Hogar, dulce hogar

En gustos se rompen géneros



En el mes de junio del pasado año fue subastado el violín “Lady Blunt ” –fabricado por Antonio Stradivari en 1721– en la asombrosa cantidad de 16 millones de dólares. El violín fue vendido por una fundación musical japonesa y lo obtenido fue dedicado a un fondo de ayuda a las víctimas del maremoto que asoló Japón en marzo de 2011.

Tan asombroso como el valor que ha alcanzado el Lady Blunt lo ha sido el incremento que este valor ha tenido con los años. En efecto, en 2008 dicho violín fue vendido en 10 millones de dólares en una transacción privada, mientras que en 1971 alcanzó en subasta pública un valor de “apenas” 200,000 dólares.

Por otro lado, aunque el violín Lady Blunt ha sido el que más alto precio ha alcanzado en subasta, otros violines fabricados por Antonio Stradivari, así como también por su contemporáneo Giuseppe Guarneri –que vivieron en Cremona, Italia, en los siglos XVII y XVIII– han alcanzado precios de subasta de millones de dólares.

Dado el alto prestigio que tienen los violines Stradivari y Guarneri se han llevado a cabo un buen número de investigaciones buscando averiguar el secreto de su sonido a fin de reproducirlo. Dicho sonido ha sido atribuido a diversos factores; entre éstos se encuentran el barniz aplicado al instrumento y el tratamiento químico que se le dio a la madera con que dicho instrumento fue fabricado.

Se ha propuesto también que la época fría que padeció Europa entre los siglos XVI y XIX –conocida como Pequeña Edad del Hielo– fue determinante para la producción de violines de calidad superior; esto debido a que el frío hizo más lento el crecimiento de los árboles que de esta manera produjeron madera más densa, lo que habría influido positivamente en el sonido de los violines fabricados con la misma.

En contra de la creencia tradicional, no obstante, pudiera ser que no haya en realidad nada especial en los violines de Cremona. Al menos esto es lo que afirma un artículo publicado esta semana en las Memorias de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos por investigadores de instituciones de Francia y los Estados Unidos.

En dicho artículo se reportan los resultados de un estudio en el que participaron 21 violinistas profesionales. A los mismos se les proporcionaron seis violines antiguos –dos Stradivari de los años 1700 y 1715, y un Guarneri de 1740– y tres violines modernos, y se les pidió que los evaluaran. Los tres violines antiguos tienen un valor combinado de aproximadamente 10 millones de dólares, que es unas 100 veces mayor que el valor combinado de los violines modernos.

Con el objeto de evitar prejuicios, a los participantes no se les dio información sobre la procedencia y antigüedad de los instrumentos y solamente se les hizo saber que entre los mismos había cuando menos un Stradivari. Las pruebas se llevaron a cabo en una habitación con poca luz y los violinistas usaron lentes de soldador; todo esto con el fin de que no pudieran identificar la edad de los instrumentos por su apariencia. Asimismo, se aplicó en el soporte de la barbilla un perfume especial de modo que tampoco hubiera manera de identificar esta edad por medio del olor que despide el instrumento.

Se hicieron dos tipos de pruebas. En la primera se le proporcionaron a cada uno de los participantes todos los instrumentos por pares, formados éstos por un violín antiguo y otro moderno –en total nueve combinaciones–, y se les pidió que compararan su calidad sonora. Aproximadamente la mitad de los participantes se pronunciaron por un violín antiguo, mientras que la otra mitad lo hizo por uno moderno. La excepción ocurrió cuando se evaluó el Stradivari del año 1700, que la mayor parte de los participantes –de manera sorprendente– calificó como inferior en comparación a los violines modernos.

En una segunda prueba se proporcionaron por turnos los seis violines a los participantes y se les pidió que escogieran al mejor y al peor. Como resultado, uno de los violines modernos fue escogido por 8 participantes como el mejor y por ninguno como el peor. En contraste, el Stradivari 1700 – que no había salido bien librado de la primera prueba– fue escogido por 6 participantes como el peor y solamente por uno como el mejor.

De acuerdo a lo anterior, no existe una correlación entre el valor que alcanza un violín en el mercado con la calidad del sonido que emite, tal como este último es percibido por violinistas profesionales que lo mismo prefieren un violín antiguo que uno moderno. La percepción que los violines de Cremona construidos hace tres siglos emiten un sonido de calidad especial no tendría entonces bases objetivas y entraría en el terreno de lo puramente subjetivo.

Después de 200 años de creer lo contrario no podemos esperar que esta idea sea fácilmente aceptada. La respalda, no obstante, una investigación objetiva que tendría que ser refutada por otra investigación igualmente objetiva.

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