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Uno de los resultados científicos más vistosos reportados en los últimos meses es el relativo a la evidencia genética del cruce de nuestra especie humana con la especie Neandertal, el cual habría ocurrido en el Medio Oriente hace unos 80,000 años. Esta evidencia, que fue publicada el pasado 7 de mayo en la revista “Science” por un grupo internacional de investigadores encabezado por Svante Paabo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Alemania, está basado en el análisis del genoma Neandertal extraído de huesos encontrados en una cueva en Croacia, los cuales tienen una antigüedad de unos 40,000 años. De acuerdo con este estudio, el genoma del hombre moderno tiene contribuciones del genoma Neandertal, lo que demuestra su hibridación.

Los primeros fósiles de la especie Neandertal fueron descubiertos en Bélgica en 1829. Un segundo descubrimiento fue hecho en 1848 en Gibraltar. No fue, sin embargo, hasta que se realizó un tercer hallazgo en 1856 en el valle de Neander en Alemania –de donde la especie Neandertal toma su nombre– que se reconoció se trataba de una especie humana distinta a la nuestra. A partir de entonces se han descubierto numerosos sitios con restos de neandertales en Europa y en el Medio Oriente.

Se sabe que la especie Neandertal emigró de África hacia el Medio Oriente y Europa hace cientos de miles de años y que permaneció en el continente europeo hasta su extinción hace unos 25,000-30,000 años. De este modo, habría convivido con nosotros en el medio Oriente y en Europa por decenas de miles de años y la pregunta obligada es qué tipo de relación tuvimos con ellos. De manera posiblemente prejuiciada, la respuesta que inicialmente se dio a esta pregunta es que nuestra especie había hecho la guerra a los –supuestamente inferiores– neandertales hasta acabar con ellos. En los últimos años, sin embargo, se ha especulado que quizá, después de todo, las relaciones entre el Homo sapiens y el Neandertal pudieran haber sido –en algunos casos– más amistosas.

Así, en 1998 fueron descubiertos en Abrigo do Lagar Velho, Portugal, los restos de un niño de cuatro años, con una antigüedad de 25,000 años, los cuales presentan rasgos anatómicos combinados entre el Homo sapiens y el Neandertal. En un artículo científico publicado en 1999 por un grupo de investigadores portugueses y de otros países europeos, esto ha sido interpretado como evidencia del cruce entre estas dos especies humanas.

Los resultados de Paabo y colaboradores recientemente publicados añaden a las evidencias arqueológicas de Lagar Velho, nuevas evidencias –en este caso genéticas– de que el hombre moderno y el Neandertal se mezclaron en algún momento hace decenas de miles de años. De modo que, como lo menciona Paabo, el Neandertal de alguna manera no se extinguió, sino que vive entre nosotros en los genes de una parte de la población del mundo.

Un resultado interesante de los estudios genéticos sobre el genoma Neandertal es que el mismo está presente en las poblaciones europeas y asiáticas pero no en las africanas. Esto sugiere que el cruce entre el Neandertal y el Homo sapiens se dio después de que estos últimos salieron de África, posiblemente en el Medio Oriente. A esta conclusión se llegó después de comparar el genoma de cinco personas nativas de África, China, Papúa Nueva Guinea y Francia con el genoma Neandertal. Así, mientras que europeos y asiáticos están emparentados con los neandertales, éste no es el caso de los africanos.

El descubrimiento de nuestra relación con el Neandertal con seguridad cambiará la manera en la que nos vemos a nosotros mismos. Cuando Charles Darwin hace 150 años enunció su teoría de la selección natural y la evolución de las especies, provocó fuertes reacciones por sus implicaciones sobre nuestra posición en el mundo natural. Poco a poco, sin embargo, nos hemos adaptado a estas implicaciones. De este modo, por ejemplo y aunque no de manera universal, hoy en día aceptamos que los chimpancés y el hombre moderno tienen un antepasado común. Esta aceptación se ha facilitado posiblemente por el hecho de que el ancestro común vivió en una época extraordinariamente lejana, de varios millones de años, con lo que el parentesco resulta extremadamente lejano. Además, nuestra superioridad intelectual con respecto a los chimpancés es incontrovertible.

En contraste, sabemos que no existía una diferencia marcada en capacidad intelectual ni en aspecto físico entre el hombre moderno y el Neandertal, que tenía un cerebro más grande y que incluso podría haber manejado herramientas más elaboradas. Ambas especies, además, interaccionaron en una época relativamente cercana, hace cuando mucho 25,000-30,000 años, que es apenas tres veces el tiempo transcurrido desde la invención de la agricultura y el inicio de nuestra civilización. Existe de este modo un efecto de proximidad en tiempo y capacidad intelectual que hace más que evidente que no ocupamos un lugar especial en el mundo. Tan evidente es que incluso buena parte de los habitantes del mundo provienen de una hibridación de dos especies humanas, resultado de relaciones más que amistosas.

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