El primer laboratorio científico de la historia

Nacimiento, vida y muerte de las palabras



En una entrevista aparecida al principio de esta semana en el diario cubano Juventud Rebelde, una investigadora miembro del Instituto Cubano de Literatura y Lingüística, comenta que en un intento por ser originales los padres cubanos están dando a sus hijos nombres inventados que en no pocas ocasiones resultan extravagantes, por decir lo menos. En algunos casos éstos se obtienen combinando, de manera más o menos creativa, nombres propios comunes. Así, encontramos nombres como Mayren, que es un híbrido de Mayra y René, y Adaris, que lo es de Ada y Darío.

Otra manera –menos creativa– en que los padres cubanos encuentran nombres para sus hijos es simplemente invirtiendo un nombre propio común. De este modo, Airam, se obtiene de María, y Ostenre de Ernesto. Aunque no da un argumento sólido, la investigadora cubana se muestra preocupada por la proliferación de nombres propios tan poco convencionales y considera que el fenómeno debe ser estudiado a fondo.

Por otro lado, quienes sí pudieran tener preocupaciones bien fundamentadas son los recién nacidos. En efecto, supongamos, por ejemplo, que a unos padres cubanos les gusta el nombre combinado Pedro Alberto para uno de sus hijos y así deciden registrarlo. En aras de la originalidad, sin embargo, invierten las palabras resultando Ordep Otrebla. Este nombre impronunciable, a todas luces sería una inconveniencia futura para el directamente afectado.

Al margen de preocupaciones, no obstante, es un hecho que los lenguajes están en continua evolución y que todos los nombres propios –al igual que todas las palabras– tuvieron que haber nacido en algún momento. En este respecto, un grupo de investigadores de Italia, los Estados Unidos e Israel, encabezados por Alexander Petersen, llevó a cabo un estudio acerca del nacimiento y muerte de palabras en el periodo 1880-2008. Dicho estudio, publicado en la revista “Nature” el pasado mes de marzo, fue llevado a cabo con 10 millones de palabras pertenecientes a tres idiomas, Inglés, Español y Hebreo. Para esto, lo investigadores aprovecharon el proyecto de digitalización de libros de Google, que cubre el 4% de todo el material bibliográfico publicado hasta a la fecha.

De acuerdo con el artículo de referencia, las palabras están sujetas a un proceso darwiniano de evolución similar al que experimentan los seres vivos. Como sabemos, las especies compiten unas con otras por los recursos limitados disponibles y solamente sobreviven aquellas que mejor se adaptan al medio ambiente. De manera similar, las palabras, que nacen por diferentes circunstancias –por ejemplo, como resultado de cambios tecnológicos como es el caso de la palabra internet– tienen que competir para sobrevivir por recursos limitados, que en este caso son los medios impresos disponibles, los escritores de textos y los lectores de los mismos. Si una palabra no alcanza los medios escritos y no es leída lo suficiente tenderá a desaparecer.

Petersen y colaboradores ilustran lo anterior por medio de tres palabras del idioma inglés: “Roentgenogram”, “Radiogram” y “X-ray”, que son con las que se conoce a la técnica para la obtención de imágenes del interior del cuerpo humano empleando rayos X. Las tres palabras nacieron después de que Wilhelm Roentgen descubrió estos rayos en 1895, y la propiedad que éstos tienen de atravesar el cuerpo humano e imprimir su huella en una película fotográfica.

Estudiando la base de datos de Google, Petersen y colaboradores encontraron que a partir de 1920 y hasta 1980 –aunque con variaciones notables–, de las tres apalabras anteriores la más frecuentemente empleada fue “Roentgenogram”. Lo anterior exceptuando un corto periodo alrededor de 1920 en donde fue superada por “Radiogram”. En cambio, a partir de 1980 el uso de estas dos palabras decayó hasta casi desaparecer en la actualidad al ser sustituidas por la palabra X-ray. Los investigadores especulan que esto fue debido a X-ray es una palabra más corta que sus competidoras, lo que la hace estar mejor adaptada para la lucha darwiniana.

Un aspecto muy interesante del artículo referido es haber encontrado que en los últimos 20 años ha disminuido la frecuencia con que nacen nuevas palabras. Al mismo tiempo, se encontró que ha aumentado la frecuencia con que mueren las existentes. Esto último, de acuerdo con Petersen y colaboradores, es atribuible a la aparición de los procesadores digitales de texto equipados con correctores de palabras. En efecto, durante la edición digital de un texto las palabras escritas con errores ortográficos son subrayadas como incorrectas –o de plano cambiadas a criterio del corrector– y de esta manera tienden a desaparecer. Así, la edición digital de textos ha modificado las fuerzas que moldean la evolución del lenguaje, de modo que las palabras tienden a permanecer inalteradas.

Vistas de este modo las cosas, podríamos pensar que las preocupaciones que han generado la aparición de nuevos nombres propios en la isla de Cuba es posiblemente exagerada, pues la supervivencia de un nuevo nombre depende de lo bien adaptado que esté para la competencia evolutiva. Nombres impronunciables –resultado de invertir palabras pronunciables– gozarían entonces una efímera existencia. En cambio, nombres propios como Mayren y Adaris, cortos y de fácil pronunciación, tendrán más posibilidades de sobrevivir para beneficio de nuestra lengua. A esto, mucho ayudaría que los correctores de texto los incorporaran a su base de datos.

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