El primer laboratorio científico de la historia

Veneno que no mata



A mediados del Siglo XIX, las dos clínicas de maternidad del Hospital General de Viena arrojaban índices de mortalidad por fiebre puerperal entre las parturientas que resultaban inexplicables a primera vista. En efecto, las estadísticas indicaban que la mortalidad en la Clínica 1 alcanzaba valores dos veces más altos que los de la Clínica 2, a pesar de que los procedimientos médicos seguidos en ambos lugares eran aparentemente los mismos. El misterio fue resuelto por Ignaz Semmelweis, médico asociado a dichas clínicas, que ofreció una explicación sorprendente en su momento.

Según Semmelweis, si bien las prácticas médicas eran las mismas en ambos establecimientos, las parturientas eran atendidas en cada uno de ellos por profesionales con diferente perfil: estudiantes de medicina en la Clínica 1 y estudiantes de obstetricia en la Clínica 2. Este hecho, aparentemente banal, hacía la gran diferencia.

Aun hoy nos parece sorprendente que el perfil profesional de la persona que atendía a una parturienta haya constituido un factor importante para la salud de la misma. Deja de sorprendernos, sin embargo, cuando nos enteramos que era práctica frecuente que los estudiantes de medicina acudieran a atender partos después de haber trabajado con cadáveres y que –vistos los resultados– no tenían por costumbre lavarse las manos a conciencia.

Así, faltos de esta costumbre, los estudiantes transportaban gérmenes patógenos desde los cadáveres hasta las parturientas, con resultados frecuentemente funestos para estas últimas. En la Clínica 2, por el contrario, las estudiantes de obstetricia no trabajaban con cadáveres y la mortalidad por fiebre puerperal era consecuentemente más baja.

La solución al problema de la Clínica 1 fue muy simple y consistió en obligar a los estudiantes a lavarse las manos antes de entrar a la sala de partos –empleando para ello un líquido similar al que hoy se usa para limpiar pisos–. Con esta medida, el índice de mortalidad por fiebre puerperal cayó drásticamente de manera inmediata.

Aunque tuvo consecuencias prácticas trascendentales, la explicación ofrecida por Semmelweis no fue aceptada de manera inmediata por todos, pues no concordaba con las ideas dominantes en la época sobre el origen de las enfermedades. Hay que recordar que en esos momentos no se habían identificado a los gérmenes, de manera incontrovertible, como los agentes causantes de las enfermedades infecciosas, de modo que Semmelweis no pudo explicar satisfactoriamente qué en específico era lo que transportaban los estudiantes desde el anfiteatro que producía la fiebre puerperal.

Pronto, sin embargo, estudios llevados a cabo por diferentes investigadores –Luis Pasteur, entre ellos– pusieron en claro el papel que juegan los gérmenes en las enfermedades y con esto obtuvimos la receta para prevenirlas: había que eliminar o, en todo caso, evitar y combatir, a los microbios. En este sentido, buscar la limpieza y la esterilización en todos los órdenes era una práctica que debería adoptarse.

Así, a lo largo del último siglo –al menos en los países desarrollados–, la vida se hizo cada vez más libre de gérmenes patógenos. Esto condujo a un impresionante incremento en la esperanza de vida de la población –como resultado en buena medida de una disminución en la mortalidad infantil–, la cual se dobló a nivel global en el curso de una centuria.

Es posible, sin embargo, que hayamos exagerado un poco la nota y que, a fin de cuentas, una limpieza extrema no sea tan positiva como se había pensado. Algo así como, “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

Al menos esto es lo que sugieren los resultados de un artículo publicado esta semana en la revista “Science” por un grupo de investigadores de los Estados Unidos y Alemania, según los cuales la exposición a ciertos gérmenes a una edad temprana ayuda a desarrollar el sistema inmunológico y a evitar enfermedades de origen auto-inmune como el asma y la colitis ulcerosa.

En dicho artículo se reportan los resultados de un estudio llevado a cabo con dos grupos de ratones. Un primer grupo fue mantenido en un ambiente estéril, mientras que un segundo grupo creció en el ambiente normal del laboratorio. A ambos grupos de ratones le fue inducida o bien asma o bien colitis ulcerosa, y se estudió su respuesta inmunológica. Encontraron una respuesta más severa en aquellos ratones que crecieron en un ambiente estéril, indicando que la exposición temprana a los gérmenes cumple la función de entrenar al sistema inmunológico para responder de manera más moderada a la presencia de cuerpos extraños.

Estos resultados están de acuerdo con la llamada “Hipótesis de la higiene”, según la cual el ambiente cada vez más estéril que prevalece en los países desarrollados es el causante del incremento observado en la incidencia de enfermedades auto-inmunes.

Si bien no es claro en qué medida el estudio referido –realizado con ratones– puede extenderse a la especie humana, sí nos da una indicación de que es posible que una mayor limpieza no sea necesariamente sinónimo de una mejor salud.

En otras palabras: “veneno que no mata…..fortalece”.

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