El primer laboratorio científico de la historia

Bombas celestiales



En la primavera del año 1927, el mineralogista Leonid Kulik logró llegar, después de muchos esfuerzos, al lugar en donde estimaba había caído 19 años antes un asteroide de gran tamaño. Esto, en un área cerca al rio Tunguska, en el corazón de Siberia. Kulik sabía por rumores de pobladores de la región alrededor de Tunguska, que en 1908 había sido avistada en el cielo una bola de fuego que explotó con gran estruendo, generando una onda expansiva que se sintió a decenas de kilómetros de distancia. Los rumores no habían sido confirmados, pero Kulik consideraba que correspondían a hechos reales; de manera específica, al ingreso de un cuerpo celeste a la atmósfera de nuestro planeta.

Con el objeto de despejar dudas, Kulik logró que la Academia Rusa de Ciencias financiara una expedición encabezada por él mismo a la región de impacto del hipotético asteroide. Una vez allí, pudo comprobar que existían amplias evidencias que apoyaban sus supuestos. En efecto, se encontró con una amplia zona en donde los árboles habían sido derribados por una poderosa explosión. De manera peculiar, además, dichos árboles yacían dispuestos radialmente hacia un centro común, que Kulik dedujo constituía el epicentro de dicha explosión.

Es de notar también que en dicho epicentro, si bien los árboles estaban quemados y sin ramas, se mantenían de pie, dando la impresión de un campo de postes telegráficos. Esto último era una indicación de lo violento de la explosión, que arrancó las ramas de los árboles sin derribar los troncos. A pesar de todas las evidencias que le daban la razón, sin embargo, Kulik no encontró el cráter que él esperaba como producto del impacto del meteorito con el suelo.

Si bien se han dado varias hipótesis para explicar la devastación de Tunguska –algunas exóticas, como aquella que la atribuye a una explosión de antimateria–, la más aceptada en la actualidad es la que originalmente defendió Kulik; es decir, que fue producto del impacto de un asteroide.

De acuerdo con el sitio de internet de la NASA, se estima que el asteroide de Tunguska tuvo un tamaño de unos 40 metros, un peso de 100,000 toneladas y habría ingresado a la atmósfera a una velocidad aproximada de 50,000 kilómetros por hora. A esta velocidad, el asteroide habría elevado la temperatura del aire a su alrededor hasta unos 25,000 grados centígrados. La combinación de temperatura y presión del aire por la enorme velocidad con que ingresó a la atmósfera, habría provocado la explosión del asteroide a una altura de unos 8,500 metros sobre Tunguska.

Con estos números, no nos sorprende lo que hoy sabemos: que 80 millones de árboles fueron derribados en Tunguska y que la devastación se extendió a lo largo de 2000 kilómetros cuadrados. No es sorprendente tampoco que los efectos de la explosión se hayan sentido en sitios tan alejados como Londres, en donde por varios días las noches estuvieron iluminadas por la luz del Sol dispersada por los restos del asteroide suspendidos en la atmósfera. Por otro lado y de manera afortunada, dado que el fenómeno ocurrió en un área con muy poca población, no se sabe de víctimas fatales.

Aunque el evento de Tunguska sucedió hace más de un siglo, se ha convertido nuevamente noticia por causa del asteroide que sorpresivamente apareció el viernes pasado en la región de los Montes Urales, cerca de la ciudad de Chelyabinsk, explotando en el aire, destrozando vidrios de ventanas e hiriendo a más de mil personas a causa de la onda de choque que siguió a la explosión.

Según la NASA, el asteroide de Chelyabinsk tenía un tamaño entre 15 y 17 metros, con un correspondiente peso entre 7,000 y 10,000 toneladas. Ingresó a la atmósfera a una velocidad de unos 65,000 por hora y por efecto, tanto del calentamiento por el rozamiento con la atmósfera, como por la presión a la que fue sometido a causa de su velocidad, explotó a una altura de 20 kilómetros, liberando una energía de 300 kilotones. Esta energía es equivalente a 18 bombas atómicas como la arrojada sobre la ciudad de Hiroshima al término de la Segunda Guerra Mundial.

El asteroide del pasado viernes fue sensiblemente menor al que explotó sobre Tunguska en 1908. Este último, no obstante, lo hizo sobre un área virtualmente despoblada y no produjo víctimas fatales, en contraste con el primero que se desintegró cerca de una ciudad con una población de más de un millón de habitantes.

Ciertamente, la probabilidad de que un asteroide del tamaño del de Tunguska impacte directamente a un centro mayor de población es pequeña. El evento de Chelyabinsk, no obstante, nos recuerda que estamos permanente sujetos a un bombardeo desde el cielo. En este respecto, la NASA tiene establecido un programa para vigilar asteroides cerca de nuestro planeta y determinar el peligro potencial que representan, aunque de momento no podamos hacer nada para evitarlo.

Como quiera que sea, el asteroide de Chelyabinsk nunca fue avistado y nos tomó a todos por sorpresa, cuando ese mismo día estábamos a la espera de otro asteroide, el cual paso muy cerca de la Tierra –en términos astronómicos– sin mayor peligro, como se había anticipado.

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