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Como sabemos, el Origen de las especies está basado en las observaciones que hizo Darwin durante su viaje de 5 años alrededor del Mundo a bordo del HMS Beagle. El viaje se inició en el puerto de Plymouth, Inglaterra, el 27 de diciembre de 1831 y después de tocar las costas oriental y occidental de Sudamérica, cruzó los océanos Pacífico e Índico y retornó a Inglaterra vía el Cabo de Buena Esperanza.
Entre otros temas, el Origen de la especies trata de la evolución de plantas y animales y de la selección natural como el mecanismo que la explica. Es uno de los textos científicos más influyentes que se hayan publicado. Fue escrito, además, en un lenguaje sencillo y accesible a audiencias amplias.
La evolución de los seres vivos no era un concepto nuevo en la época de Darwin. Al principio del siglo XIX, por ejemplo, Lamarck postuló un mecanismo evolutivo mediante el cual los organismos vivos sufren pequeños cambios para adaptarse al medio ambiente en el que viven. Según Lamarck, estos cambios adquiridos pueden transmitirse a su descendencia, produciéndose de esta manera una transformación gradual acumulativa a través del tiempo. La evolución, sin embargo, no era un hecho aceptado de manera unánime en la primera mitad del siglo XIX. El Origen de las especies contribuyó de manera decisiva a cambiar este estado de cosas.
Darwin, no obstante, tuvo más éxito en persuadir a sus contemporáneos de que la evolución era real que en lograr que aceptaran a la selección natural como su causa. La selección natural está basada en el hecho que los organismos vivos tienen más descendientes que los que podrían sobrevivir. Aquellos que están mejor adaptados a su medio ambiente tendrán, entonces, mayores probabilidades de supervivencia y por lo tanto de reproducirse, heredando características ventajosas a sus descendientes. Se genera así un proceso evolutivo en el que las nuevas generaciones están en promedio cada vez mejor adaptadas a su medio ambiente, lo que eventualmente genera la aparición de una nueva especie. Darwin, sin embargo, no postuló un mecanismo específico –provisto hoy en día por la ciencia de la genética– por el cual se producen variaciones entre los distintos miembros de una generación y eso dificultó la aceptación de la selección natural como el mecanismo responsable de la evolución.
En su fascinante ensayo “Darwin´s delay”, Stephen Jay Gould nos ofrece una explicación alternativa. En dicho ensayo, Gould trae a colación el retraso de casi un cuarto de siglo entre el final del viaje del Beagle y la publicación del Origen de las especie. Gould atribuye este retraso, al menos en forma parcial, a la reluctancia de Darwin en provocar controversia con sus ideas. Mas que por sus afirmaciones sobre la evolución de las especies, Darwin temía a las reacciones que pudiera provocar el mecanismo –la selección natural– que postulaba como su causa. Este mecanismo implica que la evolución no tiene mas fin que el de adaptar a las especies al medio en el que viven. Implica, además, que la Naturaleza misma se encarga de todo el proceso, sin la intervención de fuerza o agente sobrenatural alguno. La existencia de un dios que le dé sentido a la evolución de las especies, incluyendo la nuestra, resulta de este modo innecesaria. Es a propagar esta herejía materialista, como la llama Gould, a lo que Darwin temía por la controversia que le acarrearía. Las consecuencias materialistas implícitas en el texto de Darwin aplicadas a nuestra propia especie resultan particularmente graves: si somos a fin de cuentas producto de un proceso de selección natural, difícilmente podemos asumirnos cualitativamente diferentes de otras especies. Perderíamos así nuestro supuesto lugar de privilegio en el Universo.
En realidad, hoy en día estamos en peligro real de perder este lugar por otra vía, y no filosófica. El cerebro humano, que supuestamente es la característica más distintiva de nuestra especie y la que nos hace superiores a todas las demás, según algunas opiniones podría ser superado en capacidad de procesamiento de información por máquinas computadoras en un futuro tan cercano como el año 2050. Estas máquinas cumplirían todas las funciones del cerebro humano, incluyendo las emotivas. Cuando esto suceda, no tendremos ya razón para declararnos la máxima creación en el Universo. Al mismo tiempo, el Mundo posiblemente esté celebrando el 200 aniversario de la publicación del Origen de la especies.
Interesante
Charles Darwin
Ciencia
Descendencia
El origen de las especies
Especie
Evolución biológica
Homo sapiens
Medio ambiente
Selección natural
Ser vivo
Siglo XIX
Texto
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San Luis Potosí
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