Hogar, dulce hogar

Norman Borlaug y la Revolución Verde



El pasado 12 de septiembre murió a los 95 años en Dallas, Texas, Norman Borlaug, conocido como el padre de la “Revolución Verde”. Esta revolución significó un incremento espectacular en la producción de trigo en los años cincuenta en México –y posteriormente en varios países asiáticos–, el cual fue producto del desarrollo de especies de trigo mejorado llevado a cabo en nuestro País por un grupo de investigadores encabezado por Borlaug. La Revolución Verde fue considerada en su momento la solución al problema de producción de alimentos derivado de la explosión demográfica mundial.

A mediados del siglo XX la población del mundo aumentaba exponencialmente duplicándose cada 35 años, en marcado contraste con el periodo de duplicación de 150 años del siglo XIX. La transición en la tasa de crecimiento demográfico, ocurrida en la primera mitad del siglo pasado, fue producto de la mejora en las condiciones de higiene de la población y de la disponibilidad de antibióticos al término de la Segunda Guerra Mundial.

En 1798 Thomas Robert Malthus predijo que la diferencia entre las velocidades de crecimiento demográfico y de producción de alimentos llevaría en algún momento a que estos últimos fueran insuficientes para sostener al creciente número de personas, lo que ocasionaría una catástrofe humanitaria de alcance global. En la segunda mitad del siglo XX, con una tasa de crecimiento poblacional sensiblemente más grande que la del siglo XIX, renacieron las preocupaciones maltusianas. La solución al problema de alimentar al mundo, se pensó, tendría que darse por dos vías: una reducción en la tasa de crecimiento demográfico y un incremento en la eficiencia de producción de alimentos.

En 1943, el Gobierno de México bajo la presidencia de Manuel Ávila Camacho estableció un programa de cooperación con la Fundación Rockefeller para realizar estudios sobre patología de plantas y producción de trigo y maíz, con el fin de incrementar la producción de estos cereales en nuestro País. La Fundación Rockefeller posiblemente decidió apoyar el programa previendo el problema alimentario mundial que sería patente años después.

Borlaug vino a México en 1944 como parte de dicho programa, con la misión de desarrollar variedades de trigo resistente a las plagas y con una mayor capacidad de aprovechamiento de fertilizantes, lo que redundaría en un mayor rendimiento por hectárea. Obtuvo variedades de plantas enanas que, sin embargo, producían más trigo que sus contrapartes más altas. El éxito de estos estudios fue tan grande que México pasó de tener un déficit de producción de trigo en 1944 a ser un exportador neto en 1963, incrementando la producción de este cereal por un factor de seis.

Las semillas de trigo desarrolladas en México por Borlaug fueron exportadas a la India y Pakistán, en donde tuvieron igualmente un gran éxito. Entre 1965 y 1970 ambos países casi doblaron su producción de trigo y alcanzaron la autosuficiencia, Pakistán en 1968 y la India en 1974. Las técnicas desarrolladas por Borlaug fueron también extendidas a otros cereales como el arroz, con resultados igualmente positivos. Por su trabajo en México y en otros países, a Norman Borlaug le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz en 1970.

Hablando de la contribución de Norman Borlaug a la paz del mundo, la presidenta del comité Nobel mencionó en su discurso de presentación del premiado: “Durante los 25 años que han pasado desde el fin de la guerra, aquellos de nosotros que vivimos en sociedades industrializadas hemos debatido casi en pánico acerca de la carrera entre la explosión demográfica mundial y la comida de que dispone el mundo. La mayor parte de los expertos que han expresado una opinión sobre esta carrera han sido pesimistas. El mundo ha oscilado entre el miedo a dos catástrofes –la explosión de población y la bomba atómica. Ambas son una amenaza mortal. En esta situación intolerable, con la amenaza del fin del mundo sobre nuestras cabezas, el Dr. Borlaug aparece en escena y corta el nudo gordiano. Nos ha dado una esperanza fundada, una alternativa de paz y de vida –la Revolución Verde.”

Borlaug, no obstante, tiene sus críticos, quienes aducen, por ejemplo, que las técnicas desarrolladas por él dependen de un uso intensivo de fertilizantes y pesticidas, y que esto inevitablemente tiene un impacto ambiental. Además, sostienen que se desplaza a los pequeños agricultores y se crea una dependencia con respecto a las grandes empresas agroindustriales, que resultan al final ser las grandes ganadoras. Por su lado, Borlaug argumentaba que las críticas las hacían personas instaladas en cómodas oficinas en Washington o Bruselas, y que si alguno de ellos viviera un mes en medio de la miseria de un país subdesarrollado, no dudaría en apoyar sus técnicas agrícolas.

Al margen de la controversia que su trabajo ha generado, lo que es incontrovertible es que Borlaug fue un investigador admirable que decidió venir a México en lugar de aceptar el trabajo que le ofrecía una compañía transnacional en los Estados Unidos, y que hubiera resultado mucho más cómodo. Además, alcanzar un éxito de investigación y de impacto social como el que tuvo, en un país como era el México de los años cuarenta, no es algo que podamos encontrar a la vuelta de la esquina.

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