El primer laboratorio científico de la historia

Dormir o no dormir



Como es del dominio público, en el manifiesto conocido como Plan de San Luis, emitido desde San Antonio, Texas, Francisco I. Madero convocó al levantamiento armado contra el Gobierno de Porfirio Díaz el 20 de noviembre de 1910, precisamente a las seis de la tarde. Este hecho fue comentado en el programa del pasado lunes del noticiero matutino de Carmen Aristegui, aventurándose la explicación de que el levantamiento había sido fijado a una hora tan avanzada del día a fin de que no interfiriera con la tradicional siesta que se acostumbra tomar en México después de la comida del mediodía. Si bien esta es una posible explicación, una más simple –y por tanto más probable– es que, dadas las inclinaciones espiritistas de Madero, alguno de los espíritus con los que tenía comunicación le haya indicado que tal fecha y tal hora eran las más adecuadas para iniciar la sublevación.

En dado caso, no sería la primera vez que nuestra costumbre de tomar siestas haya tenido grandes consecuencias para el País. Como bien sabemos, el 21 de abril de 1936 el general texano Samuel Houston derrotó a la fuerzas de Antonio López de Santa Anna en la batalla de San Jacinto, cerca de la actual ciudad de San Antonio, Texas, derrota que llevó a la independencia de Texas y, con el tiempo –después de la Guerra México-Estados Unidos–, a la pérdida de la mitad del territorio nacional. En la batalla de San Jacinto las tropas de Santa Anna fueron sorprendidas por Houston cuando se encontraban durmiendo la siesta, siendo derrotadas –y posteriormente masacradas– en sólo 18 minutos, a pesar de doblar en número a las tropas enemigas.

Dormir la siesta, sin embargo, no es necesariamente una mala práctica –sólo que hay que escoger el momento adecuado para llevarla a cabo–, como ha sido demostrado en años recientes a través de diversos estudios científicos. Por ejemplo, una investigación llevada a cabo de manera conjunta por la Escuela de Salud Pública de la Universidad Harvard y la Escuela de Medicina de Atenas, Grecia, llevado a cabo con 24,000 hombres y mujeres durante seis años, encontró que aquellos que durmieron siestas de al menos 30 minutos y por al menos tres veces por semana, tuvieron un 37 por ciento menos riesgo de morir de una dolencia cardiaca que aquellos que no lo hicieron. Este porcentaje se elevó a un 64 por ciento entre personas que trabajan.

Se ha encontrado también que tomar una siesta breve reduce la fatiga y mejora la concentración y, por consecuencia, la eficiencia en el trabajo. Esto sigue siendo cierto –aunque menos efectivo– aún si la siesta se toma sentado en una silla y reclinado sobre un escritorio, como lo comenta la Sociedad Británica de Fisiología (Research Digest Blog, abril de 2010).

En contra de la opinión prevaleciente en algunos países industrializados, en donde se ha considerado tradicionalmente que las siestas son propias de flojos y haraganes, se ha sugerido incluso que a los trabajadores se les debería dar un cierto tiempo de descanso para que puedan tomar una siesta breve después de la comida del mediodía, con lo que presumiblemente se incrementaría su productividad.

Siguiendo esta idea, MetroNap, una compañía con presencia en varios países, ofrece a “compañías medianas y grandes” equipos en renta –sillones de aspecto futurista y con bocinas para escuchar música– diseñados para tomar siestas breves. De acuerdo con la página web de MetroNap, “una siesta de 15-20 minutos puede incrementar la energía por hasta 8 horas” –no queda claro, sin embargo, si MetroNap, tiene dormitorios en sus instalaciones para aumentar la productividad de sus propios empleados–. MetroNap ofrece también la posibilidad de tomar una siesta en sus instalaciones; una de éstas se localiza en el edificio “Empire State” en la ciudad de Nueva York, la cual ofrece siestas de 20 minutos por 14 dólares.

El poder de las siestas era aparentemente conocido por Leonardo da Vinci hace ya 500 años, quién, de acuerdo a la leyenda y para aumentar su productividad, habría dormido solamente un total de hora y media por día, en siestas de 15 minutos cada dos horas. De acuerdo con la revista Science (vol 249, 1990), esta práctica de sueño fue adoptada por un artista contemporáneo de 27 años quien pudo mantenerla por seis meses, durmiendo un promedio de 2.7 horas diarias –después de lo cual hubo de suspenderla por “no saber qué hacer con todo el tiempo que le quedaba libre, ya que no era otro Leonardo”.

¿Se extenderá en el futuro la práctica de tomar siestas breves en fábricas y oficinas, presumiblemente para aumentar la productividad, y como un bono extra la esperanza de vida? No lo podemos saber en estos momentos, pero de ser este el caso, en México, al igual que en otros países en donde se practica la siesta, nos habremos adelantado a nuestro tiempo.

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