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Como sabemos, la Tierra está continuamente bombardeada por meteoritos, que sin bien en su mayoría son de tamaño pequeño y se desintegran al ingresar a la atmósfera sin mayores consecuencias, otros, de mayor tamaño, han provocado daños considerables. En este sentido, un evento reciente fue el ocurrido en 2013 en la región sur de los Urales, cuando un meteorito de unos 15 metros de diámetro explotó a 20,000 metros de altura cerca de la ciudad rusa de Cheliábinsk. Como explica la NASA en su página web: “La explosión equivalió a 440,000 toneladas de TNT y la explosión aérea resultante destrozó ventanas en más de 520 kilómetros cuadrados, dañó edificios y causó heridas a más de 1,600 personas, principalmente por cristales rotos”. Un evento similar al de Cheliábinsk, pero de una mucho mayor amplitud, ocurrió en una remota región de Siberia en 1908, cuando explotó en el aire un meteorito de unos 40 metros de diámetro que derribó 80 millones de árboles en un área mayor a los 2,000 kilómetros cuadrados.
En su sitio web, la NASA considera la posibilidad de catástrofes asociadas a asteroides o meteoritos en tiempos históricos: “Los científicos han encontrado evidencia convincente de que Tall el-Hamman, una ciudad en lo que hoy es Jordania, prosperó durante 3,000 años antes de que un cataclismo la devastara alrededor del año 1,650 a. C. La evidencia apunta al impacto de un asteroide en el aire, algo mayor que el de Tunguska, como la causa más probable de la devastación. La zona permaneció deshabitada entre 300 y 600 años después del evento, posiblemente debido a los drásticos cambios en la fertilidad del suelo resultantes del impacto. Quince ciudades cercanas, entre ellas Jericó y Tall Nimrín, y más de 100 aldeas más pequeñas parecen haber sufrido un destino similar al mismo tiempo”. Y en tiempos geológicos, sobresale el meteorito de Chicxulub, de 10 kilómetros de diámetro, que habría llevado a la extinción, hace 65 millones de años de, no solamente los dinosaurios, sino del 75 por ciento de las especies en la Tierra.
Si bien la probabilidad de que ocurra una catástrofe por el impacto de un meteorito en nuestro planeta es pequeña, esta no es cero. En este sentido es ilustrativa la historia del asteroide 2024 YR4, relatada por Robin George Andrews en un artículo aparecido el pasado 8 de julio en la revista “MIT Technology Review”. Como escribe Andrews, el asteroide 2024 YR4 fue descubierto el 27 de diciembre de 2024. En un principio, dicho asteroide no provocó alarma pues, aunque las primeras estimaciones daban una pequeña probabilidad de que impactara a nuestro planeta en el año 2032, se pensó que con más observaciones dicha probabilidad se reduciría a cero, y con esto, el asteroide simplemente se añadiría al inventario de objetos espaciales cercanos a la Tierra.
Sin embargo, para el fin del mes de enero los expertos concluyeron que había una probabilidad mayor al uno por ciento de que el asteroide impactara a la Tierra en 2032. Y más preocupante aún, era que las estimaciones de su tamaño variaban entre los 40 y los 90 metros de diámetro, y con esto su impacto podría ser devastador. Todo esto encendió las alarmas entre los expertos en diversos observatorios a lo largo del mundo.
Para el 6 de febrero la probabilidad de impacto creció hasta un 2.3 por ciento y se hicieron necesarias más observaciones para confirmar este número. No obstante, el asteroide estaba cada vez más lejano, lo que dificultaba llevarlas a cabo. Adicionalmente, los días de mediados de febrero fueron de luna llena, lo que las impidió por completo. Finalmente, una vez reanudadas las observaciones, resultó que la probabilidad de colisión con la Tierra había aumentado hasta un 3.1 por ciento.
Dado el grado de incertidumbre, tanto en la trayectoria del asteroide como en su tamaño, los expertos no tenían claridad con respecto a las acciones a seguir para proteger al planeta. Una posibilidad era el envío de una misión para desviar la trayectoria del asteroide, como la realizada por la NASA en 2022 con el asteroide Dimorphos, mediante el choque intencionado con una sonda espacial. Sin embargo, no había mucho tiempo para prepararla. Una mayor precisión sobre la trayectoria del asteroide podrá obtenerse durante su siguiente visita en 2028, pero para entonces dispondrían todavía de menos tiempo.
Afortunadamente, la situación empezó a cambiar con nuevas observaciones, y la probabilidad de colisión del asteroide con la Tierra disminuyó rápidamente hasta desaparecer hacia finales de febrero. Así, por lo pronto, el planeta estaba a salvo de un desastre potencial.
El descubrimiento del asteroide 2024 YR4, la posibilidad de que pudiera colisionar con la Tierra según las primeras observaciones de los expertos y, finalmente, la conclusión de que esto no ocurrirá en base a nuevas observaciones, fueron dados a conocer en su momento por los medios de comunicación. El artículo de Andrews muestra que los acontecimientos fueron más dramáticos que como fueron relatados, por la prensa. Así, mientras que los expertos se preocuparon a lo largo de dos meses por la ocurrencia de un desastre potencial, los demás, en buena medida, nos la pasamos sin susto.

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