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Predicción de terremotos



El 3 de febrero de 1975 las autoridades chinas ordenaron la evacuación de la ciudad de Haigcheng en el norte del país. Al día siguiente, la ciudad fue golpeada por un terremoto de magnitud 7.0 en la escala de Richter, matando a 2,000 de sus habitantes. De acuerdo con la agencia científica del gobierno norteamericano “US Geological Survey”, la evacuación de Haigcheng salvó un estimado de 150,000 vidas del millón de habitantes con que la ciudad contaba en esos momentos. El evento constituye la primera predicción exitosa de un terremoto de gran magnitud.

Los sismólogos chinos fueron puestos en alerta sobre la posible ocurrencia de un macro-sismo en Haigcheng por indicios tales como cambios en la elevación del terreno y en los niveles de las aguas subterráneas, observados meses antes de que el terremoto finalmente ocurriera. Se convencieron de la inminencia del mismo por un incremento en la actividad sísmica y fue entonces que recomendaron la evacuación de la ciudad.

Desgraciadamente, los científicos chinos no han sido igualmente exitosos en otros casos. No pudieron predecir, por ejemplo, el sismo de magnitud 7.5 que el 17 de julio de 1976 devastó a la ciudad china de Tangshan matando a 250,000 personas. Tampoco lo hicieron con el terremoto de magnitud 7.9 que el 12 de mayo de 2008 –previo a la Juegos Olímpicos de Beijing– golpeó a la región de Sichuan en el suroeste de China resultando más de 70,000 víctimas fatales.

En realidad, la mayoría de los expertos concuerda en que los conocimientos geofísicos de que disponen en la actualidad no son suficientes para predecir con un mínimo de certeza la inminencia de un terremoto. Es difícil, además, hacerlo de manera empírica como sucedió en Haigcheng, pues un terremoto de gran magnitud no siempre está precedido por indicios como los que alertaron a los expertos chinos. Lo más que los sismólogos pueden hacer es dar una estimación de la probabilidad de que ocurra un terremoto de gran magnitud en un determinado lugar sobre la base de su historia sísmica. Estas predicciones, sin embargo, no siempre resultan acertadas.

A falta de un adecuado conocimiento de la geofísica de los terremotos que permitan su predicción precisa, queda el recurso de alertar a la población –o los operadores de instalaciones o servicios susceptibles de sufrir daño– una vez que un macro-sismo ha ocurrido, a fin de que tome las medidas pertinentes. Con este propósito, varios países asentados en zonas sísmicas –incluyendo a México– se han dado a la tarea de construir sistemas de alerta de macro-sismos. En este respecto destaca Japón, que ha mantenido funcionando desde 2007 una red de 1,000 sismógrafos distribuidos a lo largo de su territorio. Esta red permite alertar sobre el arribo de una onda sísmica a una determinada población con una anticipación que depende de la distancia de dicha población al epicentro del sismo.

La tecnología que permite realizar esto hace uso del hecho que en un terremoto se generan dos clases de ondas sísmicas, las ondas P y las ondas S. Las ondas P –que son relativamente poco dañinas– viajan desde el epicentro del sismo a aproximadamente el doble de la velocidad de las ondas S –que son las causantes de la mayor destrucción–. Una vez que se produce un sismo, las primeras ondas en arribar al sismógrafo más cercano son entonces las ondas P. El sismógrafo analiza su amplitud y decide si las ondas S que le siguen corresponden a un sismo de gran magnitud, en cuyo caso emite una alarma que se propaga a gran velocidad a través del sistema de telecomunicaciones del país. No obstante, puesto que el sistema requiere de algunos segundos para determinar la magnitud del sismo antes de enviar la alerta –y así evitar falsas alarmas–, para poblaciones cercanas al epicentro esta alerta puede llegar después del sismo.

En el caso del sismo del pasado 11 de marzo en el norte de Japón, la ciudad de Tokio, localizada a 400 kilómetros del epicentro, recibió la señal de alerta con una antelación de más de un minuto a la llegada del sismo. En poblaciones cercanas al epicentro, de acuerdo con la agencia meteorológica japonesa –responsable del sistema de alerta– queda por determinarse que tan útil fue la alarma.

El terremoto del pasado 11 de marzo de magnitud 9.0 en la escala de Richter ha sido el de mayor intensidad sufrido por Japón. Dada esta circunstancia, los expertos consideran que el número de víctimas relativamente bajo –hasta ahora cerca de 2,000, aunque el número se está elevando rápidamente– se debió, entre otros factores, al sistema de alerta temprana que fue probado por primera vez con un sismo de grandes dimensiones.

Dos mil muertos, no obstante, son muchos muertos, y si a esto le añadimos los graves problemas que está experimentando la planta nuclear de Fukushima, es claro que no nos libraremos de los desastres causados por los terremotos hasta que no tengamos un conocimiento profundo de las causas que los originan y seamos capaces de predecir cuándo ocurrirán.

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