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No se esperaba que el satélite de seis toneladas, del tamaño de un autobús, cayera tal cual a la superficie de la Tierra; por el contrario la NASA predijo que la mayor parte de la masa del satélite se desintegraría por el roce con la atmósfera. En la caída, no obstante, las partes del satélite más resistentes a la fricción generarían 26 fragmentos con un peso total de media tonelada –uno de ellos de unos 150 kilos– que alcanzarían la superficie de la Tierra a gran velocidad. Así, la perspectiva de ser alcanzado de manera repentina por un proyectil venido del cielo, provocó de manera natural cierto nivel de alarma y fue objeto del interés de los medios.
De acuerdo con la NASA, sin embargo, la probabilidad de que alguien resultara herido por un fragmento del UARS era muy pequeña. Según sus cálculos, dicha probabilidad era de apenas 1 en 3,200 –que es más o menos la probabilidad de sacarse el premio mayor de la Lotería Nacional comprando trece series de billetes–. Además, dividiendo esta probabilidad por el número de personas que viven en el mundo –unos siete mil millones– la probabilidad de que una persona en particular sea alcanzada por un fragmento del UARS resulta ser insignificante.
Hace más de tres décadas el reingreso a la Tierra del satélite Skylab de 75 toneladas atrajo también una gran atención de los medios. El Skylab fue la primera estación espacial norteamericana. Fue puesta en órbita en 1973 y reingresó a la Tierra seis años después. Los restos de la estación espacial cayeron cerca del pueblo de Esperance, en una apartada región en el occidente de Australia.
Por cierto, para disgusto de los australianos, en esa ocasión la NASA hizo declaraciones desafortunadas asegurando que los únicos que habían sido puestos en peligro por los restos del Skylab fueron los canguros.
Desde el año 1957, cuando la entonces Unión Soviética lanzó al espacio el satélite Sputnik 1, se han puesto en órbita alrededor de 6,000 satélites artificiales de los cuales unos 900 están actualmente en operación. Una buena parte de éstos circulan a la Tierra en órbitas cuya altura se mide en cientos de kilómetros. Aunque a tales alturas la atmósfera está muy enrarecida y la resistencia que el aire opone a los satélites es muy pequeña, ésta no es cero, de modo que los satélites se ven frenados de manera continua. Esto obliga a estar permanentemente recolocándolos en órbita, ya que de otro modo de manera inevitable regresarían a la superficie de la Tierra.
Durante el tiempo que permanecen en órbita, por otro lado, los satélites están expuestos a sufrir choques catastróficos entre ellos –como ocurrió en febrero de 2009, cuando colisionaron el Cosmos-2251 ruso y el Iridium 33 norteamericano a una velocidad superior a los 40,000 kilómetros por hora– o más comúnmente al chocar con fragmentos de basura espacial. Esta basura, que viaja a velocidades extremadamente altas, es producto de la destrucción de otros satélites o bien de material que ha sido dejado en órbita por alguna razón a lo largo de la historia espacial.
Al chocar dos objetos en el espacio se multiplican los fragmentos en órbita y de esta manera se incrementa la probabilidad de que ocurran más choques. Se produce de esta manera una reacción en cadena que, según los expertos, podría elevar el número de fragmentos de basura hasta niveles que impidieran futuras misiones espaciales.
Para evitar choques entre satélites y no contribuir al incremento de la basura espacial, es necesario entonces hacerlos descender una vez que hayan superado su vida útil. Así, el satélite UARS al ser dado de baja en 2005, fue transferido a una órbita más cercana a la superficie de la Tierra, con lo que se incrementó su frenado por el rozamiento con el aire y se precipitó de este modo su caída.
Al regresar el UARS a la Tierra se evitó una posible colisión en el espacio con la consecuente formación de más basura espacial. Al mismo tiempo, sin embargo, se posibilitó la colisión de los fragmentos del satélite con alguno de los habitantes del planeta Tierra, aunque de aceptar los cálculos de la NASA, la probabilidad de que esto ocurra es pequeña.
Hay que recordar, no obstante, que durante la caída del Skylab en Australia un adolescente de 17 años recogió del patio de su casa en Esperance un fragmento de la estación espacial, mismo que se apresuró a presentar al periódico San Francisco Examiner a fin de reclamar el premio de 10,000 dólares que dicho periódico había ofrecido a aquel que llevara un pedazo del Skylab en un plazo de 48 horas.
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