El primer laboratorio científico de la historia

Efecto Google y memoria colectiva



¿Cuál es el nombre de pila del papa Benedicto XVI? Sin duda habrá quien de manera inmediata conteste acertadamente. Más comúnmente, sin embargo, habrá quién no lo recuerde en ese momento –y lo tenga, quizá, en la punta de la lengua– o de plano no lo sepa. Afortunadamente, para estos últimos dos casos tenemos a nuestra disposición la red Internet. En efecto, tecleando en una computadora o en un teléfono inteligente las palabras “Benedicto XVI”, nos aparece una liga a la Wikipedia en donde obtenemos de manera expedita el nombre completo del papa: Joseph Aloisius Ratzinger –aunque en la biografía oficial de la página del Vaticano aparece solamente como Joseph Ratzinger y en otros sitios como Karl Joseph Aloisius Ratzinger–. Nos enteramos, además, que nació en Marktl an Inn, Baviera, Alemania, el 16 de abril de 1927 y que se ordenó sacerdote el 29 de junio de 1951, entre muchos otros de sus datos biográficos.

Lo que se aplica a la biografía del papa se aplica igualmente a prácticamente toda la información pública, de modo que unos pocos tecleados en la computadora es todo lo que nos separa de todo un universo de información –aunque debamos tener cuidado con las fuentes consultadas, pues en Internet también encontramos información falsa.

Dada la facilidad de obtener información a través de la red, no es sorprendente que estemos adoptando a Internet como una especie de extensión de nuestra memoria, tal como lo reportan en un artículo publicado el pasado jueves en la revista “Science”, la psicóloga Betsi Sparrow de la Universidad Columbia en Nueva York y sus colaboradores de las universidades Harvard y de Wisconsin. De acuerdo con Sparrow, Internet nos está haciendo “flojos” para memorizar hechos que puedan ser consultados a través de la red. Así, no tenemos necesidad de memorizar todo lo concerniente a Joseph Ratzinger o a cualquier otro personaje, si en un minuto y sin esfuerzo podemos extraer desde nuestra “extensión de memoria” lo que necesitemos saber acerca del tema. Sparrow y colaboradores llegaron a esta conclusión mediante varios estudios realizados con estudiantes de las universidades Harvard y Columbia.

En un experimento se hicieron preguntas a los participantes los cuales tenían que ser respondidas con un sí o con un no –por ejemplo, “El ojo de un avestruz es más grande que su cerebro”–. El experimento no pretendía que los estudiantes contestaran realmente las preguntas, sino averiguar si su intención para hacerlo era consultar Internet. Se encontró que este es efectivamente el caso.

En un segundo experimento, a los participantes les fueron mostradas una serie de preguntas y se les permitió que las escribieran en la computadora. A la mitad del grupo se le dijo que lo que habían escrito se guardaría en la memoria de la máquina, mientras que al otro grupo se les mencionó que sería borrado. En seguida, se les pidió que escribieran de memoria las preguntas. El resultado fue que aquellos a los que se les dijo que lo que habían escrito sería borrado recordaban mejor la serie de preguntas que aquellos que sabían que podrían disponer posteriormente de la información guardada en la computadora. Esto indica que este último grupo fue más “flojo” para memorizar la información, confiando en que estaba almacenada en otro lado.

Los autores del artículo, no obstante, señalan que lo más notable de sus descubrimientos es que en lugar de memorizar datos, dirigimos nuestro esfuerzo a memorizar procedimientos para encontrar el lugar en el que están guardados. Esta conclusión fue alcanzada mediante un tercer experimento en el que a los participantes se les mostró nuevamente una serie de preguntas y luego se les permitió que las anotaran en la computadora. Las preguntas fueron en seguida divididas en tres grupos. Un primer grupo fue guardado en la memoria general de la máquina, un segundo grupo fue almacenado en una serie de carpetas con nombres dados y un tercer grupo fue borrado. Al igual que en el caso anterior, las preguntas eliminadas fueron más fácilmente recordadas por los participantes. Estos, sin embargo, no tuvieron ningún problema para recordar en qué carpeta había sido guardada determinada pregunta.

La explosión de Internet se inició hace escasamente dos décadas. En este corto tiempo, no obstante, esta tecnología ha tenido un enorme impacto social. Sabemos, por ejemplo, que la difusión de información y de noticias ha tenido una gran influencia en movimientos sociales recientes –en Egipto, por ejemplo, en donde contribuyó a la salida del Presidente.

El estudio de Sparrow y colaboradores apunta hacia una nueva dirección de impacto de Internet: la colectivización de nuestra memoria individual.

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