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En realidad, el rebaño de cabras salvajes –alrededor de 120 animales- es bien conocido por los habitantes de Llandudno. Las cabras viven en una colina cercana y aparentemente no es inusual que bajen al pueblo en periodos de mal tiempo. Esta vez, sin embargo, la parálisis de Llandudno por la epidemia de coronavirus les ha facilitado las cosas y se han aventurado en el pueblo más allá de lo acostumbrado.
Por lo demás, si bien, como mencionábamos líneas arriba, las cabras de Llandudno pueden ser vistas como un ejemplo de recuperación de hábitats, en un sentido estricto se podría alegar que en este caso la vida silvestre no puede reclamar derechos de propiedad. De hecho, los antecesores de las cabras habrían llegado a Llandudno desde Cachemira -en el norte de la India- apenas en el siglo XIX. La colina en la que viven, en contraste, ha estado habitada desde la edad de piedra, según podemos leer en la Wikipedia.
Por otro lado, la invasión de Llandudno por las cabras de la colina no es el único ejemplo en los tiempos de coronavirus de la presencia de fauna silvestre en espacios urbanos en los que no era vista normalmente. Así, nos enteramos que la ciudad de Lopburi en Tailandia fue invadida por hordas de macacos en busca de comida. Estos macacos eran alimentados por los turistas que hoy han desaparecido. Una situación similar ocurre en Nara, Japón, en donde la ciudad ha sido invadida por grupos de venados. Avistamientos inusuales de coyotes, jabalíes, ardillas, y ratas han sido también reportados en varios lugares del mundo. Un caso extremo es el de un puma que fue encontrado vagando en las calles de Santiago de Chile.
Nuestra cercanía con la vida silvestre, revelada por la toma oportunista que hace de los espacios urbanos que nos hemos visto forzados a abandonar, promueve, según los especialistas, la aparición de enfermedades infecciosas como la que ahora estamos padeciendo. En efecto, como sabemos, el virus del COVID-19, saltó desde una especie animal hasta nuestra especie, y no es difícil entender que la posibilidad de la aparición de enfermedades humanas de origen animal se incremente en la medida hagamos más estrecho nuestro contacto con otras especies.
La aparición de un patógeno de origen animal, por otro lado, no es algo que haya sorprendido a los expertos. De hecho, ha sucedido en varias ocasiones en lo que va del siglo. Nunca, sin embargo, con las graves consecuencias de la pandemia actual, provocada por un virus que pareciera no ser particularmente letal, pero que sí se expande rápidamente.
Dadas las particularidades del virus, en los últimos días el gobierno norteamericano ha considerado la posibilidad de que hubiera escapado del laboratorio de viriología existente en la ciudad de Wuhan, en contraposición con la explicación ofrecida inicialmente por el gobierno chino en el sentido de que el origen del virus habría sido un mercado en dicha ciudad en el que se comercializa fauna silvestre. Hay que notar que no se considera la posibilidad de que el virus hubiera sido fabricado, pues existe evidencia de que tiene un origen natural, pero sí que hubiera escapado por una falla de seguridad del laboratorio. Del origen del virus, sin embargo, no hay evidencias claras. Esperemos que en un futuro no muy lejano las tengamos en un sentido o en otro.
Al margen de lo anterior, para los expertos la frecuencia en la aparición de nuevas enfermedades infecciosas de origen animal está creciendo por la invasión que estamos haciendo de los hábitats de la fauna silvestre y el creciente contacto con la misma. Y para muestra basta el botón de las cabras de Llandudno.
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