Hogar, dulce hogar

Emisarios del pasado



Hace unos días el ministerio de educación de Turquía anunció que la enseñanza de la evolución será suprimido de los planes de estudio de la escuela secundaria. El argumento esgrimido es que los estudiantes de ese nivel no tienen todavía la capacidad suficiente para entender un tópico “tan controvertido”. La iniciativa ha sido criticada por aquellos que ven en la misma un intento para erosionar el carácter secular del estado turco.

La teoría según la cual las especies no son inmutables sino que están en continua transformación tiene una fuerte carga emocional y ha sido para muchos difícil de aceptar. Así, una caricatura publicada en 1871 por una revista satírica mostraba a Charles Darwin, con su característica calva y espesa barba ¡y con un cuerpo de simio! Aun hoy en día, a 150 años de la publicación de El origen de la especies, la evolución sigue siendo “controversial”. Y lo es, ciertamente, no sólo en Turquía.

El concepto según el cual las especies no son inmutables sino que están en continua transformación nos permite encontrar explicaciones razonables para la existencia de las especies que vemos a nuestro alrededor. De otro modo, si asumimos que todas éstas han sido inmutables desde el momento en que fueron creadas, tendríamos que recurrir a explicaciones forzadas y poco consistentes. La evolución nos proporciona un marco para entender la diversidad de especies animales y vegetales que habitan en la Tierra, lo mismo que el origen de los restos fósiles de animales y humanos con características diferentes a las de las especies actuales.

Consideremos el problema, aparentemente menor, de encontrar una explicación a la diversidad de formas de los huevos de las distintas especies de aves. Dichos huevos pueden tener una forma esférica, como es el caso de los búhos, o una forma alargada y simétrica similar a la de un dirigible zepelín. Pueden tener también una forma alargada pero asimétrica, como sucede con el arao, que es una ave marítima que habita en el norte de los continentes europeo y americano. En contraste, no hay aves que pongan huevos con formas asimétricas y cortas que asemejen a un globo de aire caliente.

Si todos los huevos tienen la misma función de proteger al polluelo en su gestación ¿por qué varían tanto en su forma? Asumiendo una posición anti-evolución podríamos contestar que tienen tal o cual forma porque así fueron creados y cerrar de este modo la discusión. La respuesta posiblemente será satisfactoria para algunos pero no para otros que considerarán que ésta no es en realidad una respuesta.

En un contexto evolucionista se han dado diferentes explicaciones. Se ha postulado, por ejemplo, que una forma alargada y asimétrica hace que huevo ruede en círculo y resulta así beneficiosa en aquellos casos de aves –como los araos– que ponen sus huevos en acantilados en donde están expuestos a rodar y caer. Se ha postulado también que la forma de los huevos lo determina la manera como se acomodan en el nido.

Un artículo aparecido esta semana en la revista “Science” refuta estas hipótesis y adelanta una explicación de más consistencia. Dicho artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Mary Caswell Stoddard de la Universidad de Princeton. Stoddard y colaboradores llevaron a cabo un estudio con cerca de 50,000 huevos que representan 1,400 especies de aves.

En su estudio los investigadores primeramente asumieron que la forma del huevo no está determinada por el cascarón, sino por su membrana interna cuya forma es modelada por la fuerzas a las que está sometida en el oviducto antes de la formación de dicho cascarón. Asumiendo, además, que la resistencia y grosor de la membrana puede variar a lo largo de la misma, pudieron reproducir matemáticamente las formas de huevo observadas en la naturaleza. Para obtener una forma alargada y asimétrica, por ejemplo, variaron el grosor y la resistencia de la membrana a lo largo de su eje. Una forma corta y asimétrica, por otro lado, no ocurre en la naturaleza debido a que la resistencia longitudinal de la membrana tendría variar de manera demasiado brusca.

Una vez que entendieron la mecánica de formación de un huevo, Stoddard y colaboradores se preguntaron por la fuerza evolutiva que impulsa el proceso y encontraron que la forma del huevo está relacionada con la habilidad del ave para volar. Así, las aves migratorias que se pasan una buena cantidad de tiempo en el aire, ponen huevos alargados o asimétricos, mientras que los huevos de las aves no migratorias tienden a ser más esféricos. Quizá, las aves migratorias requieran de pelvis estrechas y cuerpos esbeltos para facilitar su vuelo y esto lleva al desarrollo de huevos alargados.

Las hipótesis manejadas por Stoddard y colaboradores son claramente superiores –en grado de sofisticación, razonamiento y metodología– a las que podrían elaborarse negando la evolución. Ciertamente, los investigadores no han dicho la última palabra y sus conclusiones pueden ser cuestionadas por estudios posteriores. Estarán, pues, como en una vitrina sujetos al juicio permanente de sus colegas.

Esto último es la característica del método científico que nunca pretende llegar a la verdad absoluta. No es el caso, en contraste, de aquellos que niegan la evolución, incluyendo posiblemente al presidente turco, que según sus detractores pretende atrasar 150 años la educación de su país.

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