El primer laboratorio científico de la historia

Basura espacial



El pasado miércoles 10 de enero alrededor de las cuatro de la tarde, entre Tulancingo, Hgo. y el pequeño poblado de Ahuazotepec en Puebla –separados por poco más de 20 kilómetros–, se observó una bola de fuego cruzando el cielo a gran velocidad seguida de un estruendo. El evento causó mucha alarma al grado que el día jueves 11 el director de protección civil del Estado de Hidalgo se quejó de llevar 24 horas sin dormir, por el “rumor mediático muy grave” que se generó.

Se pensó inicialmente que se trataba de un meteorito, pero el Ing. Fernando Peña de Tulancingo –promotor de la formación de la Agencia Espacial Méxicana–, citando datos del Departamento de Defensa de los Estados Unidos lo atribuyó al ingreso a la atmósfera de una parte del satélite ruso Cosmos 2421, que se fragmentó en el año de 2008 en cerca de 500 pedazos mayores a 5 centímetros. No se han encontrado, sin embargo, restos del bólido ni se ha descubierto el cráter que habría producido en el punto de impacto. Una explicación definitiva del evento por parte de expertos en la materia queda entonces pendiente.

No sería remoto, sin embargo, que efectivamente se hubiera tratado de la entrada a nuestra atmósfera de un fragmento de un satélite que estuviera ya fuera de operación, y por lo mismo sin control. Desde la puesta en órbita del primer satélite artificial por la Unión Soviética en 1957 –el Sputnik 1– se han lanzado al espacio unos 6000 satélites, de los cuales solamente unos 800 están actualmente en funcionamiento. Hay, de este modo, numerosos satélites fuera de control. Además, durante su permanencia en órbita los satélites en desuso pueden sufrir explosiones o choques con otros satélites, fragmentándose e incrementando considerablemente el número de objetos en órbita y consecuentemente el número de los que reingresan a la atmósfera.

En relación a esto último, se sabe que hay en órbita cerca de 19,000 objetos con un tamaño mayor a 10 centímetros, de los cuales aproximadamente el 50 % se originó en la desintegración de unos 200 satélites. De estos 19,000 cuerpos en órbita, unos 5,000 provienen del choque ocurrido en febrero de 2009 entre el satélite comercial Iridium 33 y el satélite ruso Cosmos 2251, así como de la desintegración intencional del satélite chino Fengyun-1C llevado a cabo en enero de 2007 con propósitos de experimentación.

Los satélites en desuso y los fragmentos que se generan a partir de los mismos constituyen, por definición, basura espacial. El número de objetos catalogados como basura espacial crecerá en el futuro si no se toman medidas para removerlos de su órbita. En efecto, en un estudio reportado en el número de enero de 2010 de la publicación de la NASA “Orbital Derbis” –“Basura Orbital”– se concluye que el número de objetos en órbita con un tamaño mayor a 10 centímetros de incrementaría en los próximos 200 años aún si se suspendieran los lanzamientos de nuevos satélites. La razón de esto es la multiplicación de fragmentos por el choque entre objetos en órbita.

La basura espacial constituye un gran peligro para los satélites activos. Aún pequeños fragmentos de pintura desprendida de las superficies de los satélites puede representar cierto riesgo por las altas velocidades de decenas de miles de kilómetros por hora con que pueden colisionar. La energía de un objeto metálico de 10 centímetros viajando a 30,000 kilómetros por hora, por ejemplo, es equivalente a la energía de un objeto de una tonelada viajando a 2,000 kilómetros por hora.

Es motivo de preocupación que el espacio satelital esté cada vez más contaminado de basura orbital. En ocasiones la contaminación se ha dado incluso sin ninguna justificación. Esto ocurrió, por ejemplo, al inicio de la década de los sesenta, cuando los satélites de comunicación no estaban todavía desarrollados y las comunicaciones militares internacionales dependían de cables submarinos, que se consideraban vulnerables, o de señales de radio que eran reflejadas en la parte alta de la atmósfera, esquema que también se consideraba poco confiable. Para resolver esta situación, se llevó a cabo el proyecto conocido como West Ford, mediante el cual fueron lanzadas al espacio a 3,700 kilómetros de altura, cerca de 500 millones de pequeñas agujas de cobre de 1.8 centímetros de longitud a fin de formar una nube metálica que reflejara las señales de radiocomunicación, lo que generó protestas de manera inmediata.

Por otro lado, si bien es de gran peligro para los satélites activos, la basura espacial no constituye un peligro mayor en la superficie de la Tierra, debido a que los fragmentos, excepto los muy grandes, se desintegran al reingresar a la atmósfera. Así, sucesos como el acaecido el pasado miércoles en la frontera de Hidalgo y Puebla no deben ser motivo de mayor preocupación, ni deben llevar a la pérdida del sueño a ninguna persona, si es que en verdad se trató de basura espacial.

Después de 60 años de actividades espaciales, pareciera ser que los países desarrollados, quienes son los que han mayormente colocado satélites en órbita, no solamente han contaminado la superficie de la Tierra y su atmósfera, sino incluso más arriba.

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