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China y Arabia Saudita son dos naciones muy diferentes. Esta última, con una población que no llega a los 30 millones de habitantes, es el mayor productor mundial de petróleo. China, por su lado, cuenta con una población de más de 1,300 millones de personas –que es en números redondos el 20% de la población total del mundo–, y constituye la segunda economía más grande del planeta después de los Estados Unidos. Arabia Saudita con sus petrodólares y sobre todo China con su enorme población están ciertamente haciendo ruido en el mundo de la ciencia.
Arabia Saudita por un lado ha invertido grandes recursos en los últimos años para hacerse de una infraestructura de investigación de clase mundial. En la “King Abdullah University of Science and Technology” (KAUST), que es una Universidad exclusivamente para estudios de posgrado, tiene recursos que oscilan entre 10,000 y 20,000 millones de dólares. La universidad fue inaugurada en 2009 y se espera que alcance una población de 2,500 estudiantes y 250 profesores.
El artículo de “Science” del pasado jueves sobre el desarrollo científico de Arabia Saudita toca, no obstante, un aspecto que no es necesariamente positivo. Éste se refiere a la “compra” de prestigio académico para lograr una mejor posición de las listas de clasificación de universidades a nivel mundial –que últimamente se han puesto de moda–. Así, la “King Saud University” en Riayadh ha lanzado un programa para contratar a tiempo parcial profesores destacados de universidades de prestigio en otras partes del mundo, con el compromiso de que en los artículos técnicos que publiquen dichos profesores incluyan a la universidad saudita como su segunda institución de adscripción. Esto, aun si en el trabajo de investigación que da origen a la publicación la universidad árabe no hubiera tenido una participación real.
Esta práctica ha triplicado en tres años el número de artículos de investigación en los que aparece la“King Saud University” lo que la ha ayudado a escalar cientos de lugares en las clasificaciones mundiales de universidades. No deja, sin embargo, de ser una simulación y ha provocado críticas en el sentido de que en poco ayuda y aun perjudica los esfuerzos dirigidos a desarrollar una capacidad científica real como el que se está llevando a cabo en KAUST.
China, por su lado, no solamente se ha convertido en los últimos años en la segunda economía del mundo sino que también es en la actualidad el segundo país, después de los Estados Unidos, que más artículos científicos produce por año. Además, las universidades chinas están aumentado rápidamente su generación de graduados con grado doctoral. En la actualidad producen cerca de 50,000 por año en todos los campos del conocimiento, lo que da a China el primer lugar en este respecto, incluso por encima de los Estados Unidos.
Los chinos invierten actualmente el 1.4% de su producto interno bruto en gastos de investigación y desarrollo, y esto los ha convertido en el segundo país que más recursos invierte en este respecto, solamente superado por nuestros vecinos del norte.
En el lado negativo, “Science” aduce que el sistema de educación e investigación chino adolece de defectos. Entre estos se encuentran el bajo nivel de algunos graduados con grados doctorales, así como también el que sea más importante en el momento de conseguir apoyos para un proyecto de investigación, los contactos que se tengan que los méritos técnicos del proyecto en cuestión.
Los defectos anteriores son propios de un sistema científico en estado de desarrollo y posiblemente en México no nos resulten sorprendentes. Lo que si resulta contrastante con nuestro país es el grado de apoyo que tanto China como Arabia Saudita han dado a la ciencia como un elemento indispensable para transitar hacia una economía moderna basada en el conocimiento. En efecto, si bien en México se han fomentado ya por varias décadas los estudios de posgrado con un generoso programa de becas tanto en el país como en el extranjero, las oportunidades de empleo para los recién doctorados no son igualmente generosas. Además, las probabilidades de conseguir apoyos económicos para proyectos de investigación han empeorado en los últimos años, sobre todo para los investigadores recién graduados.
En marcado contraste con otros países también está el porcentaje del producto interno bruto que México dedica a la ciencia y la tecnología que es de sólo el 0.4% y que, según planes de hace algunos años, debería haber alcanzado ya un 1%.
Debemos ser, sin embargo, optimistas y confiar que nuestro país tome pronto el rumbo que muchos han ya tomado. En todo caso, debemos tomar en cuenta que la esperanza muere al último. Y confiar en que no tenga una muerte prematura.
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República Popular China
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San Luis Potosí
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