Hogar, dulce hogar

Problemas con el pulmón del planeta



El Río Amazonas, que nace en los Andes peruanos y desemboca en el Océano Atlántico después de recorrer 6,800 kilómetros, es el más caudaloso –y también el más largo– del mundo. Vierte anualmente en el Océano Atlántico el equivalente al 20% de las reservas mundiales de agua dulce. La cuenca amazónica cubre una extensión de 7 millones de kilómetros cuadrados de los cuales el 80% –casi tres veces la superficie de nuestro País– corresponden a la selva amazónica.

Dadas sus enormes proporciones, lo que ocurra en la selva amazónica puede llegar a tener un impacto global. En este respecto, en los años 2005 y 2010 la cuenca del Amazonas sufrió sequías severas que se suponía podrían producirse solamente “cada cien años”. Estas sequías altamente atípicas provocaron una baja considerable en los niveles de algunos afluentes del Río Amazonas y en relación a esto, nos encontramos en los medios escritos con numerosas fotografías de embarcaciones y peces muertos yaciendo sobre lechos secos de ríos.

Esto ha tenido consecuencias graves para las poblaciones ribereñas que usan los ríos como vías de comunicación. Iquitos, por ejemplo –ciudad en la selva amazónica peruana que tuvo un gran desarrollo hace un siglo gracias a la fiebre del caucho y que cuenta en la actualidad con casi medio millón de habitantes–, solo tiene comunicación con el exterior por vía fluvial o aérea y sufrió grandemente las sequías de 2005 y 2010. De la misma manera, la sequía del año pasado redujo el nivel del Río Negro –afluente del río Amazonas, que confluye con el mismo en la ciudad brasileña de Manaos– a su nivel más bajo desde que se empezó a medir hace cien años. Esto lo convirtió en innavegable, aislando a las poblaciones asentadas en sus orillas.

En una escala global, las consecuencias que las sequías de 2005 y 2010 puedan tener sobre nuestro planeta están aún por verse. Hay que notar, sin embargo, que la selva amazónica –llamada el “pulmón del mundo”– tiene un papel relevante como regulador del dióxido de carbono en la atmósfera –causante del cambio climático– y que dichas sequías pueden comprometer su capacidad para seguir actuando como tal.

Sabemos que a través del proceso de fotosíntesis las plantas absorben el dióxido de carbono de la atmósfera y lo convierten –juntamente con otros nutrientes– en materia orgánica. La selva es entonces un sumidero de dióxido de carbono. La sequía, sin embargo, produce la muerte de un cierto porcentaje de los árboles de la selva, reduciendo su capacidad como “pulmón” del planeta. Además, al descomponerse, los árboles muertos liberan dióxido de carbono contribuyendo positivamente al incremento de la concentración de este gas en la atmósfera. Un factor adicional en este sentido son los incendios forestales intencionales empleados en la deforestación, los cuales son agravados por la sequía.

En un artículo publicado el pasado 4 de febrero en la revista “Science”, un grupo de investigadores británicos y del Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia de Brasil, reportan un estudio de la sequía de 2010 empleando datos de satélite. Concluyen que afectó a un área de 3 millones de kilómetros cuadrados de selva –una vez y media la superficie de México– principalmente en tres regiones: suroeste de la Amazonía, norte-centro de Bolivia y el estado brasileño de Mato Grosso. En comparación, la sequía de 2005 fue menos severa, afectando una superficie de poco menos de 2 millones de kilómetros concentrada en el suroeste de la cuenca del Amazonas.

Aunque no está claro el origen preciso de los eventos de 2005 y 2010 en la Amazonia, los autores del artículo referido arguyen que varios modelos de clima predicen un incremento, tanto en frecuencia como en severidad, de las sequías en la región amazónica por el aumento paulatino en la concentración de gases de invernadero en la atmósfera, la cual ha venido ocurriendo desde hace medio siglo por la quema de combustible fósiles. Las sequías podrían entonces estar originadas, en último término, por acciones nuestras. No hay, sin embargo, resultados definitivos en este respecto y el asunto es todavía motivo de discusión entre los expertos.

Es,no obstante, motivo de preocupación que un evento de sequía que anteriormente se pensaba podría ocurrir una vez cada cien años, se haya repetido en solamente cinco. La preocupación aumenta al leer la frase con la que se cierra el artículo de los investigadores británicos y brasileños “Si los eventos de sequía continúan, la era de una selva amazónica intacta que actúa como un amortiguador del incremento de dióxido de carbono en la atmósfera podría ser cosa del pasado”.

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