El primer laboratorio científico de la historia

Similitudes y diferencias



Frases tales como “los fieros combatientes”, “una escala de violencia casi incomprensible” y “los encuentros son breves y brutales”, sin duda nos traen a la mente imágenes de alguna de las muchas guerras que se han dado a lo largo de nuestra historia. Estas frases, no obstante, no corresponden a confrontación humana alguna; lejos de esto fueron extraídas del artículo “Las hormigas y el arte de la Guerra” en el que Mark Moffett, del Museo Smithsoniano de Historia Natural, describe una guerra entre hormigas de la que fue testigo en las selvas de Malasia. Dicho artículo fue publicado en el último número de la revista “Scientific American”.

De acuerdo con Moffett, al igual que los humanos, varias especies de hormigas libran guerras feroces, tanto contra especies diferentes como contra otras colonias de su misma especie. Con motivaciones, además, no muy distintas a las nuestras. Entre éstas se cuentan la de asegurar territorios y alimentos y, en algunos casos, la de conseguir trabajadores esclavos.

De manera sorprendente, además, las hormigas emplean algunas tácticas de ataque similares a las usadas por nuestros estrategas militares. Según Moffett, por ejemplo, las hormigas merodeadoras que habitan en el sudeste asiático atacan a sus enemigos en grupos compactos que recuerdan a las falanges griegas.

Como sabemos, las formaciones militares conocidas como falanges fueron inventadas en las ciudades-estado griegas varios siglos antes de nuestra Era. En la falange los soldados marchaban de manera compacta en formaciones rectangulares con profundidades de decenas de filas. La formación presentaba al enemigo un frente compacto de combatientes armados con espadas y picas de hasta siete metros de longitud apuntando horizontalmente hacia adelante. Además de la protección individual con armaduras, cascos y escudos, los soldados en la falange llevaban cubiertos sus flancos y espaldas por sus mismos compañeros en la formación. Durante el ataque los soldados de la primera fila eran empujados hacia la línea de batalla por sus compañeros que marchaban atrás de ellos.

La formación en falange fue la responsable de que una coalición de ciudades griegas encabezada por Esparta, con sólo 7,000 soldados, haya logrado detener a 250,000 soldados persas en al batalla de las Termópilas en el año 480 antes de nuestra Era. Esta batalla se dio en una región de desfiladeros que se adaptaba especialmente bien a la formación en falange y en la que los persas tuvieron muchas dificultades para imponer su superioridad numérica.

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Si bien las hormigas merodeadoras no usan armaduras ni picas en sus incursiones guerreras, sí se lanzan en grupo al ataque, ciegamente y con gran ferocidad, al estilo de los espartanos en la Grecia antigua. Escribe Moffett que, con sus mandíbulas como arma mortal, las diminutas hormigas actuando en grupo son capaces de acabar con animales miles de veces más grandes que ellas y que “en Gabón una vez vi un antílope en una trampa que fue devorado vivo por una colonia de hormigas”.

Además, según Moffett, las hormigas merodeadoras tienen una estrategia definida sobre quien va por delante en la batalla. En efecto, sucede que las hormigas de esta especie pueden diferir grandemente en tamaño entre ellas –hasta unas 500 veces– y son las más pequeñas y débiles –aunque mucho más numerosas– las que están en la primera línea de batalla. Solamente hacia el final del combate es cuando las hormigas más grandes entran en acción. Aunque en este punto las hormigas merodeadores difieran de las costumbres espartanas –cuyas tropas estaban formadas exclusivamente por aquellos que eran considerados ciudadanos de Esparta–, el que los más débiles sirvan como carne de cañón no ha sido una estrategia militar poco frecuente.

Moffett aventura que la vocación guerrera es un efecto del tamaño del grupo de individuos en cuestión. Así, es propia de colonias de 500,000 hormigas y no de grupos pequeños de estos insectos. De la misma manera, se ha dado a lo largo de los últimos miles de años entre grupos humanos numerosos, pero no se habría dado durante la época en la que nuestros antepasados vivían como cazadores-recolectores en grupos pequeños. Apunta igualmente que, en cuanto a impulsos guerreros se refiere, los humanos nos parecemos más a las hormigas que a los chimpancés –nuestros parientes vivos más cercanos– que no viven en grandes grupos.

No obstante, y por supuesto, la similitud entre humanos y hormigas tiene un límite. Y en efecto, como sabemos, la batalla de las Termópilas tuvo un fin trágico para el grupo de soldados griegos que se mantuvo firme en su enfrentamiento con los persas. El culpable de la debacle –que abrió las puertas de la región griega a la invasión persa– fue Efialtes, quién traicionó a los espartanos indicando a los persas un camino por el cual pudieron penetrar hasta la retaguardia de aquellos. Así, bajo dos fuegos, los espartanos y sus aliados terminaron por sucumbir.

En contraste con la especie humana, en una colonia de hormigas difícilmente pudiera surgir un traidor que vendiera a sus congéneres. En este punto no hay ninguna duda de que efectivamente existe una diferencia entre especies.

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