tierra alrededor del Sol; el inicio de dicho ciclo, en contraste, es una convención que varía de cultura a cultura. Así, reconociendo que la fecha para el inicio del año nuevo es relativa, no una hay razón de peso para esperar al año nuevo con el fin de iniciar una mejora en nuestro estilo de vida, la cual podríamos empezar en cualquier momento.

Habría que reconocer, no obstante, que damos una gran importancia a nuestras convenciones, mismas que terminamos por creer poseen una base más firme que la que en realidad tienen. En los años previos al fin del primer milenio de nuestra era, por ejemplo, se pronosticó que el fin del mundo llegaría en el año 1000 d.C., lo que habría provocado una gran consternación entre la población de Europa. Si bien se considera que esto último es una exageración producto de siglo XIX –pues, con excepciones, la población de Europa no tenía noción del año en que vivía–, de un modo u otro se le adjudicó al año 1000 d.C. una importancia que no tenía. Y lo mismo sucedió con el año 2000 d.C., para el que también se anticiparon desastres a nivel global de diferentes tipos.

Los cierto es que los desastres predichos no ocurrieron, y esto se podría haber anticipado recurriendo al sentido común –al menos desde una perspectiva moderna–. En efecto, buena parte del mundo se rige por el calendario gregoriano, impuesto por el papa Gregorio XIII en 1582 en sustitución del calendario juliano. El calendario juliano asumía que un año constaba de 365.25 días y que el ciclo anual comenzaba el 1 de enero. Para simplificar, dicho calendario consideró años de 365 días, intercalando un año de 366 días –año bisiesto– cada cuatro años. El número de días que en realidad tiene una año, sin embargo, es ligeramente menor que el asumido por el calendario juliano y esto ocasionó que el mismo produjera un desfase de 10 días con respecto a la fecha astronómica. Para corregir este desfase, el calendario gregoriano adelantó diez días de modo que al jueves 4 de octubre de 1582 del calendario juliano le sucedió el viernes 15 de octubre de 1582 en el calendario gregoriano. De manera adicional, y con el objetivo de prevenir futuros desfases, se eliminaron los años bisiestos que son múltiplos de 100 –por ejemplo, 1500 y 1700– con la excepción de los años múltiplos de 400 –por ejemplo, 1600 y 2000–. Aun así, habría que hacer un ajuste de un día cada 3,300 años.

De lo anterior es claro que la fecha de inicio de un año gregoriano y el año mismo depende de convenciones y de reglas artificiales que se establecieron en un determinado momento. No podríamos así esperar, pues sería demasiado pretencioso de nuestra parte, que tal o cual fecha o año tenga características especiales tan solo por decisión nuestra.

Y dicho esto, podemos intentar hacer justicia al venidero año de 2019. Sucede que este año es aparentemente uno del montón, sin características dignas de hacer notar. Es decir, no es un año con el que termine o empiece un siglo; y ni siquiera una década. No es tampoco un año con una combinación de dígitos vistosa –por ejemplo, 1999–. Igualmente, no es un año primo –un número primo es aquel que no tiene como divisores más que a sí mismo o la unidad– como lo fueron 2011 y 2017. La falta de méritos de 2019, sin embargo, es solo aparente, pues, convenciones aparte, todos los años son exactamente equivalentes.

Al margen de estas profundas consideraciones, 2019 sí es para nosotros y en estos momentos un año especial, por la sencilla razón de que es el que está por llegar. Y para el cual muchos de nosotros tendremos propósitos de enmienda, los cuales, no obstante y según las estadísticas, caerán en el olvido en un 80 por ciento más temprano que tarde.

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