El primer laboratorio científico de la historia

La cocina hizo la diferencia



Sin duda estaríamos de acuerdo en que toparnos con un chimpancé que cocine sus alimentos sería muy sorprendente, pues, hasta donde tenemos conocimiento, los humanos somos la única especie en este planeta que lo hace. No lo hace ninguno de los grandes simios, ya no digamos otras especies más alejadas de nosotros. Esto indicaría que las habilidades cognitivas que son necesarias para desarrollar la práctica de cocinar alimentos –que hemos llevado a niveles de gran sofisticación– son exclusivamente humanas.

Un artículo publicado esta semana en la revista “Proceedings of The Royal Society B” por Felix Warneken y Alexandra G. Rosat de la Universidad Harvard, sin embargo, indicaría que esto no es estrictamente cierto, y que los chimpancés, una especie cercana a la nuestra, comparten con nosotros, además del gusto por la comida cocida, algunas de habilidades que nos han llevado a los humanos a desarrollar el arte de la cocina.

De acuerdo con Warneken y Rosat, la práctica de cocinar alimentos desarrollada por nuestros lejanos antecesores requirió de varias habilidades cognitivas. Requirió, por ejemplo, de la capacidad para concebir que el pedazo de carne cruda que tenemos ante nosotros puede ser puesto sobre una parrilla caliente y con esto mejorar sustancialmente su sabor. Requirió también de la capacidad para abstenernos de comer la carne cruda en cuanto la tengamos a nuestro alcance –sobre todo si tenemos hambre– y esperar a que esté cocida para hacerlo. Y requirió, por supuesto, de la capacidad necesaria para controlar el fuego.

Para averiguar en qué grado los chimpancés poseen estas habilidades, Warneken y Rosat llevaron a cabo una serie de once experimentos con chimpancés semi-cautivos de la República del Congo en el África Central. Estos experimentos buscaban, entre otros objetivos, comprobar si los chimpancés prefieren los alimentos cocidos o crudos, o bien, si teniendo un alimento en la mano, antes de ingerirlo estarían dispuestos a desprenderse del mismo y colocarlo en una “estufa” para cocinarlo.

La “estufa” en este caso consistió de un recipiente de plástico con fondo doble en el que se escondía una rodaja de papa cocida. Para “cocinar” una rodaja cruda, el experimentador la colocaba dentro de la “estufa” a la vista del chimpancé, sacudía el recipiente varias veces y, acto seguido, extraía la rodaja cocida oculta en el doble fondo.

Los experimentos confirmaron resultados obtenidos previamente por otros investigadores en el sentido que los chimpancés prefieren los alimentos cocidos a los crudos. También demostraron que los chimpancés son capaces de entender, con un mínimo de experiencia, el proceso de transformación que sufre un determinado alimento al colocarlo en la “estufa” y de generalizar este conocimiento a otros alimentos. Igualmente, fueron capaces de almacenar alimentos crudos para su cocción y consumo posterior, resistiendo la tentación de dar cuenta de ellos de inmediato.

Si los chimpancés comparten con nosotros las habilidades psicológicas que nos han llevado a desarrollar el arte de la cocina, Warneken y Rosat se preguntan por qué aquellos no lograron otro tanto. Una respuesta obvia, señalan, es porque los chimpancés no controlan el fuego. Podría haber más razones, sin embargo. Una de éstas es que un alimento típico de los chimpancés son las frutas, para las cuales la cocción no presenta los mismos atractivos que para los tubérculos que consumían nuestros ancestros.

Dado que los chimpancés tienen las habilidades psicológicas necesarias para el desarrollo de la cocina, y que éstas presumiblemente estaban presentes en nuestros lejanos ancestros, incluso antes de la adopción del fuego, Warneken y Rosat especulan que la cocción de los alimentos se dio rápidamente después de esta adopción. Apuntan, incluso, a un uso oportunista del fuego natural para cocinar alimentos. En este respecto, señalan que es conocido que los chimpancés en su hábitat natural buscan activamente, para consumirlas, semillas que hayan sido tostadas por incendios forestales.

Tal pareciera, según Warneken y Rosat, que si bien los chimpancés poseen el conjunto de habilidades psicológicas necesarias para desarrollar el arte de la cocina –incluyendo la comprensión del proceso de transformación de los alimentos por la cocción, así como la paciencia para resistir la tentación de comerse una papa cruda antes de esperar el tiempo suficiente para cocinarla–, no lo han hecho quizá porque esto para ellos no presenta las suficientes ventajas. O, bien, quizá, porque no han descubierto como hacer un fuego y mantenerlo.

De un modo u otro, los chimpancés no cocinan –con todo y los hallazgos de Warneken y Rosat– y esto los habría relegado a un papel secundario en la evolución en comparación con nuestra especie. Esto, debido a que los alimentos cocidos nos habrían proporcionado mayores recursos energéticos para el desarrollo de un cerebro de mayor volumen. Así, la cocina habría hecho la diferencia.

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