El primer laboratorio científico de la historia

Vida después de la muerte



El pasado 2 de octubre nos enteramos por el periódico New York Daily News del penoso destino del cuerpo de Ted Williams –uno de los más grandes jugadores de las ligas mayores de beisbol, jugador toda su vida de los Medias Rojas de Boston, miembro del Salón de la Fama, dos veces ganador de la triple corona de bateo y el último en batear en una temporada por arriba de los .400 en porcentaje–, el cual fue entregado a su muerte en 2002 a la compañía Alcor Life Extension Foundation, de Scottdale, Arizona, para su preservación. El curso que siguió el cuerpo de Williams una vez que fue ingresado a las instalaciones de dicha compañía, según el New York Daily News, está relatado en el libro “Frozen”, escrito por Larry Johnson, un antiguo ejecutivo de Alcor. El diario tuvo acceso anticipado al libro, el cual será presentado el próximo martes en el noticiario televisivo “Nightline” de la cadena norteamericana ABC.

Alcor se especializa en mantener cadáveres en nitrógeno líquido a una temperatura de 196 grados centígrados bajo cero, con la esperanza de preservarlos sin deterioro físico hasta el tiempo en que exista la tecnología necesaria para resucitarlos y curarlos de la enfermedad que los llevó a la muerte. La compañía ofrece dos alternativas de preservación: el cuerpo completo o solamente la cabeza. La primera cuesta alrededor de 120,000 dólares, mientras que la segunda resulta más económica, pues solamente hay que desembolsar unos 50,000 dólares. Los deudos de Ted Williams se decidieron por la segunda opción.

Una vez en Alcor, según Larry Johnson, la cabeza de Williams fue separada del cuerpo por técnicos sin las certificaciones médicas necesarias y después de congelarla sumergiéndola en nitrógeno líquido, fue golpeada con una llave de tuercas en un intento para separarla de la lata de atún en la que había sido colocada para suspenderla en el líquido congelante. Con los golpes se desprendieron varios pedazos de la cabeza que se regaron por el suelo. Johnson relata, además, que antes de la sumersión, a la cabeza de Ted Williams le fueron practicados varios orificios en los que se colocaron micrófonos, los cuales registraron un total de 16 “cracks” de la masa encefálica conforme su temperatura descendía hasta los 196 grados centígrados bajo cero.

La preservación de cuerpos a bajas temperaturas, que recibe el nombre de Criónica, es considerada por sus defensores como una alternativa viable para detener el deterioro natural de un cadáver hasta un tiempo futuro –indeterminado en la actualidad– en el que sea posible revertir la muerte del “paciente”, la cual no consideran como definitiva sino como el inicio de un proceso que ha sido detenido con el congelamiento.

Muchos, sin embargo, colocan a la Criónica más en el campo de la ciencia ficción que en el del conocimiento científico. Apuntan, por ejemplo, que a temperaturas por abajo del punto de congelamiento del agua –no se diga a la temperatura del nitrógeno líquido– dentro de las células se forman cristales de hielo que las destruyen. Aun considerando que el agua es expulsada de interior de las células durante el proceso de enfriamiento, como se argumenta en respuesta, los cristales de hielo que se forman en su exterior destruyen estructuras, tales como vasos sanguíneos, que son esenciales para el funcionamiento de los tejidos orgánicos que de este modo quedan destruidos de manera irreversible.

Así, se argumenta que la Criónica está más cerca de la religión que de la ciencia, pues resulta más una cuestión de fe que de conocimiento científico objetivo creer que en el futuro será posible resucitar cadáveres congelados, dada la poca evidencia científica con la que actualmente se cuenta.

La Criónica, sin embargo, tiene un enorme atractivo pues ofrece la perspectiva de una de vida eterna, al igual que lo hace la mayor parte de las religiones. Los egipcios de la antigüedad, por ejemplo, practicaban hace 3,500 años complejas ceremonias que duraban 70 días, en las que los cuerpos de los muertos –los que contaban con suficientes recursos, por supuesto– eran momificados y preparados para el viaje al más allá, en donde tendrían que enfrentar un juicio sobre sus actos terrenales. De ser absueltos, su “ka” y su “ba” –algo así como su fuerza vital, y su alma o personalidad–, separadas al momento de la muerte, podían reunirse nuevamente y de esta manera alcanzar la vida eterna. La preservación de cuerpo físico era, sin embargo, indispensable pues sería habitado nuevamente por el “ba” y de ahí lo elaborado del proceso de momificación.

Las creencias egipcias sobre la muerte y los planteamientos de la Criónica tienen efectivamente puntos de contacto. En ambos casos se busca la inmortalidad y la preservación del cuerpo de la persona muerta. La momificación egipcia requería de la remoción de los órganos internos, incluyendo el cerebro que era extraído por la nariz. La excepción era el corazón, que no era removido pues pensaban que ahí residía el alma. En la Criónica, en contraste, el órgano esencial a preservar es el cerebro, que ahora sabemos es el lugar de residencia de lo que llamamos conciencia. Finalmente, como otro punto de contacto, si hemos de creer lo relatado por Larry Johnson, en ambas prácticas, las egipcias y las de la compañía Alcor, se maltrataba o maltrata a los cadáveres más allá de lo recomendable para su eventual resucitación futura.

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