El primer laboratorio científico de la historia

Un planeta no lo suficientemente grande



Fotografías nocturnas de la Tierra tomadas desde el espacio –fácilmente localizables en internet– muestran señales claras de nuestra presencia en el planeta. Dependiendo del tiempo de exposición, dichas fotografías muestran manchas luminosas que corresponden a los grandes núcleos de población de la Tierra. Grandes manchas de luz se observan en la costa este de los Estados Unidos, lo mismo que en la costa de California, en Europa Occidental y en Japón, entre otras muchas áreas urbanas. En nuestro país, la Ciudad de México, y aun San Luis Potosí, son claramente visibles desde el espacio.

Si bien hay regiones de la Tierra escasamente pobladas que aparecen con muy pocas luces o completamente en la oscuridad, las fotografías nocturnas de nuestro planeta nos indican hasta qué grado nos hemos extendido sobre su superficie. En número de habitantes hemos crecido hasta unos 7,000 millones, al mismo tiempo que nos hemos dispersado globalmente.

Nuestra expansión ha sido tan grande que la Tierra nos ha resultado pequeña en muchos sentidos y todo esto ha llevado a cambios a escala global. La atmósfera terrestre, por ejemplo, ha sido incapaz de disponer de todos los gases de invernadero que generamos, resultando en el cambio climático de alcance global que está actualmente en curso.

De la misma manera, la Tierra está perdiendo a ritmo acelerado su superficie boscosa, ya sea por la tala de árboles a cargo de la industria maderera, o bien por el desmonte de bosques para actividades agrícolas y ganaderas. De acuerdo con un artículo publicado el pasado mes de noviembre en la revista “Science”, en los trece primeros años del siglo XXI nuestro planeta perdió 2.3 millones de kilómetros cuadrados de bosques –un área que es superior a la superficie de nuestro país– y en contraste solo se crearon 0.8 millones de kilómetros cuadrados de nuevas superficies boscosas.

En el número de la semana pasada de la revista “Science” se incluye una sección especial que trata de otro problema ecológico de magnitud global: el rápido declive en la población de animales silvestres que está experimentando nuestro planeta. Este proceso de declinación ha sido bautizado como “defaunación” por Rodolfo Dirzo de Stanford University, California, EUA, quien lo considera análogo al proceso de deforestación global aunque no tan visible –si bien con consecuencias igualmente profundas para el equilibrio ecológico.

Uno de los artículos incluidos en la sección especial de “Science” está encabezado precisamente por Dirzo –quién nació en México y recibió su educación de nivel de licenciatura en nuestro país– y lleva como coautores a investigadores de los Estados Unidos, México, Brasil e Inglaterra. Dicho artículo, en el que se hace una revisión del conocimiento que los científicos tienen sobre el tema, lleva por título “Defaunación en el Antropoceno”, enfatizando así que los responsables del proceso de defaunación somos los humanos. Según Dirzo y colaboradores, “En los últimos 500 años los humanos han disparado una onda de extinción, amenaza y declive en poblaciones locales que puede ser comparable, tanto en velocidad como en magnitud, con las cinco previas extinciones masivas en la historia de la Tierra”.

En este respecto, el artículo de referencia cita algunas cifras. Menciona, por ejemplo, que desde el año 1500 se han extinguido 322 especies de vertebrados terrestres, y que de los 6 a 9 millones de especies animales que se estima existen en la Tierra, anualmente se pierden entre 11,000 y 58,000. También, desde el punto de vista del número de individuos, en las últimas cuatro décadas la población promedio de vertebrados ha disminuido en un 28% y hay grandes animales, entre ellos el elefante y el rinoceronte, que se encaminan hacia su extinción.

Como hacen notar Dirzo y colaboradores, otras especies menos carismáticas están igualmente en curso de defaunación. Esto incluye a animales como nematodos, escarabajos y murciélagos, cuya disminución en población es considerablemente menos evidente que la de los grandes mamíferos y que, sin embargo, pudiera tener un impacto ecológico más grande.

En la escala humana la Tierra es ciertamente enorme –su diámetro es casi diez millones de veces nuestra altura promedio– y en primera instancia no pensaríamos que con acciones nuestras pudiéramos sacarla de equilibrio. Y, no obstante, el acelerado crecimiento poblacional del mundo y su igualmente acelerado desarrollo industrial y económico han logrado lo que parecía difícil.

Así, doscientos años de emisiones de gases de invernadero desde el inicio de la revolución industrial han disparado un proceso de cambio climático el cual no es claro hasta donde nos llevará. Se ha generado igualmente un proceso de desforestación masiva que no abona a la reducción de la concentración de dichos gases en la atmósfera. Y, además, según expertos ecologistas, el mundo está en un curso de defaunación que, igualmente, afecta el equilibrio ecológico global. Dadas estas y otras calamidades, tal parece que el planeta en el que nos tocó vivir nos quedó demasiado chico.

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