El primer laboratorio científico de la historia

Mensajes para la posteridad



Suponga que por alguna razón usted quisiera enviar un mensaje al futuro, dirigido a generaciones que vivan dentro de diez mil años o incluso dentro de un millón de años. ¿Qué método escogería? Pensar en un millón de años luce bastante complicado, pues además de que tendríamos que escoger un vehículo trasmisor que sobreviva todo este tiempo, nos enfrentamos al problema de cómo hacer inteligible un mensaje a aquellos que serán sin duda intelectualmente diferentes de nosotros.

Enviar un mensaje diez mil años hacia el futuro resulta también una empresa difícil, aunque quizá más manejable. De hecho tenemos ejemplos cercanos al respecto. Uno de éstos, las pirámides egipcias, nos hacen saber, a una distancia temporal de más de cinco mil años, del inmenso poder del que gozaban los faraones en cuyo honor fueron construidas. La mayor de todas, la pirámide de Keops, ha sobrevivido todo este tiempo gracias a sus grandes dimensiones, aunque ahora luce algo maltrecha por el embate de terremotos y la destrucción deliberada a que ha sido sometida, además de que los profanadores de tumbas la han hecho su víctima desde épocas tempranas.

El envío de mensajes inteligibles hacia tiempos distantes en el futuro ha sido en las últimas décadas motivo de estudios detallados. Esto, por el interés de alertar a las generaciones futuras de los sitios en los que se hayan depositado desechos radiactivos, provenientes tanto de las centrales nucleares generadoras de energía, como de los procesos de fabricación de armas nucleares.

Como sabemos, uno de los grandes problemas de la industria nucleoeléctrica es el del confinamiento de los desechos altamente radiactivos que generan, y que en su mayoría se guardan en albercas en los mismos reactores nucleares que los producen, o bien en sus cercanías. El peligro que esta práctica representa se hizo evidente durante el accidente de la central nuclear de Fukushima provocado por el Tsunami que golpeó a Japón en marzo de año pasado, y que expuso al medio ambiente algunos de los desechos nucleares almacenados en el interior de los edificios que albergan a los reactores.

Una de las soluciones que se han propuesto para el manejo seguro de los desechos radiactivos –y que se han implementado en algunos pocos casos– es su confinamiento en depósitos situados a varios cientos de metros bajo tierra. Esto hace necesario poner signos de advertencia alrededor del sitio del confinamiento sobre su peligrosidad. Algunos, además, consideran que los signos tendrían que sobrevivir por todo el tiempo en que dura la radioactividad de los desechos, lo que significa en algunos casos cientos de miles de años.

¿Por qué medio podría grabarse información que sobreviva tanto como el tiempo de vida de los desechos radiactivos? En el congreso “Euroscience Open Forum”, celebrado esta semana en Dublín, Irlanda, Patrick Charton, investigador de la agencia francesa para el manejo de los desechos radiactivos, presentó una posible solución. Ésta consiste de dos discos de zafiro de 20 centímetros de diámetro. A uno de estos discos se le graba con platino la información deseada, la cual se protege uniendo herméticamente los dos discos. El creador del dispositivo piensa que podría guardar la información grabada –hasta 40,000 páginas– por 10 millones de años.

Esto, por supuesto, no resuelve completamente el problema, pues, como el mismo Charton se cuestiona, ¿en qué idioma tendría que hacerse la advertencia del peligro radiactivo para que la entiendan los habitantes del planeta tierra dentro de cien mil años? Los jeroglíficos egipcios, por ejemplo, fueron descifrados gracias a la Piedra Rosetta, que contiene un mismo texto grabado en tres escrituras distintas, incluyendo la jeroglífica. Estas escrituras corresponden a tres periodos de la historia de Egipto, el último cercano al inicio de nuestra Era. Si no tomamos las providencias necesarias, nuestros lejanos descendientes podrían tener que recurrir a una Piedra Rosetta para entender los mensajes.

El Departamento de Energía de los Estados Unidos tomó al toro por los cuernos y se dio a la tarea de desarrollar un sistema de signos de alerta para el confinamiento localizado cerca de Carlsbad, Nuevo México, dedicado al almacenamiento de desechos radiactivos resultantes de la fabricación de armas nucleares. Se pretende que dicho sistema tenga una vigencia de 10,000 años.

Es posible, no obstante, que nos estemos preocupando demasiado y que diez mil años en el futuro, con una tecnología infinitamente superior, nuestros descendientes no necesitaren de rudimentarias advertencias para protegerse del material radiactivo que hayamos sembrado aquí y allá.

En todo caso, posiblemente estemos siendo candil de la calle y oscuridad en la casa, más preocupados por un futuro lejano e impredecible, que por un presente lleno de desechos radiactivos mantenidos en condiciones vulnerables, y que no parece vayan a ser confinados de manera segura con la celeridad requerida.

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