Hogar, dulce hogar

Una contribución inesperada



En los últimos cien años la población mundial ha crecido de manera acelerada hasta casi alcanzar hoy en día los 8,000 millones de seres humanos. De manera concurrente, el crecimiento poblacional ha requerido elevar la producción de alimentos y de energía que, entre otros efectos, ha llevado a un incremento acelerado en la emisión de gases de invernadero a la atmósfera. De estos gases, el más pernicioso es el dióxido de carbono, producido por la quema de combustibles fósiles, seguido del metano, que es el componente mayoritario del gas natural.

El dióxido de carbono es un gas que permanece en la atmósfera por cientos de años una vez que es dispersado, mientras que el tiempo de vida del metano en la atmósfera es de sólo 10-15 años. La potencia del metano como gas de invernadero, sin embargo, es unas ochenta veces mayor que la del dióxido de carbono cuando se promedian sus efectos en los primeros 20 años. En este sentido, se estima que un 25 por ciento del calentamiento global que ha experimentado la Tierra en los dos últimos siglos es debido a las emisiones de metano.

El metano en la atmósfera se origina, tanto en procesos naturales, como en actividades humanas, incluyendo la producción y el uso de los combustibles fósiles. Una fuente de metano la constituye las fugas que se producen durante el transporte del gas natural en gasoductos. De manera sorprendente, otra fuente significativa de emisiones de metano a la atmósfera son las estufas domésticas. Esto último, según un artículo aparecido esta semana en la revista “Environmental Science and Technology”, publicado por un grupo de investigadores encabezado por Eric Lebel, de Stanford University, en California.

En dicho artículo, Lebel y colaboradores reportan los resultados de un estudio llevado a cabo con las estufas de cocina de 53 casas habitación en California, con el objetivo de cuantificar los niveles de metano que emiten a la atmósfera durante su operación. En este sentido, las emisiones de metano pueden producirse, tanto durante el proceso de encendido de los quemadores de la estufa -al abrir la llave de gas y antes de que se inicie la combustión-, como por la combustión incompleta del gas. Adicionalmente, y de manera sorprendente, la emisión de metano a la atmósfera ocurre también cuando la estufa no está en operación y tiene sus llaves de gas cerradas. De hecho, Lebel y colaboradores encuentran que el 75 por ciento de la emisión de metano ocurre cuando la estufa no está en operación.

La segunda fuente de emisión de metano son los hornos de las estufas, seguida de la combustión incompleta del gas. El gas que se escapa al inicio del encendido de los quemadores tiene una contribución significativamente menor, equivalente a la emisión por la combustión incompleta en un quemador encendido por 10 minutos.

Así, las estufas domésticas de gas natural son una fuente de gases de invernadero, no solamente de dióxido de carbono que se produce durante la combustión del gas, sino también de metano. Pero ¿qué tan significativa es esta fuente? En este respecto, Lebel y colaboradores estiman que el metano emitido por las estufas domésticas en los Estados Unidos es equivalente al gas de invernadero generado por medio millón de automóviles de gasolina.

Se estima que la población en el mundo hace unos 10,000 años, al inicio de la agricultura, era de algunos millones de seres humanos. Con el transcurso de tiempo dicha población se incrementó lentamente: hasta unos cientos de millones al inicio de nuestra era, a 1,000 millones en 1800, y a 2,000 millones en 1930. En la segunda mitad del siglo el crecimiento anual de la población mundial se elevó considerablemente por sobre sus tasas históricas, alcanzando un máximo de 2.1 por ciento en la década de los años sesenta, a partir del cual disminuyó paulatinamente hasta llegar al 1 por ciento en la actualidad.

Como resultado de esta evolución, a pesar de la reducción en el crecimiento anual de los últimos 50 años, llegamos a la población actual de 8,000 millones de personas y con esto pusimos en apuros al planeta, que no ha resultado ser lo suficientemente grande. A tal grado hemos presionado al planeta, que aun el mero acto de cocinar nuestros alimentos puede contribuir al calentamiento global.

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