El primer laboratorio científico de la historia

Consejos para una dieta



Imagínese ingiriendo sin límite todos los días la comida que más le gusta hasta sentir que ha saciado su apetito –comida que quizás sea alta en carbohidratos o grasas de todo tipo y esté rebosante de colesterol–; imagine, además, que el comer sin límite no le trae consecuencias graves a su salud. Todo esto suena bien, pero, por supuesto, va en contra de la evidencia médica con que se cuenta.

Y sin embargo, un estudio publicado recientemente en la revista “Science” (10 de diciembre de 2010) por investigadores de la Universidad Carnegie Mellon, en los Estados Unidos, encabezados por Carey Morewdege, nos indica que después de todo quizás sea posible comer todo lo que nos gusta sin atentar contra nuestra salud. Esta es la noticia buena, la mala es que parte de la comida que ingiramos tendría que ser virtual; es decir, estaría solamente en nuestra imaginación.

En el estudio de referencia, que lleva por título “Pensamientos en lugar de comida: al imaginar el consumo se reduce el consumo real”, se concluye que imaginar de manera repetida que se ingiere un determinado alimento resulta al final en un menor consumo del mismo. De este modo, si se quiere disminuir la ingesta real de un alimento en particular, sin llegar a padecer hambre, bastaría con imaginar varias veces que lo consumimos. Estas conclusiones fueron alcanzadas mediante una serie de experimentos en las que se pidió a un grupo de personas que imaginaran ingerir un alimento específico, para investigar después como esto afecta al apetito por ese alimento en particular.

En uno de los experimentos, un total de 51 personas fueron divididas en tres grupos y se les pidió que imaginaran realizar un total de 33 acciones. A un primer grupo se le solicitó que imaginara insertar de manera secuencial 33 monedas en una máquina lavadora de ropa. A un segundo grupo se le pidió que imaginaran insertar 30 monedas en la lavadora y que además imaginaran ingerir tres lunetas de chocolate de colores –de acuerdo con los autores del estudio, las acciones de imaginar depositar una moneda en la ranura de la lavadora y de ingerir una luneta se procesan de manera similar en el cerebro, de modo que ambos grupos de personas llevaron a cabo un mismo número de operaciones–. Un tercer y último grupo imaginó insertar tres monedas en la máquina lavadora e imaginó ingerir 30 lunetas. Al final, a los tres grupos de personas se les presentó una copa con 40 gramos de lunetas y se les permitió comer tantas como quisieran.

Se encontró que los dos primeros grupos –el que no imaginó consumir lunetas y el que imaginó consumir tres–, ingirieron aproximadamente la misma cantidad de “lunetas reales”. El “consumo” de solamente tres “lunetas virtuales” no afecto entonces el apetito por las mismas. En contraste, el grupo que “ingirió” 30 “lunetas virtuales” consumió solamente la mitad de las “lunetas reales” de los dos primeros grupos.

Cuando comemos un alimento que nos apetece –por ejemplo, una barra de chocolate– nos sabe mejor el primer bocado que el décimo. Esto es debido a que en la medida en que consumimos el alimento nos “habituamos” al mismo, disminuyendo nuestro deseo de seguir ingiriéndolo. Los resultados de Morewedge y colaboradores nos indican que podemos habituarnos a un determinado alimento no solamente si lo consumimos en forma real, sino también si solamente lo hacemos en nuestra imaginación.

De acuerdo con los autores del artículo de referencia, sus resultados pueden aplicarse al desarrollo de métodos más efectivos para reducir el ansia por el consumo de drogas, así como por el consumo de alimentos no saludables.

Como parte de una dieta, nuestro apetito podría ser entonces saciado de manera sana mediante una combinación juiciosa de “comida real” –como es lo usual– y de “alimentos virtuales”. Antes de sentarnos a la mesa podríamos entonces imaginar que comemos tal o cual alimento de manera repetida –¿treinta veces?– y esto –de acuerdo al trabajo de Morewedge y colaboradores– bastaría para que disminuyamos la cantidad de dicho alimento que después ingiramos. Hay que hacer notar, sin embargo, que tendríamos que hacer la misma operación para cada tipo de comida que vayamos a consumir, pues el mecanismo por el que nos habituamos a determinado alimento –de manera tanto real como virtual–, funciona solamente para ese alimento en particular.

¿Sería este un procedimiento práctico para bajar de peso? No es claro que lo sea, pero si tenemos problemas de sobrepeso y suficiente tiempo antes de la comida, quizás valdría la pena probarlo.

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