El primer laboratorio científico de la historia

Un fósil afortunado



En septiembre de 1941, los fósiles del llamado Hombre de Pekín fueron empacados en dos cajas para ser transportados desde China a los Estados Unidos a bordo del buque norteamericano President Harrison. Como recordamos, el Hombre de Pekín, con una antigüedad de 500,000-250,000 años, fue descubierto en la década de los años veinte del siglo pasado. En su momento, gozaba de gran celebridad como un “eslabón perdido” que demostraba la teoría de la evolución de Darwin. La determinación de enviar dichos fósiles fuera de China tuvo el propósito de ponerlos a salvo de las hostilidades de la guerra chino-japonesa, en curso desde el año 1937.

Los fósiles, sin embargo, nunca llegaron a su destino y desaparecieron sin dejar rastro. ¿Fueron robados por los japoneses en el camino hacia el puerto en donde serían embarcados hacia los Estados Unidos? ¿Fueron sustraídos por los marinos estadounidenses que habrían de transportarlos hasta su destino final? O bien, ¿el vehículo que los transportaba en territorio chino habría sido asaltado y robado por ladrones sin la menor idea de la importancia científica de los fósiles y que simplemente los hubieran desechado por considerarlos sin utilidad alguna? En la medida en que no sean finalmente localizados, no hay manera de encontrar una respuesta segura y la desaparición del Hombre de Pekín queda sumida en el más absoluto misterio, que sin duda podría dar material para una película.

A la historia anterior se añade otra, también de fósiles descubiertos en territorio chino, que podría igualmente proporcionar material para el cine. Esta segunda historia gira alrededor de un fósil del género homo, un cráneo sorprendentemente bien conservado y con una antigüedad de cientos de miles de años, que es motivo de tres artículos publicados esta semana en la revista “The Innovation”, por investigadores en instituciones de China, Australia y el Reino Unido.

Este segundo fósil, tiene, efectivamente, una historia peculiar, misma que está relatada en uno de los artículos mencionados anteriormente: “El cráneo de Harbin reportado en este documento fue supuestamente descubierto en 1933. Un hombre (mantenido en el anonimato por su familia), que trabajaba para los ocupantes japoneses como contratista de mano de obra, descubrió el cráneo cuando su equipo de trabajadores estaba construyendo un puente para los japoneses cerca de Ciudad de Harbin en el noreste de China. El hombre fue astuto y se dio cuenta del valor potencial del descubrimiento, probablemente porque el descubrimiento del primer cráneo del Hombre de Pekín en 1929 había atraído un gran interés en China. En lugar de pasarle el cráneo a su jefe japonés, lo enterró en un pozo abandonado, un método tradicional chino para ocultar tesoros. Después del establecimiento de la república china moderna, el hombre volvió a la agricultura e hizo todo lo posible por ocultar su experiencia como contratista de mano de obra para los invasores japoneses. El cráneo permaneció desconocido para el público y la ciencia durante décadas, pero sobrevivió a la invasión japonesa, la guerra civil, el movimiento comunista, la revolución cultural y el comercio desenfrenado de fósiles en los últimos años. La tercera generación de la familia del hombre se enteró de su descubrimiento secreto antes de su muerte y recuperó el fósil en 2018.”

Así, en contraste con el Hombre de Pekin, el fósil de Harbin tuvo suerte y logró sortear la guerra chino-japonesa. Y más aún, los familiares del descubridor original accedieron a donarlo a una institución china de investigación. Hay que mencionar, no obstante, que no todo fue miel sobre hojuelas, pues el contratista chino murió sin revelar el sitio exacto en donde descubrió el fósil, lo que dificultó a los investigadores la determinación de su antigüedad. No se los impidió, sin embargo, y se encontró que el fósil tiene una antigüedad mínima de 146,000 años.

Las fotografías incluidas en los artículos publicados por los investigadores muestran un cráneo, con una conservación casi perfecta, relativamente alargado y bajo, y con un volumen que podría alojar un cerebro de un tamaño comparable al de un humano moderno. En contraste, tiene cuencas oculares de gran tamaño y cejas gruesas y salientes, boca ancha y grandes dientes. De acuerdo con los investigadores, las características morfológicas del fósil de Harbin lo hacen diferente a otras especies homo. Esto, los lleva a afirmar que pertenece a una nueva especie, que se convertiría en nuestro pariente más cercano. Algo en lo que, sin embargo, no están de acuerdo otros especialistas.

De un modo u otro, ya sea que el fósil de Harbin pertenezca a una nueva especie o a otra ya establecida, resulta afortunado que un espécimen de esa antigüedad y con ese excelente estado de conservación, haya logrado llegar hasta nosotros, aun en medio de una guerra entre chinos y japoneses.

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