El primer laboratorio científico de la historia

Veneros del diablo



¿Nos fueron los veneros del petróleo escriturados por el diablo? Si la pregunta se toma en sentido literal difícilmente lo sabremos con certeza, pues para empezar habría que demostrar la existencia del diablo. Si, por el contrario, la tomamos metafóricamente –en lo que respecta al diablo– podemos afirmar que López Velarde tenía razón, aunque la escrituración, como todo pacto demoniaco, habría tenido tanto aspectos negativos como positivos.

En efecto, en el tiempo en que López Velarde escribió Suave Patria (1921) la industria petrolera en México –que nació con el siglo– estaba en ascenso, mismo que continuó en las décadas que siguieron hasta convertirse en un sostén fundamental de la economía de País. Habríamos hecho de este modo una suerte de pacto con un diablo metafórico, el cual hubo de escriturarnos una riqueza que nos ha permitido vivir con un cierto desahogo. Todo esto, por supuesto, a un costo y el petróleo hubo de convertirse también en fuente de calamidades de todo tipo como a todos nos consta.

Por otro lado, México no ha sido el único país al que el diablo le habría escriturado manantiales de petróleo. De hecho, el petróleo, junto con el carbón y el gas natural, constituyen las principales fuentes de energía del mundo actual, y si bien es cierto que los beneficios de la industrialización no han llegado de la misma manera a todos los pobladores ni a todas las regiones del mundo, no podemos negar que algo se ha progresado en los dos últimos siglos en cuanto a niveles de bienestar.

La industrialización, no obstante, también tiene sus aspectos negativos. El ejemplo prototípico en este sentido es el calentamiento global, producto de la quema de combustibles fósiles durante dos centurias que amenaza con cambiar el clima del planeta. Una serie de artículos publicados en el número de esta semana de la revista “Science” trata de otro de los aspectos negativos de la industrialización: la generación de temblores de tierra producto de la inyección a alta presión de fluidos en el subsuelo.

Esta inyección se lleva a cabo en diversas circunstancias. En la industria de los energéticos, por ejemplo, se emplean técnicas de fractura de rocas en el subsuelo con el objeto de posibilitar o incrementar la extracción de petróleo o gas. Para este propósito, se inyecta a presión en el subsuelo, agua mezclada con arena y ciertos aditivos químicos, procedimiento que se sabe genera micro-temblores.

De acuerdo con un artículo publicado esta semana por William Ellworth del “US Geological Survey” en “Science”, estos micro-temblores son demasiado pequeños para producir daños. Así, de 100,000 pozos que han sido sujetos al proceso de fractura de rocas, el temblor más grande que se ha generado tuvo una magnitud de solamente 3.6. No obstante, durante el proceso se genera una gran cantidad de agua residual que es reinyectada en el subsuelo a una mayor profundidad, procedimiento que se ha asociado a la generación de temblores de magnitud media en el centro del territorio de los Estados Unidos. Entre éstos se encuentra un temblor en el estado de Oklahoma de magnitud 5.6 que en 2011 destruyó 14 casas.

Según otro artículo aparecido también en el último número de “Science”, publicado por un grupo de investigadores de la Universidad Columbia en Nueva York y de la Universidad de Oklahoma, pueden producirse temblores de magnitud media en zonas en las cuales se practica la fractura de rocas, como producto de grandes temblores de origen natural ocurridos en lugares remotos. Este es el caso de los temblores de Chile en febrero de 2010, de Japón en marzo de 2011 y de Sumatra en abril de 2012, los cuales provocaron temblores en varios estados del centro de los Estados Unidos.

El uso de la tecnología de fractura de rocas se ha extendido en los últimos años en la extracción del subsuelo del llamado gas de esquisto, lo que ha permitido elevar considerablemente las reservas de gas que son susceptibles de ser recuperadas. Según la Asociación de Proveedores de Gas Natural de los Estados Unidos, esta tecnología permitió incrementar las reservas de gas de ese país en un 39% entre 2006 y 2009.

La tecnología de fractura de rocas cuenta, sin embargo, también con críticos, quienes afirman que tiene efectos adversos sobre el medio ambiente. En particular, por su potencial para contaminar los acuíferos con los fluidos inyectados al subsuelo, y a la atmósfera por fugas de gas desde los pozos; y, por supuesto, por su potencial para producir temblores de tierra. Quizá todo esto sea parte del precio que el diablo nos cobra por proveernos de nuevas riquezas energéticas –México, en particular, contaría con una de las mayores reservas mundiales de gas de esquisto.

Cuando López Velarde escribía “El Niño Dios te escrituró un establo/y los veneros del petróleo el diablo”, México estaba en proceso de cambio de una sociedad rural a una urbana, en la que las actividades basadas en el petróleo inevitablemente crecerían en importancia a expensas de aquellas basadas en los establos. Poner a estos últimos por delante del primero suena entonces como un despropósito.

Aunque, pensándolo bien, el precio que el diablo nos quiere cobrar ahora por los nuevos energéticos quizá sea demasiado grande y posiblemente el poeta zacatecano después de todo algo tenía de razón.

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