El primer laboratorio científico de la historia

Homo neanderthalensis



El pasado 12 de febrero, durante la reunión anual de la Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia celebrada en Chicago, IL, un grupo internacional de investigadores encabezado por el Instituto Max Planck de Leipzig, Alemania, reportó haber obtenido un “borrador” del genoma del Neandertal. El anuncio –y la reunión misma, que llevó por tema: Nuestro Planeta y su Vida: Orígenes y Futuro- se hizo coincidir con el 200 aniversario del nacimiento de Carlos Darwin, el creador de la teoría de la evolución de las especies.

Los primeros restos fósiles del Neandertal fueron encontrados en el Valle del Neander en Alemania en 1856 y se cree que tienen una antigüedad de unos 50,000 años. Curiosamente, algunos investigadores especularon entonces que los restos correspondían a los de un jinete cosaco con las piernas arqueadas –hay que recordar que el descubrimiento se produjo tres años antes de que Carlos Darwin publicara su libro sobre el origen de las especies-. Con el tiempo, sin embargo, se reconoció que dichos restos no eran humanos y a los neandertales se les asignó su propia especie: “Homo neanderthalensis”.

Hoy en día, en virtud de los numerosos restos fósiles que han sido encontrados, sabemos que los neandertales eran un poco más bajos y más robustos que el promedio nuestro y que contaban con una musculatura considerablemente mayor. Sabemos también que carecían de mentón y que tenían frente huidiza en contraste con la frente vertical humana. La característica más notable del Neandertal era, sin embargo, el tamaño de su cerebro, que tenía un volumen comparable al nuestro. En concordancia con esta última característica, se sabe que los neandertales fabricaban y usaban herramientas de piedra y que dominaban el uso del fuego. Se ha incluso sugerido que tenían la capacidad de hablar.

Como es ahora aceptado, el Neandertal es un pariente cercano nuestro y con el que compartimos un ancestro común que vivió en África hace unos 500,000 años. El Homo sapiens y el Homo neanderthalensis salieron de África en distintas épocas y se reencontraron en Europa y en el Medio Oriente en donde convivieron por decenas de miles de años. Los neandertales sobrevivieron en Europa hasta hace unos 30,000 años y a partir de entonces se extinguieron como especie.

No hay acuerdo sobre cual fue la causa de la extinción del Neandertal. La creencia tradicional es que había perecido a manos del Homo sapiens, con quién no pudo competir por su inferioridad como especie. En actualidad, sin embargo, se acepta que las capacidades del Neandertal fueron grandemente subestimadas -posiblemente por nuestros prejuicios antropocéntricos- y que otras tesis más elaboradas tienen que emplearse para explicar su extinción.

Una de estas tesis sostiene que hubo una cruza entre el Homo sapiens y el Homo neanderthalensis y que, en virtud de que el número de aquellos era mucho mayor, los neandertales fueron absorbidos por nuestra especie. Quienes así opinan se apoyan, entre otros descubrimientos, en los restos de un niño encontrados en el valle Lapedo en Portugal en 1999 y a los que se les calcula una antigüedad de unos 25,000 años. Dichos restos, que son fechados en una época en el que había ya desaparecido el Homo neanderthalensis, muestran rasgos que parecen ser una mezcla de características humanas y neandertales. No obstante, de acuerdo con los resultados del estudio del genoma neandertal presentado el pasado febrero en Chicago, la cruza de las especies Sapiens y Neanderthalensis parece improbable. Resultaría entonces que el Neandertal se extinguió y que nosotros sobrevivimos por las diferencias en capacidad intelectual y de adaptación a un medio ambiente cambiante.

Por otro lado, independientemente de que se hayan cruzado o no, el que humanos modernos y neandertales hayan convivido e interactuado de algún modo durante la Edad de Piedra resulta por lo menos fascinante. Si los neandertales hubiesen sobrevivido hasta nuestros días –y no les faltó mucho para hacerlo- y si efectivamente, a pesar del tamaño de su cerebro, hubiesen sido intelectualmente inferiores, no hay duda de lo que hubiera resultado de nuestra interacción con ellos, dadas las tradiciones de discriminación racial y de prácticas de esclavismo que nos han caracterizado. En la Edad de Piedra, sin embargo, esta interacción tuvo que ser muy diferente, y en caso de no haber sido amigable, no debió de ir más allá de que unos y otros se vieran, ya sea como competidores por alimentos o como objetos susceptibles de ser convertidos en alimentos.

Como quiera que sea, aunque en estos tiempos no tendríamos la oportunidad de conocer a un Neandertal en persona, su influencia en al percepción que tenemos de nosotros mismos ha de ser profunda. En palabras de J. Zilhao y F. d´Errico, refiriéndose a la discusión sobre la capacidad del Neandertal para manejar símbolos (Scientific American, abril de 2000): “Independientemente de cual hipótesis resulte correcta, la barrera de comportamiento que parecía que separaba a los modernos humanos del Neandertal y que nos daba la impresión de ser únicos y particularmente agraciados -con la habilidad de producir culturas simbólicas- ha colapsado de manera definitiva”.

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