El primer laboratorio científico de la historia

Pensamiento creativo



De acuerdo con la leyenda, el rey Hierón II de Siracusa solicitó a Arquímedes que averiguara si la corona que recientemente había adquirido era realmente de oro como se suponía. El rey sospechaba que el artesano que la fabricó lo había engañado y que la corona era parcialmente de plata.

Arquímedes habría imaginado una solución al problema mientras tomaba un baño, al observar que el agua en la bañera subía de nivel –desplazada por su cuerpo– en la medida en que se sumergía. Entendió de manera repentina que para determinar la composición química de la corona bastaba con sumergirla en un recipiente con agua y medir el incremento del nivel que producía; es decir, puesto que la plata es menos densa que el oro, de sumergirla en agua desplazará un volumen de líquido mayor que un peso equivalente de oro.

Si bien es improbable que las cosas se hubieran dado tal como nos las describe la leyenda –basada en un escrito, varios siglos posterior al hecho, del arquitecto romano Vitruvius–, la anécdota nos ilustra una experiencia humana frecuente: la concepción de ideas o procedimientos para resolver un determinado problema como resultado de una “chispa de inspiración”. Arquímedes era especialmente eficiente en este respecto, habiendo creado numerosos dispositivos e ingenios mecánicos.

Durante mucho tiempo consideramos que la capacidad de concebir soluciones creativas era exclusiva de los humanos. Ahora, sin embargo, sabemos que es compartida en algún grado por ciertos animales. Es conocido, por ejemplo, que los chimpancés cazan termitas como alimento y para este propósito, localizan un termitero y extraen los insectos introduciendo una vara delgada –especialmente preparada– a través de un orificio en las paredes del mismo. Incluso, de ser necesario, perforan previamente un orificio en la pared del termitero con una vara más gruesa. Esta “tecnología”, que es trasmitida de padres a hijos, fue seguramente ideada por algún antepasado chimpancé en un arranque de inspiración,

Los elefantes poseen igualmente una gran inteligencia. En un artículo publicado hace unos días en la revista en línea PLoS ONE por investigadores de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y del Parque Zoológico Smithsoniano, se reportan los resultados de un estudio realizado con tres elefantes asiáticos de 61, 33 y 7 años de edad. El estudio demostró que el elefante más joven, de nombre Kandula, confrontado con el problema de alcanzar comida fuera de su alcance, fue capaz de discurrir soluciones creativas.

En un primer experimento, en el patio donde habitaba Kandula se colocaron diversas frutas de las que acostumbraba comer. Las frutas fueron suspendidas de un cable a una altura más allá de lo que Kandula podía alcanzar. Adicionalmente, se colocó en el suelo cerca del sitio en donde se encontraba la comida, un cubo sobre el cual el elefante podía subir las patas delanteras para alcanzar las frutas. Aunque desde el inicio del experimento Kandula se interesó en la comida, no hizo el intento de usar el cubo para alcanzarla en sus primeras oportunidades. En algún momento, sin embargo, se le “prendió el foco” y comprendió la utilidad del cubo.

A partir de este punto, el elefante siempre usó el cubo para alcanzar la fruta, no importando que lo hubiesen colocado –o incluso escondido– lejos de donde se encontraba aquella. Cuando fue necesario incluso arrastró al cubo con la trompa hasta colocarlo en la posición adecuada. Además, cuando en un experimento diferente el cubo fue sustituido por una llanta de tractor, Kandula la usó de manera similar al primero.

En otro experimento en el que el cubo y la llanta fueron retirados del patio, el elefante usó en su empeño una bola del tamaño aproximado a la del cubo que estaba a su alcance. Esto a pesar de que con las patas arriba de la bola estaba en una situación inestable y en peligro de caer.

Dado que es evidente que no existe una división tan tajante entre humanos y algunos animales como en algún momento lo consideramos, éstos últimos son ahora motivo de algunas consideraciones de parte nuestra. Así, por ejemplo, los experimentos con elefantes citado líneas arriba tuvieron que ser aprobados por el Comité para el Cuidado y Uso de los Animales de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, así como por el Instituto Smithsoniano.

En nuestro país, hace algunos días nos enteramos por la prensa que se presentará en fecha próxima a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal una iniciativa de ley para penalizar el maltrato a los animales hasta con seis años de cárcel. De aprobarse, la ley terminaría en el Distrito Federal con actividades tales como las corridas de toros, en las que se maltratan animales en un grado que no admite comparación con el hipotético maltrato a los elefantes en los experimentos relatados aquí. Lo más probable, sin embargo, es que aun en caso de aprobarse la ley quede en letra muerta, como frecuentemente acontece en México.

Al menos hasta que los animales nos den mayores pruebas de sus capacidades intelectuales.

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