Hogar, dulce hogar

Un acuerdo unánime

En una ocasión le preguntaron al director de cine Woody Allen qué pensaba sobre la muerte. Su respuesta fue que estaba totalmente en contra de ella. Por supuesto, salvo algunas pocas excepciones, hay un acuerdo unánime con las opiniones de Woody Allen sobre la muerte. De hecho, históricamente se han hecho grandes esfuerzos por evitarla o cuando menos retrasarla, con mayor o menor éxito. En la medida en la que se intentó enfrentar a la muerte con medios mágicos no hubo suerte. Empleando los métodos de la medicina científica se ha tenido un éxito parcial, y si bien no se ha erradicado a la muerte, si se ha logrado retrasarla de manera considerable.

Una manera en la que los científicos están enfrentando a la muerte es revirtiendo el envejecimiento natural de las células del cuerpo. Otra estrategia es la de reparar los órganos y partes dañadas del cuerpo, de la misma manera que a un automóvil se le da mantenimiento instalándole llantas nuevas o cambiándole las bujías del motor que empezaron a fallar. Así, se dan trasplantes, de hígado, de córnea y se implantan partes metálicas en el cuerpo para darle resistencia mecánica, entre otros procedimientos.

Excepto quizá por consideraciones de índole religiosa, posiblemente el común de los mortales no tendría objeción para que le reemplazaran una parte de su cuerpo que haya dejado de funcionar de manera adecuada. Con la excepción quizá del cerebro: después de todo, una persona es lo que su cerebro es, con su neuronas y conexiones neuronales particulares que lo definen como tal. Desde este punto de vista, todas las demás partes del cuerpo tienen como función sostener la operación del cerebro. Así, si el cerebro muere, la persona muere, sin importar que sus manos, piernas o hígado sigan en funcionamiento.

Por lo demás, los expertos nos explican que con la tecnología actual no es posible trasplantar un cerebro completo, de modo que las disyuntivas que enfrentaríamos ante una eventualidad de este tipo son, por el momento, solo hipotéticas. No obstante, un artículo de divulgación aparecido esta semana en el magazín “MIT Technology Review”, firmado por Antonio Regalado, nos alerta de una posibilidad, de menor alcance que un trasplante de cerebro, pero al mismo tiempo más cercano a la tecnología actual.

En su artículo, Regalado escribe acerca del trabajo llevado a cabo por Jean Hérbert de la Escuela de Medicina Albert Einstein en Nueva York. Hérbert está llevando a cabo experimentos con ratones, removiéndoles pequeñas partes del cerebro e inyectándoles células embrionarias. El experimento pretende averiguar si las células inyectadas sobreviven y se incorporan al tejido cerebral como células funcionales. Las células se inyectan en pequeñas cantidades para permitir que el cerebro las asimile sin comprometer su funcionamiento. Así, si el reemplazo del tejido cerebral se lleva a cabo de manera suficientemente lenta, el cerebro podría ser completamente renovado y aun así mantener la identidad de su dueño.

De funcionar las ideas de Hérbert, el reemplazo de tejido cerebral podría se usado para tratar afectaciones tales como los infartos cerebrales que dañan partes del tejido cerebral. Igualmente, podría ser usado para tratar enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.

En el pasado, hubo personas afortunadas que alcanzaron una edad avanzada. Por ejemplo, Isaac Newton murió a los 85 años, Galileo Galilei a los 77 años y Johann Sebastian Bach a los 65 años. Otros no fueron tan afortunados. Este fue el caso de Wolfgang Amadeus Mozart que murió de 35 años y Frédéric Chopin de 39 años. Ciertamente, vivir más o vivir menos hace doscientos o trecientos años era cosa de suerte.

Más allá de su uso para tratar accidentes cerebrales o enfermedades neurodegenerativas, Hérbert, concibe el reemplazo de las partes dañadas del cuerpo como la vía para eliminar la muerte. Y si el reemplazo del cerebro pudiera efectivamente hacerse de manera lenta como él propone, el cuerpo, incluyendo el tejido cerebral, estaría en continuo cambio. Más no la persona y sus conexiones neuronales.

Y así, podríamos tener todavía como habitantes de este mundo a Newton, Galileo, Bach, Mozart, Chopin, etc., etc., etc.

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