El primer laboratorio científico de la historia

Errores de interpretación



En un artículo publicado el pasado 4 de septiembre en la revista en línea “Scientific Reports”, el cual fue comentado ampliamente por la prensa, se describe el hallazgo en la Patagonia argentina de los restos fósiles de un gigantesco dinosaurio herbívoro que vivió hace unos 66-84 millones de años. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores de los Estados Unidos, Argentina e Inglaterra, encabezados por Kenneth Lacovara de Drexel University, Filadelfia, Pensilvania.

El recién descubierto dinosaurio medía unos 26 metros de cabeza a cola y pesaba alrededor de 60 toneladas. Para poner este último número en perspectiva, se puede mencionar que es unas nueve veces el peso del tiranosaurio rex, y que es mayor que el peso de un jet Boeing 737 con capacidad para más de 150 pasajeros. El dinosaurio ha sido bautizado “dreadnoughtus”, que se traduce como “sin temor”, en referencia a que su enorme tamaño lo hacía inatacable por cualquier predador.

Lo más transcendente, sin embargo, es que los investigadores rescataron alrededor del 45% de los huesos del dinosaurio, lo que permite reconstruir con certidumbre un 70% del total de su esqueleto. Frecuentemente los paleontólogos han tenido que reconstruir el aspecto que tendría el dinosaurio sobre la base de unos pocos huesos fosilizados. Según Lacovara y colaboradores, el “dreadnoughtus” es el dinosaurio más grande jamás descubierto del que se puede tener certidumbre de su tamaño.

Hoy sabemos que en el pasado remoto existieron animales, en particular dinosaurios de enorme tamaño como el “dreadnoughtus”, que se han extinguido con el paso del tiempo. Esto lo averiguamos gracias a la labor de investigadores que en los primeros tiempos trabajaron con muy poca información.

Unos de los pioneros en el estudio de los dinosaurios fue el médico inglés Gideon Mantell, quien era además geólogo y paleontólogo aficionado. En 1822, juntamente con su esposa, descubrió cerca del pueblo de Cuckfield al sur de Londres, un diente similar a los de las iguanas pero considerablemente más grande. Con esta escasa evidencia Mantell conjeturó que el diente perteneció a un lagarto de grandes proporciones. Con la ayuda de restos fósiles encontrados posteriormente Mantell se convenció de que estaba en lo cierto y bautizo al lagarto con el nombre de iguanodón.

Si bien Mantell logró convencer a los expertos sobre lo acertado de sus conclusiones, en la reconstrucción esquelética y artística del iguanodón, cometió un error curioso pues colocó el hueso del pulgar del dinosaurio sobre su nariz, con lo que el modelo adquirió un aire de rinoceronte. Este error se propagó a lo largo de varias décadas, incluso después de la muerte de Mantell.

En efecto, en 1851, como parte de la exposición industrial mundial celebrada en el Crystal Palace de Londres, se preparó una exhibición sobre dinosaurios en la que se hizo uso de todo el conocimiento científico que sobre el tema se disponía en la época. Para este propósito se construyeron modelos de dinosaurios en cemento como se pensaba que lucían en vida y en particular el iguanodón apareció con su cuerno ficticio en la nariz.

Sólo años después, cuando se encontraron fósiles de iguanodón más completos, fue que los paleontólogos se dieron cuenta del error cometido y el dinosaurio perdió su cuerno nasal en las discusiones científicas. No fue el caso, sin embargo, de los modelos de dinosaurios de Crystal Palace que fueron conservados con todos sus errores, tal como originalmente fueron concebidos. Hoy en día, dichos modelos pueden ser vistos en una exhibición permanente en el parque Crystal Palace en Londres.

La historia del iguanodón nos muestra como progresa el conocimiento científico. Basado en la limitada información que tenía sobre su dinosaurio, Mantell aventuró una hipótesis en relación a su aspecto en vida, mismo que en su momento fue aceptado por los expertos. Al disponerse de mejores restos fósiles, no obstante, se puso en evidencia el error y se desechó el cuerno nasal, mismo que hoy en día queda plasmado solamente en el recuerdo anecdótico y en esculturas que se han conservado por razones históricas; razones que nada tienen que ver con su exactitud científica.

Exactitud que es notable en el caso del “dreadnoughtus” recientemente descubierto en la Patagonia ya que se dispone de buena parte de su esqueleto. La cual, sin embargo, no es absoluta –como todo lo relativo al conocimiento científico– y por lo mismo puede llevar a errores de interpretación. Aunque seguramente no tan grandes que lleven a poner un hueso de la cola del dinosaurio en su nariz o viceversa.

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