Hogar, dulce hogar

Fotografías de un pasado remoto



Fue en 1879 cuando un arqueólogo aficionado descubrió las famosas pinturas de la cueva de Altamira, cerca de Santillana del Mar en el norte de España. Esta cueva consiste de varias cámaras, la más famosa de las cuales –la llamada Gran Sala o Sala de los Polícromos–, muestra en su techo una gran cantidad de imágenes en color de bisontes en diferentes posiciones, venados, jabalíes y caballos, que vivieron en esa parte de Europa hace miles de años. Aunque en un principio hubo controversia entre los expertos acerca de la autenticidad de dichas pinturas –dada su perfección artística–, al despuntar el Siglo XX se aceptó finalmente que tenían un origen prehistórico. Hoy se sabe que las pinturas de Altamira tienen una antigüedad que ronda los 14,000 años.

Después de superada la controversia sobre su autenticidad, no pasó mucho tiempo antes de que se organizaran las primeras visitas guiadas a la cueva, las cuales –dado lo espectacular de las pinturas que aloja– tuvieron un gran éxito. Éste, sin embargo, a la larga resultó en detrimento de las pinturas mismas. En efecto, en el transcurso de los años el número de personas que anualmente visitaba la cueva aumentó rápidamente, alcanzando 50,000 en 1955 e incrementándose hasta 175,000 en 1973. Con esto, la cueva de Altamira, aislada del exterior durante 13,000 años por un derrumbe en su entrada, mostró signos de contaminación por bacterias y hongos que pusieron en riesgo la integridad de las pinturas prehistóricas.

Así, se dio la voz de alarma y Altamira fue cerrada al público en 1977. En 1982 fue reabierta, pero limitando a 11,000 el número de visitantes por año. Como fue claro que aun con esta reducción continuó el deterioro de las condiciones ambientales de la cueva, Altamira fue cerrada nuevamente en 2002 y así ha permanecido hasta la fecha.

Con el fin de impulsar el turismo local, existen desde 2010 planes de reanudar las visitas públicas a la cueva de Altamira. Un artículo publicado el pasado jueves en la revista “Science” por un grupo de investigadores españoles, sin embargo, lo desaconseja.

Esto último debido a que, como resultado de las visitas turísticas masivas, la cueva de Altamira sufre de contaminación microbiana. En relación a esto, los investigadores españoles han identificado cuatro diferentes bacterias, distribuidas a lo largo de la cueva. La mayor parte se alojan en la galería de entrada de las misma, pero algunas han llegado ya hasta la Gran Sala, en donde hay pinturas que muestran manchas verdes por crecimiento bacteriano.

Un factor que ha contribuido a contaminar el ambiente en el interior de la cueva –de acuerdo con el artículo de referencia– ha sido el empleo de luz artificial para la iluminación de las pinturas. Esto ha provocado la proliferación de bacterias capaces de llevar a cabo la fotosíntesis –empleando la luz de las lámparas de iluminación para este propósito –, y que son las que han contaminado las pinturas de la Gran Sala.

Además de la contaminación por bacterias, se observa en la cueva de Altamira una contaminación por hongos llevados al interior por insectos, o bien hongos que crecen ahí sobre las heces de roedores.

Los investigadores españoles temen que, si bien en estos momentos en que la cueva está cerrada pareciera ser que el problema de contaminación del sitio de Altamira está estabilizado, éste se reactive de reabrirse la cueva al público. En particular, el flujo de personas hacia el interior de la cueva provocaría el ingreso de nutrientes desde el exterior, lo que dispararía el crecimiento bacteriano. Igualmente, el movimiento de aire que provocaría dicho flujo transportaría bacterias alojadas en las paredes de la galería de entrada de la cueva hacia el interior de la misma.

Podría de esta manera reproducirse en Altamira el desastre ocurrido en la cueva de Lascaux, en Francia. Esta cueva es un sitio de arte prehistórico de importancia similar a la de Altamira –de hecho, ambos sitios han sido llamados la “Capilla Sixtina de la prehistoria” –, la cual sufrió una grave contaminación por hongos motivada por un intenso flujo de turistas y que no ha podido ser superada.

Hace 14,000 años no había cámaras fotográficas y eso, desgraciadamente, nos priva del placer de apreciar imágenes –con el detalle que una fotografía nos podría proporcionar– de un pasado remoto muy diferente al tiempo en que nos ha tocado vivir. A falta de fotografías, sin embargo, los artistas de Altamira nos han legado pinturas de sorprendente realismo, las cuales nos permiten echar un vistazo a su mundo. Altamira, además, y quizá esto es lo más importante, guarda secretos acerca de las sociedades prehistóricas que los expertos están todavía por descubrir.

Esto último será posible, no obstante, sólo si Altamira logra librarse de aquellos que quieren que siga siendo un negocio.

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