El primer laboratorio científico de la historia

Una fascinación macabra



Un frío día de invierno de 1650 en Estocolmo, dejó de existir –y concurrentemente de pensar– el célebre filósofo francés René Descartes. Había llegado Descartes a Estocolmo cinco meses antes invitado por la reina de Suecia, quien estaba interesada en que la instruyera en la nueva filosofía por él desarrollada. Tal parece que no disfrutó Descartes de su estancia en Estocolmo por la rígida disciplina a la que lo sometió la reina, misma que le demandaba levantarse todavía de noche en las frígidas mañanas de invierno. Y, efectivamente, tan no disfrutó la estancia que terminó muriéndose; aparentemente de neumonía, aunque hay también una versión de que habría sido envenenado con arsénico.

Como quiera que haya sido, los infortunios de Descartes no terminaron con su muerte. En efecto, ocurrió que al morir Descartes fue enterrado en Estocolmo y con esto aparentemente habría descansado en paz por toda la eternidad. Dieciséis años después de su entierro, sin embargo, un grupo seguidor de Descartes de París promovió y obtuvo que sus restos fueran trasladados a Francia. Así, dichos restos fueron desenterrados, bajo la supervisión del embajador francés en Suecia, y mantenidos en la embajada con la custodia de soldados suecos en espera de su traslado a Francia.

La custodia de los restos por soldados habría sido aparentemente motivada por el peligro de que fueran robados –en particular por los ingleses– dada la creciente reputación de Descartes que empezaba a ser considerado como el santo patrón de la ciencia. Esta precaución, sin embargo, resultó contraproducente, como veremos más adelante.

El traslado de los restos a Francia fue coordinado por el embajador francés. Éste era un coleccionista de reliquias y habría aprovechado la ocasión para quedarse, con la anuencia de la iglesia católica de Suecia, con un hueso del dedo índice de la mano derecha del casi santo. Al llegar a Francia en 1666, Descartes fue enterrado por segunda vez, ahora en la iglesia de Santa Genoveva del Monte en París. No paró ahí el asunto, sin embargo, pues durante la revolución francesa los restos de Descartes fueron nuevamente desenterrados y puestos en un museo, hasta que en 1818 la Academia de Ciencias los enterró en la iglesia de “Saint Germain des Prés” en París, en donde reposan actualmente.

No completos, sin embargo, pues al abrir el ataúd antes entierro los académicos descubrieron que faltaba el cráneo. La circunstancia en que éste desapareció no fue clara sino hasta tres años después, cuando el químico sueco Berzelius encontró que en una subasta de objetos que pertenecieron a un científico sueco de nombre Anders Sparrman, se listaba el “cráneo del famoso Descartes” como uno de los objetos que habían sido ofertados.

Berzelius averiguó que el cráneo había sido adquirido en la subasta por el dueño de un casino. Se entrevistó con éste y logró que se lo vendiera. Una vez con el cráneo en su poder, Berzelius lo envió a la Academia de Ciencias que se dio a la búsqueda de datos que autentificaran los restos.

Hoy se sabe, después de la investigación de la Academia, que dichos restos pasaron por muchas manos. El primer propietario fue el capitán de los soldados que custodiaron los restos antes de su partida a Francia, quien habría robado el cráneo para que “algo del gran filósofo se quedara en Suecia”. Al morir el capitán, el cráneo pasó a las manos de uno de sus deudores, un fabricante de cerveza, como pago por la deuda, y éste a su vez lo heredó a su hijo. La cadena de propietarios del cráneo de Descartes se continuó con un militar, un oficial de gobierno, su yerno, un superintendente, un asesor de impuestos y finalmente Anders Sparrman. Algunos propietarios decoraron el cráneo con leyendas, mismas que ayudaron a los académicos franceses a concluir que sin duda había sido René Descartes su propietario original. El cráneo de Descartes se encuentra actualmente alojado en el Museo del Hombre en París.

Al margen de las controversias que generaron en su tiempo sus ideas filosóficas, Descartes fue un genio y como tal se encuentra entre aquellos cuyo cerebro ha sido estudiado después de muertos para tratar de entender el origen de la inteligencia humana. Uno de estos estudios fue hecho público el pasado mes de abril en la revista “Journal of the Neurological Sciences” por un grupo de investigadores en Francia y Holanda, encabezados por Charlier Philippe de la Universidad París Descartes.

Al contrario de otros estudios –como el conducido con el cerebro de Albert Einstein– Philippe y colaboradores solamente tuvieron a su disposición el cráneo pues el cerebro de Descartes ya no existe. A pesar de esto, las imágenes de tomografía que obtuvieron muestran con detalle la morfología externa del cerebro de Descartes, la cual quedó impresa en el interior del cráneo. Desafortunadamente, como ha sucedido en otros casos, los investigadores encuentran poco en el cerebro de Descartes que pudiera explicar su excepcional inteligencia. Tendremos así que esperar por más investigaciones antes de vislumbrar los secretos del cerebro de los genios.

Dado que lo que más nos diferencia a los humanos de otras especies en el reino animal es la inteligencia, no es sorprendente que un cerebro excepcional nos despierte una gran fascinación. Y nos la despierta en un grado tal que produce historias tan extravagantes y vistosas –lo mismo que macabras– como la de René Descartes y sus aventuras después de dejar el mundo.

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