Hogar, dulce hogar

Un fenómeno fascinante



La década de los años sesentas fue testigo de uno de los acontecimientos más notables en la historia de la música popular: la llamada “Invasión Británica” a los Estados Unidos que, como sabemos, se inició en 1964 con el arribo de los Beatles a ese país. A la llegada de éstos pronto siguió la de un gran número de grupos ingleses con un sonido nuevo que dominó el panorama musical de los Estados Unidos por un buen número de años.

Lo sorprendente del caso es que, según los conocedores, los orígenes musicales de las bandas de la Invasión Británica se sitúan precisamente en los Estados Unidos. De manera precisa, y no en poca medida, en el Rock and Roll, estilo musical que apareció en ese país en los años cincuenta y que era practicado por artistas tanto negros como blancos. El Rock and Roll, a su vez, tuvo sus raíces en música negra del sur de los Estados Unidos que se expandió hacia el norte industrializado en la primera mitad del Siglo XX.

En estas circunstancias cabe preguntarse ¿por qué no ocurrió en los Estados Unidos la revolución musical que sí se llevó a cabo en Inglaterra? Es decir, ¿Por qué fueron precisamente los jóvenes músicos ingleses los que crearon una revolución de tan grandes proporciones a partir de raíces musicales no propias? ¿No habría sido más natural que lo hubieran hecho sus contrapartes norteamericanas?

Dar una respuesta precisa a las preguntas anteriores es complicado, por decir lo menos. En términos generales, la evolución musical depende de manera compleja de factores múltiples de índole social, cultural, económica, tecnológica e incluso comercial, sin olvidar el concurso de los compositores e intérpretes que son los que a fin de cuentas crean y diseminan la música.

En un interesante artículo publicado esta semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” de los Estados Unidos por investigadores británicos se arroja luz en este respecto. En dicho artículo se identifica a los oyentes, consumidores de la música, como una de las fuerzas que determinan la dirección de su evolución. Aun más, se especula que la creación musical puede darse incluso sin la participación de los compositores y descansar enteramente en los consumidores. En este caso, la fuerza creativa se derivaría de la opción que tienen estos últimos para escoger la música que desean escuchar.

Dicha conclusión está basada en experimentos realizados con un programa de computadora denominado “Darwin Tunes”. El experimento se inicia con la computadora generando al azar 100 secuencias de sonidos con “genes digitales” característicos. Si bien los sonidos en cada secuencia inicial se repiten a intervalos fijos, en todos los casos constituyen una cacofonía que poco tiene que ver con cualquier concepción que tengamos de la música.

Las secuencias, no obstante, tienen la oportunidad de “aparearse” y generar descendencia que hereda características combinadas de los padres, cual si fueran organismos vivos. Además, durante el proceso de reproducción se generan mutaciones al azar que introducen cambios adicionales en la descendencia. De esta manera, después de reproducirse por muchas generaciones, las secuencias primitivas evolucionan hacia formas de música con un cierto grado de complejidad. La fuerza que dirige esta evolución es el gusto de los “consumidores”, quienes determinan las secuencias de sonidos a las que les es permitido reproducirse.

Para este propósito, 7,000 voluntarios reciben vía Internet 20 secuencias escogidas al azar entre las 100 posibilidades. A estas secuencias los participantes otorgan una calificación con cinco niveles, desde “no la puedo soportar” hasta “me gusta”. Después de esto, “Darwin Tunes” escoge las diez secuencias que en promedio resultan mejor calificadas y las aparea para producir 20 descendientes que sustituyen a las 20 secuencias que fueron evaluadas. De esta manera se mantiene una reserva de cien secuencias de antigüedad variada, sujetas a un proceso de selección natural.

Como resultado, después de 2,500 generaciones dicho proceso transformó las secuencias de ruido originales en algo estructurado con rasgos musicales de cierta complejidad. Se habría producido así música mediante un proceso de selección natural, a partir de sonidos caóticos y sin el auxilio de un compositor.

Por otro lado, como los autores del artículo referido lo reconocen, el factor que han identificado en su trabajo es solamente uno de varios que determinan la evolución de la música. Esta evolución estaría, además, determinada por los compositores, que introducen sonidos nuevos que no necesariamente resultan agradables en una primera impresión. Los gustos musicales individuales, además, están influidos por los gustos colectivos, un factor que fue claramente visible en la revolución de los años sesenta.

Otro factor evidente en esa época fue el aspecto comercial que manejó de manera exitosa la imagen de los grupos británicos y la difusión de su música –factor que en México funcionó desafortunadamente en sentido inverso, bloqueando a los grupos ingleses con pocas excepciones, en beneficio de algunos grupos nacionales no necesariamente más creativos.

El artículo de los investigadores británicos es iluminador y revela uno de los mecanismos que impulsan la evolución de la música. Estamos, no obstante, lejos de entender cabalmente qué fue lo que ocasionó la revolución musical de los sesentas, un fenómeno más que fascinante.

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