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Si bien el interés público sobre los detalles de muerte del líder palestino es avivado por las implicaciones políticas que tiene su posible envenenamiento, la causa de la muerte de un personaje célebre es por sí misma motivo de curiosidad. Esta curiosidad, además, no se reserva para personas recientemente fallecidas, y por el contrario aumenta en la medida que nos trasladamos hacia el pasado.
Un ejemplo de esto son las sesiones históricas clínico-patológicas organizadas por la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, en las que se busca diagnosticar los problemas de salud de personajes célebres sobre la base de la información clínica disponible. Entre los personajes estudiados se cuentan Pericles, Alejandro Magno, Herodes, Colón, Mozart y Darwin, entre otros.
En la sesión del pasado mes de mayo, comentada en la revista “Science” del día 5 de julio, se estudió el caso de Lenin, quien murió con convulsiones a los 53 años de edad en enero de 1924. Antes de morir Lenin estaba en cama discapacitado sin poder hablar de no ser monosílabos. Sobre la base de los síntomas que presentó antes y al momento de su muerte, así como de la autopsia que se le practicó, uno de los presentadores de la sesión clínico-patológica llegó a la conclusión que Lenin sufrió de múltiples infartos cerebrales. Otro participante, no obstante, consideró la posibilidad de que Lenin hubiera sido envenenado. El probable sospechoso en este caso habría sido Stalin, quien se benefició con su muerte.
Por supuesto, tal como ocurre con Arafat, la muerte de un personaje célebre, más allá de la curiosidad que despierta, tiene interés por las consecuencias que puede acarrear ¿Qué habría sucedido si Lenin, por enfermedad o por asesinato, no hubiera muerto en esos momentos? Probablemente la historia de la Unión Soviética habría caminado por rumbos distintos a los que siguió en las décadas subsecuentes.
Otro caso que ha sido objeto de estudio clínico-patológico es el de Beethoven, quien murió en marzo de 1827 a la edad de 56 años. Beethoven padeció a lo largo de su vida de todo un catálogo de enfermedades, incluyendo viruela, tifus, gota, artritis, así como episodios de dolor abdominal, vómito, diarrea y constipación. Sufrió, igualmente de dolor de ojos, de dolor de cabeza, de hemorragias nasales, de hinchazón de piernas y de asma. Y, por supuesto, irónicamente a los 28 años empezó a perder el sentido del oído, quedando sordo a la edad de 45 años.
Al morir Beethoven se le practicó una autopsia que reveló severos daños en hígado, riñones y páncreas. Además, sorprendentemente, pues Beethoven estuvo componiendo música hasta muy poco tiempo antes de su muerte, su cerebro también estaba dañado.
La causa de la muerte de Beethoven ha sido motivo de controversia. Algunos la han atribuido a envenenamiento con plomo, basados en el análisis químico del cabello y de los huesos de cráneo del compositor que arroja un contenido de plomo por arriba de lo normal. El plomo habría provenido del vino barato al que Beethoven era aficionado. Se ha señalado también que la cirrosis hepática que fue evidente al momento de su autopsia –debida a un alto consumo de alcohol o a otra causa–, pudiera haber contribuido a su muerte.
El caso Beethoven está recogido en el libro “Post mortem: resolviendo los más grandes misterios médicos de la historia”, cuyo autor es Philip Mackowiak, organizador de las sesiones clínico-patológicas de la Universidad de Maryland. Mackowiak escribe que sí se asume que los padecimientos de Beethoven no fueron debidos a una desafortunada conjunción de múltiples enfermedades, y que por el contrario dichos padecimientos –incluyendo la sordera– tuvieron una sola causa, ésta probablemente fue la sífilis.
Así, la muerte de uno de los compositores más grandes que han existido, que –según testimonios de la época– conmovió hasta a la misma naturaleza que desencadenó una tormenta eléctrica en el mismo momento en que el músico exhaló el último suspiro, habría sido más que ordinaria.
Las consecuencias de sordera que padeció Beethoven, por el contrario, están muy lejos de ser ordinarias. En primera instancia podríamos quizá pensar que fueron negativas, pues impidieron al compositor escuchar la música que creaba, además de que lo pusieron en un estado de tensión impropio para desarrollar su arte. Hay quien piensa, no obstante, que la sordera fue positiva y que el aislamiento sonoro en realidad le ayudó a crear sonidos que de otra manera no hubiera concebido.
Se cumpliría así el dicho según el cual, no hay mal que por bien no venga.
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