El primer laboratorio científico de la historia

Huesos de más



Los restos fósiles de animales que vivieron en nuestro planeta en tiempos prehistóricos nos permiten echar una ojeada a la vida en la Tierra tal como era hace millones, decenas de millones o incluso centenas de millones de años. Desgraciadamente, esta ojeada no nos proporciona toda la información que quisiéramos, pues los restos que se encuentran por lo general son solamente de los huesos y partes duras del animal en cuestión, ya que sus tejidos blandos resisten poco el paso del tiempo. De este modo si bien los paleontólogos saben de la existencia en nuestro planeta de animales extintos hace ya mucho tiempo, no tienen una tarea fácil tratando de reconstruir la apariencia física que tenían en vida.

Una anécdota al respecto se dio en las primeras décadas del Siglo XIX. En 1822, el médico y paleontólogo inglés Gideon Mantell encontró en Cuckfield, Inglaterra, un colmillo enorme que estimó perteneció a un animal desconocido de unos 18 metros de largo. El descubrimiento posterior del esqueleto de un animal similar dejó en claro que se trataba de una especie extinta: algo así como una iguana gigante que Mantell bautizó con el nombre de Iguanodon. En la reconstrucción del Iguanodon –que pudo ser vista en la Gran Exposición de Londres de 1851– Mantell colocó uno de los huesos encontrados –que no hallaba donde fijar– en la nariz del modelo, como si fuera un cuerno de rinoceronte. Hoy se sabemos que Mantell se equivocó y que dicho hueso era en realidad un dedo pulgar, que era empleado por el Iguanodón posiblemente como espolón defensivo.

Para solaz de los paleontólogos, sabemos que se han encontrado atrapados en ámbar y preservados por decenas de millones de años, insectos e incluso pequeñas lagartijas y ranas –hecho que fue la inspiración de películas hollywoodenses de los años noventa–. El ámbar preserva los detalles del espécimen atrapado de una manera más delicada que la fosilización por otras vías, y proporciona una imagen más cercana de la especie tal como era en su momento.

En relación a esto último, el pasado 16 de septiembre un grupo de investigadores de la Universidad de Alberta en Canadá, encabezados por Ryn McKellar, publicaron un artículo en la revista “Science” en la que describen los resultados de un estudio llevado a cabo con muestras de plumas de animales prehistóricos preservadas en ámbar. La preservación de las plumas resultó tan delicada que es incluso posible adivinar el color que tuvieron en su momento así como su estructura microscópica. Los especímenes, procedentes de la localidad de “Grass Lake” en Alberta, pertenecen al Museo Real de Paleontología de la Universidad de Alberta y tienen una antigüedad de unos 80 millones de años.

Los investigadores encontraron una variedad de tipos en las plumas estudiadas. Algunas son parecidas a las de aves voladoras y acuáticas actuales, y consideran que pertenecieron a aves primitivas. Otras consisten de filamentos simples o de matas de filamentos conocidos como protoplumas de 2 centímetros de longitud, las cuales se sabe que corresponden a un estado primitivo de evolución de las plumas de las aves modernas. Es interesante mencionar que para las protoplumas no existe un equivalente actual.

Aunque no se han encontrado huesos de dinosaurios directamente asociados con las muestras de ámbar, McKellar y colaboradores adelantan de manera hipotética que las protoplumas pertenecieron a dinosaurios de pequeño tamaño. Además, de acuerdo con los mismos, éstas no estaban relacionadas con el vuelo, sino que tenían la función de mantener caliente al dinosaurio.

La paleontología es una ciencia que depende de los hallazgos de fósiles de animales o plantas fallecidos en tiempos remotos. El que de manera azarosa se preserve un organismo muerto a través de decenas o cientos de millones de años de tal manera que pueda ser estudiado por los paleontólogos es, por supuesto, extremadamente infrecuente. Y, sin embargo, la paleontología nos ha proporcionado un panorama con un gran número de detalles acerca de la historia de la vida en la Tierra, panorama que se expande día con día.

Ahora sabemos con cierta seguridad, por ejemplo, que no todos los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones años cuando colisionó en la península de Yucatán un meteorito con la Tierra, sino que algunos sobrevivieron y que las aves modernas son sus descendientes. Sabemos también que, al igual que estas últimas, algunos dinosaurios lucían un plumaje de colores.

Con seguridad a muchos el panorama del pasado de la vida en nuestro planeta, tal como nos lo presenta la paleontología, les resulta fascinante. Aunque a veces los paleontólogos se equivoquen y coloquen huesos en el lugar equivocado.

Comentarios