El primer laboratorio científico de la historia

Un misterio centenario



Hace cien años el Imperio Británico disfrutaba de su máximo esplendor y se extendía por los cinco continentes, desde Canadá hasta Australia, pasando por Sudáfrica y la India, entre muchos otros territorios. Inglaterra había sido, además, la cuna de la Revolución Industrial y uno de los centros en donde se desarrolló la revolución científica en el Siglo XVII, con Isaac Newton como figura emblemática. Dos siglos después, en pleno auge del Imperio Británico, Charles Darwin provocó una nueva revolución intelectual con la publicación en 1859 de su obra El Origen de las Especies. Con estos y numerosos otros antecedentes de por medio, es quizá justificable, o al menos entendible, que los ingleses se hayan sentido hace cien años como el centro del mundo.

En este contexto, ocurrió hace un siglo en Inglaterra un curioso acontecimiento que se relata en lo que sigue. El 18 de octubre de 1912, el reconocido paleontólogo británico Arthur Smith Woodward, juntamente con Charles Dawson, también paleontólogo pero aficionado, dieron a conocer a la Sociedad Geológica de Londres el descubrimiento de restos fósiles de un supuesto lejano antecesor nuestro, mitad humano y mitad simio. Dichos fósiles, que fueron posteriormente conocidos como El Hombre de Piltdown, por haber sido excavados en una cantera del pueblo de Piltdown, en el sur de Inglaterra, consistían de algunos fragmentos de cráneo y una mandíbula con dos dientes.

Los fósiles de Plitdown poseían características peculiares. En efecto, mientras que el cráneo parecía tener un volumen similar al del hombre moderno, la mandíbula y los dientes eran más cercanos a los de un simio. Esto se ajustaba a las creencias –prejuicios– en boga, según las cuales durante la evolución humana el cerebro creció primeramente en tamaño, lo que a su vez habría llevado a una evolución de las otras características que nos distinguen de los simios –ahora se sabe que la evolución procedió justamente al contrario.

El anuncio de Woodward y Dawson fue aceptado por la comunidad científica británica sin demasiada reticencia, parcialmente porque estaba de acuerdo con los prejuicios de los expertos, pero también por otros factores.

En referencia a esto último, un artículo publicado en febrero del presente año en el periódico británico “The Guardian” hace notar que en la época en la que surgieron los fósiles de Piltdown, los franceses habían ya descubierto los fósiles Cro-Magnon, mientras que los alemanes habían hecho lo propio con los Neandertal y Heidelberg. Con el descubrimiento de Dawson, prosigue “The Guardian”, los ingleses tenían ahora su propio fósil, lo que, podríamos añadir, reivindicaba su posición como primer imperio del mundo. Además, como la tierra que vio nacer a Charles Darwin, Inglaterra debía haber jugado un papel relevante en la evolución de la especie humana.

El caso es que el Hombre de Piltdown resultó ser un fraude y los pedazos de cráneo en realidad pertenecían a un hombre moderno, mientras que la mandíbula y los dientes eran de un orangután. Para consumar el engaño, cráneo y mandíbula fueron teñidos de color café, el mismo color de la cantera en donde supuestamente fueron encontrados. El fraude fue cuidadosamente planeado y más cuidadosamente ejecutado; tanto, que se requirieron 40 años para ponerlo en claro y no hay duda que fue perpetrado por expertos. Es todavía un misterio, sin embargo, quien o quienes fueron los autores.

Un artículo publicado esta semana en la revista británica “Nature” por Chris Stringel del Museo de Historia Natural de Londres da algunas pistas al respecto y lista a cuatro sospechosos. Entre éstos se encuentra en primer lugar Dawson, quien tendría como motivo para realizar el fraude el deseo de ser reconocido científicamente. Stringer considera igualmente como sospechoso a Woodward y a Martín Hinton, quien fuera ayudante de Woodward. Hinton es sospechoso pues, ya muerto, entre sus pertenencias se encontraron huesos y dientes teñidos de manera similar a los huesos de Piltdown. Un cuarto sospechoso es Teilhard de Chardin, quién en su juventud ayudó a Dawson en sus excavaciones y aportó un tercer diente al Hombre de Piltdown.

Stringel está actualmente participando en un esfuerzo por aclarar el misterio del Piltdown y para este propósito están sometiendo los restos fósiles a una serie de pruebas con instrumentos analíticos cuyas capacidades ampliamente superan las de los instrumentos existentes un siglo atrás.

Es interesante notar, sin embargo, que de acuerdo a expertos, aun con las técnicas analíticas disponibles hace cien años el fraude podría haber sido fácilmente detectado. En particular, podría haber quedado claro que los fósiles habían sido artificialmente teñidos. Si no se les practicaron las pruebas necesarias fue por razones de prejuicio científico o bien de nacionalismo extremo.

En todo caso, aun a destiempo, esperemos que el misterio de Piltdown se aclare en los próximos meses.

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