Hogar, dulce hogar

Ventana al pasado



Un día como hoy, hace 196 años, murió en Viena Ludwig van Beethoven a la edad de 56 años. Como mito cultural que es, su muerte ha sido dramatizada desde un inicio. Así, según el testimonio del compositor austriaco Anselm Huttenbrenner, amigo de Beethoven y quien lo acompañó en sus últimos momentos: “Después de que Beethoven yaciera inconsciente en los estertores de la muerte desde las tres de la tarde hasta pasadas las cinco del 25 de marzo de 1827, vino un relámpago acompañado por un violento trueno, que iluminó llamativamente la cámara mortuoria (la nieve estaba frente a la vivienda de Beethoven). Después de este inesperado fenómeno de la naturaleza, que me sobresaltó mucho, Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha y miró hacia arriba durante varios segundos con el puño cerrado y una expresión muy seria y amenazadora como si quisiera decir: “¡Potencias enemigas, os desafío! ¡Lejos contigo! ¡Dios está conmigo!". Momentos después Beethoven había muerto: “¡Ni un respiro más, ni un latido más! ¡El genio del gran maestro de los tonos huyó de este mundo de engaño al reino de la verdad!”, remata Huttenbrenner.

Igualmente, por su condición de mito cultural, mucho se ha especulado sobre las causas de la muerte de Beethoven. Sabemos que no gozaba de buena salud y que padeció de una sordera progresiva que se inició en su juventud, lo mismo que de problemas digestivos recurrentes y de una enfermedad hepática. También, se piensa que pudo haber sufrido de envenenamiento con plomo por beber el vino del Rin al que era adicto, más allá de lo que hoy se consideraría prudente. En este sentido, habría que recordar que se añadía plomo al vino para darle un sabor dulce.

Si bien doscientos años después no es fácil establecer con precisión las causas de la muerte de una persona, un artículo aparecido esta semana en la revista Current Biology intenta arrojar luz sobre la muerte de Beethoven a partir del estudio genético de restos de cabello que le habrían pertenecido. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Tristan Begg de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido.

En su investigación, Begg y colaboradores tuvieron a su disposición ocho muestras de cabello que son atribuidas a Beethoven. Como primer paso, los investigadores llevaron a cabo un estudio genético para determinar la autenticidad de dichas muestras. Concluyeron que, efectivamente, cinco de ellas son auténticas, mientras que dos definitivamente no lo son. Una última muestra no arrojó suficiente evidencia para concluir en un sentido o en otro. Así, los investigadores tuvieron a su disposición cinco muestras de cabello de Beethoven para determinar si sus problemas de salud tuvieron un origen genético.

Desafortunadamente, los investigadores no pudieron determinar si su sordera y sus problemas digestivos tuvieron un origen genético. Concluyeron, en cambio, que su muerte probablemente ocurrió por una enfermedad hepática debida a una predisposición genética, agravada por una combinación de una hepatitis B que sufrió en los últimos meses antes de su muerte, y de un consumo excesivo de alcohol.

Begg y colaboradores llevaron también a cabo una investigación genética con personas vivas con el mismo apellido de Beethoven y que, basados en los registros genealógicos, tienen un ancestro común. En este caso, los investigadores enfocaron su estudio en característics genéticas que se heredan solamente por la vía paterna, de padre a hijo, como sucede con el apellido paterno. Para su sorpresa, encontraron que no había las coincidencias genéticas esperadas entre Beethoven y sus descendientes vivos con el mismo apellido. Al mismo tiempo, éstos últimos coinciden genéticamente con un Aert van Beethoven del siglo XVI, del que sería también descendiente Ludwig van Beethoven según los registros genealógicos. Para explicar estas contradicciones, Begg y colaboradores arguyen que en algún momento entre la generación de Aert van Beethoven y la de Ludwig van Beethoven, se dio un episodio extramarital en la que el padre biológico del hijo no correspondió al padre que aparece en el registro genealógico.

La investigación de Begg y colaboradores no solamente demuestra el poder de los métodos de la genética para averiguar las posibles enfermedades que llevaron a la muerte a una persona hace doscientos años y cuyos restos nos han llegado a través del tiempo. También muestra sus poderes detectivescos para poner al descubierto hechos que en su momento los involucrados hubieran preferido mantener en secreto. Por lo demás, todo esto es de interés solo en el caso de personas realmente excepcionales.

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