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Zahi Hawass, jefe del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto, sin embargo, sostiene que recientemente descubrieron documentos que demuestran que los egipcios fueron engañados por el arqueólogo alemán, quién habría cubierto de barro el busto de Nefertiti para ocultar su importancia histórica y artística, y apartarlo de este modo de la atención de los egipcios.
Lo anterior no es reconocido por las autoridades alemanas que afirman, a su vez, contar con documentos que demuestran precisamente lo contrario. Sostienen que el busto pertenece de manera legal a su país y se niegan a devolverlo a su lugar de origen. Al respecto, el alcalde de Berlín, ciudad en donde se encuentra el museo de antigüedades egipcias que aloja al busto de la reina, declaro que “Nefertiti se queda en Berlín. No se saqueó nada. Hubo un acuerdo justo y no hay razón para devolverla a Egipto”.
No es claro quién tiene la razón, pero una simple vista de la imagen del busto policromado de Nefertiti, de rasgos perfectos y cuello alargado, y que ejerce de manera inmediata una atracción casi magnética, nos convence que de haberlo apreciado en toda su magnitud los egipcios no podrían haber estado de acuerdo en que saliera de su país –a menos, por supuesto, de que hubieran existido otro tipo de motivaciones.
La solicitud egipcia a Alemania, por otro lado, no ha resultado oportuna dados los súbitos problemas políticos que ha experimentando Egipto en los últimos días y que podrían reforzar los argumentos en contra de la devolución del busto. Según la agencia Reuters, algunas de las escenas de protesta más violentas se han dado en plazas y calles cercanas al Museo Egipcio del Cairo y aunque se reporta que el ejército egipcio ha resguardado sus instalaciones, no está claro si están fuera de peligro.
Al respecto, nos viene a la mente el saqueo que sufrió el Museo Nacional de Irak cuando se produjo la toma de Bagdad por el ejército norteamericano en abril de 2003. De acuerdo con informaciones periodísticas de la época, dicho museo –que aloja piezas arqueológicas que representan cinco mil años de historia del lugar que fue la cuna de nuestra civilización– sufrió un saqueo extensivo a lo largo de tres días durante los cuales fueron robados 170,000 objetos –número que ha sido reducido a 15,000 en estimaciones recientes–. Este saqueo fue posible debido a que el ejército norteamericano no protegió el museo a pesar de la solicitud en ese sentido de los directivos del mismo.
En el saqueo, además, participaron ladrones que sabían lo que robaban y que iban preparados para abrir cerraduras y para transportar objetos de varios cientos de kilogramos de peso. Era de esperarse, entonces, que muchos de los objetos robados aparecieran posteriormente en el mercado negro internacional de antigüedades. En efecto, en el año de 2006 el gobierno norteamericano recuperó en los Estados Unidos y entregó a Irak la estatua de un rey sumerio que había sido robada del museo de Bagdad. La estatua tiene un peso de cientos de kilogramos y una antigüedad de 4,400 años.
Los objetos arqueológicos son parte de la herencia cultural de un pueblo y desde este punto de vista, independientemente de cómo el busto de Nefertiti haya salido de Egipto –legal o ilegalmente, con o sin el consentimiento del gobierno egipcio– debe regresar a su lugar de origen. Hay quién defiende, por el contrario, que debería estar en el lugar en el que pueda ser visto por el mayor número de personas, que en este caso posiblemente sea Berlín. Quien así piensa, es posible que también considere válido el argumento de la seguridad de la pieza arqueológica, que en estos momentos seguramente será mayor en Berlín que en el Cairo.
Esto, sin embargo, no ha sido siempre así. Durante la Segunda Guerra Mundial el busto de Nefertiti tuvo que ser retirado en 1943 del museo en Berlín en donde se le mantenía y puesto en un lugar más seguro. Esta decisión fue afortunada pues el museo fue posteriormente destruido.
Tendríamos entonces que ser cuidadosos con los argumentos para justificar que objetos que son parte de la herencia cultural de un pueblo –bustos, estatuas, obeliscos, frisos etc.– residan fuera de su lugar de origen.
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San Luis Potosí
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