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Con el tiempo, los sucesores de Gengis Kan extendieron los límites del Imperio Mongol aun más, al grado que en superficie es el segundo imperio más grande que jamás ha existido, superado solamente por el Imperio Británico.
Los expertos explican que la razón del éxito de los mongoles, y en particular de Gengis Kan, residió en las tácticas militares que emplearon y que resultaron superiores a las de sus enemigos –a los que pudieron superar incluso en condiciones de inferioridad numérica–. Los mongoles, no obstante, eran guerreros a caballo y para ganar batallas, además de tácticas militares, hubieron de disponer de suficiente alimento para sus monturas –además de alimento para ellos mismos, por supuesto.
En este respecto, Amy Hessl de la Universidad del Este de Virginia y Neil Pederson de la Universidad Columbia en los Estados Unidos sugieren que la expansión de los mongoles pudo haber sido producto de un periodo de abundantes lluvias que habría experimentado Mongolia en tiempos de Gengis Kan. El exceso de humedad habría hecho crecer más cantidad de hierba de lo usual y permitido sostener, tanto a los caballos empleados en las empresas guerreras, como al ganado que a su vez servía de alimento a los guerreros. Una fluctuación climática habría de este modo generado condiciones favorables para las campañas militares mongolas.
Hessl y Pederson arriban a esta conclusión después de estudiar restos de árboles recogidos en un campo de lava en las inmediaciones del volcán Khorgo en Mongolia, el cual está situado en la región de origen de Gengis Kan. Como nos lo explican los especialistas, los anillos concéntricos de crecimiento que se observan al cortar el tronco de un árbol nos cuentan la historia del clima durante el periodo de vida de dicho árbol.
En efecto, se sabe que estos anillos son debidos a que a lo largo del año la velocidad de crecimiento de los árboles varía de acuerdo a la estación, siendo más grande durante la primavera que durante el invierno. Así, la madera crecida durante esta última estación es más densa que aquella que crece en la primavera, lo que se hace visible en los anillos concéntricos. De acuerdo con esto, cada anillo corresponde a un año y para saber la edad a la que murió un árbol basta contar el número de anillos de su tronco. Además, la fecha de la muerte de un árbol puede ser determinada comparando su patrón de anillos con el correspondiente patrón de un árbol que haya crecido en la misma época y en las mismas condiciones climáticas, pero que aun esté vivo.
Por otro lado, las condiciones climáticas que experimentó un árbol en un determinado año determinan el espesor del anillo correspondiente. Es decir, si las condiciones son favorables al crecimiento, el espesor del anillo será mayor. Una variación en el espesor de los anillos a lo largo de un periodo nos indica entonces una correspondiente variación climática. Estudiando los árboles encontrados en Khorgo, Hessl y Pederson encuentran que, efectivamente, en las primeras décadas del Siglo XIII, cuando se dieron las conquistas de Gengis Kan, el clima en Mongolia fue más húmedo y favoreció el crecimiento de los árboles y en consecuencia de la hierba que necesitaron los mongoles para lanzar sus incursiones militares.
Si bien los mongoles asolaron todo a su paso, el establecimiento de un imperio a todo lo largo de Asia estimuló el intercambio comercial entre Europa y el Lejano Oriente y en este sentido se podría decir que no hay mal que por bien no venga y que las conquistas de los mongoles tuvieron al menos una consecuencia positiva.
Es posible, no obstante, que los habitantes de Samarcanada, Bujara y otras ciudades –que fueron exterminados o tomados como esclavos por las tropas de Gengis Kan– expresarían su desacuerdo con lo anterior, de tener la oportunidad de hacerlo. Quizá les resultara contradictorio que –siguiendo a Hessl y Pederson– el mejoramiento en las condiciones climáticas en Mongolia, que habría resultado en una mayor producción de alimentos y que aparentemente sólo podría tener consecuencias positivas para la raza humana –o, al menos, no negativas para aquellos que se encontraban a miles de kilómetros de distancia– les hubiera resultado en un desastre de tal magnitud.
Para las víctimas de Gengis Kan, quizá fuera más apropiado decir que en su caso, hubo un bien –aunque no para ellos– que por mal les vino.
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