El primer laboratorio científico de la historia

Una caja de Pandora



La madrugada del 6 de agosto de 1945 -el próximo jueves se cumplirán 64 años- el bombardero B29 bautizado “Enola Gay” por su capitán Paul Tibbets en honor a su madre, despegó de la pequeña isla de Tinian en el archipiélago de las Marianas, 2,500 kilómetros al sureste del Japón. Enfiló rumbo a la ciudad de Hiroshima en la isla de Honshu, que en esos momentos tenía una población de alrededor de 300,000 habitantes. La misión de Tibbets: hacer explotar sobre Hiroshima la primera bomba nuclear de la historia en ser usada como arma de ataque.

Una vez sobre la ciudad, a una altura de 10,000 metros, el Enola Gay arrojó la bomba y viró bruscamente para alejarse lo más rápido posible de los efectos de la explosión. A 600 metros del suelo -así fue planeado para que causara el mayor daño posible-, la bomba explotó con una fuerza equivalente a 15,000 toneladas de TNT. Como resultado, murieron de 80,000 a 140,000 personas y 100,000 resultaron heridas. Más de dos tercios de lo edificios de la ciudad fueron demolidos y todo, en un radio de 1.5 kilómetros, fue incinerado.

Las muertes se produjeron fundamentalmente por tres causas: 1) por la onda de calor de la explosión, que alcanzó temperaturas de varios miles de grados centígrados al llegar a la ciudad y que incineró a todos aquellos que encontró a su paso; 2) por los muchos fuegos que la onda de calor encendió y que fueron dispersados por la onda expansiva que le siguió, derivando en un incendio generalizado que devoró todo en un área de 7 kilómetros cuadrados, y 3) por efectos de la radiación de alta energía producto de la reacción nuclear. Mientras que las dos primeras causas de muerte ocurren también con bombas convencionales -si bien en Hiroshima se presentaron en una escala nunca antes vista-, la muerte por radiación fue un fenómeno nuevo, que incluso no fue notado durante las primeras horas inmediatamente después de la explosión.

La fuerza liberada en una explosión convencional proviene de la transformación química del material combustible y de los demás elementos participantes. La energía que libera una reacción nuclear, por el contrario, es resultado de la transmutación -el sueño de los alquimistas- de un elemento químico en otros diferentes. En la bomba que explotó sobre Hiroshima, la energía liberada provino de la fragmentación -fisión- de átomos de uranio en átomos más ligeros, lo que originó una bola de fuego de 300 metros de diámetro, con una temperatura en su centro de millones de grados centígrados, que engulló a la ciudad en la medida que se expandió.

El proyecto Manhattan, mediante el cual fue desarrollada la bomba atómica, fue una empresa de gran magnitud que requirió de la capacidad tecnológica de los Estados Unidos y del concurso de algunos de los más prominentes físicos estadounidenses de la época. El éxito de este proyecto hizo evidente, de manera dramática, el poder del método científico empleado de una manera organizada y sistemática. Con este éxito, la ciencia adquirió un lugar de prominencia.

Por otro lado, y quizá porque estamos a más de seis décadas del fin de la Segunda Guerra Mundial, nos es difícil entender como fue que algunos de los más notables científicos de la época pudieron unir esfuerzos para crear algo que sabían podría derivar en algo tan terrible como los bombardeos de Hirsoshima y, tres días después, Nagasaki. Dichos bombardeos han sido justificados por los estadounidenses aduciendo que acortaron la duración de la guerra y evitaron la muerte de cientos de miles de solados norteamericanos y japoneses, que habría ocurrido si la inminente invasión del Japón se hubiera dado. En contra de este argumento, otros sostienen que el Japón no hubiera podido mantener la guerra mucho más tiempo y que, en todo caso, no había necesidad de lanzar bombas atómicas contra la población civil. Hubiera bastado hacer una demostración en despoblado del poder destructivo de las nuevas armas, lo que haría evidente la inutilidad de resistir.

En realidad, aparte de terminar la guerra lo más pronto posible, los militares norteamericanos tenían como objetivo probar las nuevas armas en una situación real. Para esto escogieron cuidadosamente los blancos. Hiroshima fue elegida porque prácticamente no había sido tocada por los bombardeos aéreos, de modo que la destrucción que produciría la bomba sería mejor evaluada. Así, acompañando al Enola Gay, otro bombardero B29 llevó a bordo observadores científicos que realizaron mediciones de los efectos de la explosión.

Hiroshima y Nagasaki fueron víctimas de una tragedia de la que hay que culpar a la guerra en lo abstracto, y en lo concreto a norteamericanos y japoneses por igual. Los aterradores resultados del bombardeo nuclear sobre la población civil han convertido a ambas ciudades en un símbolo de aquellos que abogan por eliminar a la guerra y en particular a las armas nucleares. Esto, sin embargo, pareciera ser una empresa imposible, ya que a partir de 1945 el número de países que poseen arman nucleares se ha ido incrementando paulatinamente, hasta sumar nueve en la actualidad. Tal pareciera que con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki los norteamericanos abrieron una caja de Pandora que no sabemos como revertir.

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