El primer laboratorio científico de la historia

Una tarea para los próximos años



En un artículo aparecido esta semana en el periódico español El País, Lita Nelsen, quién dirigió por 25 años la oficina de transferencia tecnológica del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), explica que esta universidad –una de las instituciones educativas referentes a nivel mundial en el área de la ingeniería– obtuvo de las patentes que ha producido apenas un 4% de sus ingresos totales. Esto, en contra de lo que hubiera podido esperarse. De hecho, el MIT obtiene la mayor parte de su presupuesto de subvenciones públicas para proyectos de investigación, seguida de las colegiaturas que cobra a sus estudiantes y las donaciones de dinero privado. Nelsen explica, además, que esta circunstancia es compartida por muchas otras universidades en los Estados Unidos.

Lo anterior es una indicación de que el esquema de generación de recursos mediante la transferencia de tecnología es complicado, aun en instituciones con una sólida infraestructura científica y tecnológica. En efecto, Walter Valdivia, de la Institución Brookings en Washington, D.C., reporta en un estudio publicado en noviembre de 2013 que si bien un 13% de universidades en los Estados Unidos genera recursos a través de sus patentes, el 87% restante no genera ni aquellos recursos necesarios para operar su oficina de transferencia de tecnolo

gía.

Adicionalmente, vista como un negocio, la generación de tecnología en las universidades es ineficiente en términos de los recursos invertidos y las ganancias generadas. A manera de ejemplo, según datos de la “Association of University Technolgy Managers” citados por Forbes, la Universidad de Nueva York invirtió en 2006, 210 millones de dólares en investigación que le redituaron 157 millones de dólares de ganancias –una “perdida” de 25%–, lo que la colocó en el primer lugar entre las universidades norteamericanas. El segundo lugar lo ocupó la Universidad Wake Forest con cifras de 146.3 millones de dólares de inversión, 60.5 millones de dólares de ganancia y una “pérdida” del 59%.

Las siguientes 13 universidades consideradas por Forbes no sobrepasaron en ganancias un 16% de lo invertido, El sistema de la Universidad de California, por ejemplo, invirtió en 2006, 3,040 millones de dólares en investigación y obtuvo 193.4 millones de ganancia, un 6.4% de lo invertido.

Un balance deficitario entre inversión en investigación y ganancias por generación de tecnología no debe, por supuesto, ser considerada una pérdida de recursos pues las universidades no son empresas con fines de lucro. Por el contrario, las universidades son instituciones que entre sus funciones sustantivas se encuentran la educación y la generación de nuevos conocimientos y en ese sentido la investigación es un elemento básico para el entrenamiento de nuevos profesionales, particularmente a nivel de posgrado.

Lo anterior es relevante para México dada la presión que existe en nuestro país para que las universidades públicas, que dependen de manera crítica del dinero público, generen por si mismas parte de los recursos que necesitan para su operación. En este contexto, no sorprenden los planteamientos en el sentido de que dichas universidades deben procurar allegarse recursos mediante la generación y transferencia de tecnología al sector industrial. Este planteamiento se refuerza por el hecho de que la investigación científica en nuestras universidades se lleva a cabo casi exclusivamente con fondos públicos y por tanto resulta imperativo que reditúe en un beneficio público.

Si bien no es posible argumentar en lo general en contra de estas opiniones, desde un punto de vista práctico hay que poner por delante la dificultad para implantar en México un esquema de generación de recursos mediante la transferencia de tecnología, que de suyo es complicado aun en los países avanzados que cuentan con una infraestructura educativa considerablemente más sólida que la nuestra.

En efecto, a partir de que la ciencia tuvo una entrada tardía en nuestro país, hubo un lento desarrollo de nuestras universidades como instituciones de investigación. En el último medio siglo, con la creación del CONACyT en 1970, se dieron avances significativos y se han creado centros de investigación y grupos de investigación en nuestras universidades que están a un nivel de competencia internacional. Falta mucho por hacer, sin embargo, para que nuestro sistema de ciencia y tecnología alcance el tamaño y la madurez que le permitan tener un impacto significativo en los procesos de transferencia de tecnología.

En estas condiciones, es preocupante que el gobierno federal no dedique mayores recursos a la ciencia y a la tecnología en México, y que estemos todavía lejos de alcanzar el 1% del producto interno bruto como inversión en ciencia y tecnología, meta que se ha fijado cuando menos en dos ocasiones. Como producto del programa de formación de recursos humanos que el CONACyT implantó en 1971, se han formado una gran cantidad de doctores y maestros en ciencias que están teniendo dificultades para encontrar empleo en México; y aquellos que han logrado hacerse de una plaza en alguna de nuestras universidades, están igualmente teniendo dificultades para conseguir recursos para montar los laboratorios que necesitan para arrancar con sus proyectos de investigación.

Así, muchos esfuerzos nos falta por hacer para lograr que fluyan los recursos hacia nuestras universidades como producto de la transferencia de tecnología. Aun si estos recursos representaran sólo un pequeño porcentaje de lo invertido en investigación.

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