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En 2009, un grupo de especialistas encabezado por Johan Rockstrom de la Universidad de Estocolmo, propuso nueve fronteras planetarias que no deberíamos de cruzar con el fin de mantener la estabilidad que ha tenido la Tierra en los últimos 10,000 años y que se ha ido perdiendo por diversas actividades humanas. Estas fronteras incluyen procesos de cambio climático, de cambio en el uso de suelo, de pérdida de biodiversidad, de acidificación de los océanos, y del uso de los recursos de agua dulce. Incluye también los flujos de nitrógeno y fósforo, que son esenciales para la agricultura, así como la contaminación atmosférica por aerosoles y ozono, y la contaminación química del medio ambiente.
En septiembre de 2023, un artículo publicado en la revista “Science Advances” por un grupo de investigadores encabezado por Katherine Richardson de la Universidad de Copenhague, estima que seis de estas fronteras han sido ya transgredidas, a saber: el cambio climático, el uso del agua, la deforestación de los bosques, los flujos de fósforo y nitrógeno, la contaminación química, y la pérdida de biodiversidad.
Por otro lado, la transgresión de fronteras planetarias ha estado acompañada por el incremento en la población global, que ha presionado a los recursos del planeta. Según la ONU, la población mundial se incrementó desde unos 2,500 millones de personas en 1950 a más de 8,000 millones en la actualidad, un incremento mayor del 300 por ciento. De la misma manera, la ONU estima que la población global podría superar los 10,000 millones de personas en el año 2080.
En este contexto, se han propuesto soluciones para aliviar los males del planeta que se antojan de ciencia ficción. Así, se ha propuesto relocalizar una parte de la población terrestre en otros planetas, de los cuales el más viable es Marte por su cercanía y cierto parecido con la Tierra. No obstante, aplicando un poco de sentido común, llegaríamos a la conclusión de que dicha posibilidad no es viable y que la propuesta es más propia de novelas de ciencia ficción -independientemente que algunas novelas de este género, como Crónicas Marcianas de Ray Bradbury, son fantásticas como literatura de ficción.
En efecto, Marte es un lugar inhóspito e inhabitable, con una muy tenue atmósfera de dióxido de carbono que no nos permitiría respirar, y con una temperatura ambiental extremadamente baja y con grandes fluctuaciones. Además, al no contar con un campo magnético protector como el de la Tierra, Marte está bombardeado por radiaciones de alta energía incompatibles con la vida. Así, mudarnos a otro planeta no es, al menos por ahora, una opción para aliviar las tribulaciones del planeta.
Afortunadamente, contamos con soluciones más “aterrizadas”. Esto, al menos de acuerdo a un artículo aparecido esta semana en la revista “Nature”, publicado por un grupo de expertos encabezado por Peipei Tian, de Shandong University, en Weihai, China. En dicho artículo, Tian y colaboradores reportan los resultados de un estudio llevado a cabo para determinar el impacto que tienen en las transgresiones planetarias, 201 grupos de consumidores en 168 países. Específicamente, consideraron transgresiones en el cambio climático, en el uso del suelo y del agua, en los flujos de fósforo y nitrógeno, y en la biodiversidad.
De manera poco sorprendente, Tian y colaboradores encuentran que los mayores impactos en las trasgresiones planetarias son ocasionados por los grupos de consumidores más ricos. Así, el 10 por ciento de los consumidores con más recursos son responsables del 43 por ciento de las emisiones de carbón, el 23 por ciento en el cambio de uso del suelo, y el 25 por ciento en el uso de fósforo en fertilizantes. En contraste, el 10 por ciento de consumidores más pobres solo contribuyen de manera marginal a las transgresiones planetarias.
Tian y colaboradores concluyen: “Nuestros hallazgos sugieren que el consumo excesivo por parte de personas de altos ingresos es responsable de presiones ambientales considerables. Reducir el consumo del 10% o 20% de las personas más ricas del mundo puede generar enormes beneficios ambientales, especialmente en los sectores de alimentos y servicios. Nuestros resultados desafían la visión pesimista en el sentido que reducir el consumo requiere un retorno a estilos de vida primitivos. Demuestra, en cambio, que se pueden lograr beneficios ambientales sustanciales moderando el consumo de los ricos”.
Así, de acuerdo con Tian y colaboradores, podemos respirar tranquilos, pues para disminuir los impactos planetarios y mantener habitable nuestro planeta no tendríamos que adoptar el estilo de vida de nuestros antecesores, cientos o miles de años atrás, ni vernos en la necesidad de mudarnos a otro planeta. Faltaría, por supuesto, que los consumidores ricos hagan su parte.
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