El primer laboratorio científico de la historia

A 65 años de Hiroshima y Nagasaki



El pasado 6 de agosto se cumplieron 65 años desde que Hiroshima se convirtió en la primera ciudad en sufrir un ataque nuclear. A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, un bombardero estadounidense B29 –apodado “Enola Gay” en honor a la madre de su capitán, Paul Tibbets”– detonó una bomba nuclear sobre Hiroshima. Entre 90,000 y 160,000 personas murieron en el momento de la explosión o en el curso de unos pocos meses. Tres días después –el día de mañana se cumplirán también 65 años–, una segunda bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad de Nagasaki. A diferencia de Hiroshima, que es una ciudad plana, Nagasaki fue parcialmente protegida por colinas, con lo que la bomba solamente aniquiló entre 60,000 y 80,000 personas.

La ceremonia de aniversario de la explosión sobre Hiroshima, que año con año se lleva a cabo en el Parque de la Paz de esa ciudad, tuvo en esta ocasión un significado especial, pues contó, por primera vez, con la presencia del embajador de los Estados Unidos en Japón, además del Secretario General de la ONU y de representantes de Francia y del Reino Unido, países también en posesión de arsenales atómicos.

Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki han sido siempre motivo de controversia y de posiciones contradictorias, y en este respecto la ceremonia del pasado viernes en el Parque de la Paz no fue la excepción. Como apunta Eric Johnston, reportero de The Japan Times, si bien tanto el alcalde de Hiroshima como el Secretario General de la ONU urgieron al Japón a que haga su parte a fin de lograr la abolición de la armas atómicas en el mundo, no mencionaron nada con respecto a las exportaciones de tecnología nuclear japonesa a países que no han firmado el tratado de no proliferación de armas atómicas, como es el caso de la India.

Con las diferentes posiciones que se tienen con respecto a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki es posible hacer un mosaico multifacético, que incluye tanto aspectos morales, como testimonios e intentos de racionalizar el uso de la bomba atómica en contra de la población civil.

Como primer elemento de dicho mosaico es menester incluir a los “Hibakusha”, es decir a los sobrevivientes de los bombardeos atómicos, contando historias espeluznantes acerca que lo que vivieron inmediatamente después de la explosión –visiones apocalípticas de personas con los ojos reventados o caminando como fantasmas sin rumbo fijo con la piel colgando a modo de jirones, entre otros muchos horrores– y de los problemas de salud que han padecido a los largo de su vida por efectos de la misma.

Contrastamos estos testimonios con las declaraciones recientes de Gene Tibbets, hijo del piloto del Enola Gay, en las que “truena” contra la administración del Presidente Obama por haber enviado a su embajador en Japón a la ceremonia en el Parque de la Paz. En declaraciones a Fox News dijo que esto constituye una apología implícita al bombardeo de Hiroshima que su padre nunca hubiera aprobado. Afirmó: “Se esta haciendo que parezca que los japoneses fueron una pobre gente, como si no hubieran hecho nada. Atacaron Pearl Harbor y nos golpearon. Nosotros no matamos a los japoneses. Nosotros paramos la guerra”.

Retrocediendo 65 años en el tiempo –a la manera de una película con “flashback”–, podemos imaginar a Robert Oppenheimer, cabeza científica del proyecto Manhattan mediante el cual se desarrolló la bomba atómica –y una persona intelectualmente superior a todos los demás participantes en dicho proyecto, según Hans Bethe, también participante y premio Nobel de Física– a Enrico Fermi, a Arthur Compton y a Enrnest Lawrence, todos premios Nobel de Física, firmando un carta en la que le expresan su recomendación sobre el uso militar inmediato de la bomba contra Japón, como único medio de acortar la guerra y salvar vidas norteamericanas. La carta fue dirigida al “Interim Committee”, un comité de alto rango formado en mayo de 1945 por el Secretario de Guerra norteamericano, el cual a su vez hizo la recomendación de que la bomba se usara sin aviso previo contra una instalación militar o fabrica rodeada de casas habitación o de otros edificios susceptibles de sufrir daños.

No menos memorable es la fotografía del físico norteamericano Luís Walter Álvarez –igualmente premio Nobel de Física–, posando enfrente del bombardero que acompaño al Enola Gay en su misión a Hiroshima, y apodado, en forma irónica, “El gran artista”. Álvarez viajó como observador científico a bordo de este bombardero y realizó mediciones de la intensidad de la explosión por medio de detectores montados en paracaídas, los cuales fueron lanzados sobre Hiroshima momentos antes de la explosión.

Hay que mencionar, no obstante, que si bien hubo científicos de alto nivel que aprobaron el uso militar de la bomba y que colaboraron en su desarrollo, hubo también intentos por parte de otros científicos para tratar de evitarlo. Estos intentos, sin embargo, fueron infructuosos. Más allá de un imperativo moral, como un argumento en contra del uso de la bomba se adujo que con una acción como ésta se desataría una carrera nuclear armamentista y que los Estados Unidos no tendrían fuerza moral para frenarla. Los años nos han mostrado lo acertado de estos razonamientos.

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