El primer laboratorio científico de la historia

Escudriñando el pasado



Escudriñar el pasado remoto es ciertamente fascinante. Atrae, por ejemplo, saber que el faraón Ramsés III, que reinó en Egipto hace más de 3000 años, muy probablemente murió asesinado como resultado de una conjura de personas cercanas a él; o bien, enterarnos que nuestros antecesores convivieron en Europa hace decenas de miles de años con los neandertales y que incluso pudieron haberse cruzado.

Los especialistas investigan el pasado desde múltiples enfoques, aprovechando circunstancias y empleando las más diversas técnicas. Así, tenemos que por medio de la Piedra Rosetta, descubierta en 1799 durante la expedición de Napoleón a Egipto, Jean François Champollion pudo descifrar los jeroglíficos egipcios, lo que permitió profundizar en la historia del Antiguo Egipto. De la misma manera, empleando técnicas genéticas modernas, fue posible determinar que el individuo cuya momia fue encontrada junto a la de Ramsés III, estaba emparentado con él y que, por otras evidencias, posiblemente tomó parte de la conjura para asesinarlo.

Conforme se desarrollan técnicas analíticas de todo tipo y cada vez más sofisticadas, se multiplican y se hacen más poderosos los medios que tenemos para acceder al pasado remoto. En este sentido, podemos traer a colación el episodio relativo a la extinción masiva de especies –incluyendo a los dinosaurios– que se dio hace aproximadamente 65 millones de años.

En un artículo publicado en 1980 en la revista “Science”, que llevó como primer autor a Luis Álvarez, premio Nobel de Física en 1968, se aventuró una hipótesis en torno al origen de esta extinción de especies. De acuerdo con Álvarez y colaboradores, la misma fue producto de la caída a nuestro planeta de un meteorito de unos 10 kilómetros de diámetro. El impacto de un objeto de este tamaño con la Tierra habría levantado una nube de polvo que se dispersó por toda la atmósfera, permaneciendo suspendida por años. La nube de polvo habría bloqueado la luz solar, dificultando la fotosíntesis. En estas condiciones, según la hipótesis, se interrumpió la cadena de alimentación, lo que a su vez provocó la extinción masiva de especies, en particular de los dinosaurios.

La hipótesis anterior se apoya en el descubrimiento de concentraciones elevadas de iridio en un estrato geológico que se extiende por todo el mundo cuya antigüedad corresponde a la de la extinción masiva de especies. Dicho descubrimiento fue llevado a cabo por Walter Álvarez –hijo de Luis Álvarez– en estratos geológicos expuestos de las montañas del norte de Italia, así como de otros lugares del mundo. El iridio es muy escaso en la superficie terrestre y una concentración tan elevada como la que encontraron los Álvarez sugiere un origen extraterrestre. De manera específica, como sugiere el artículo de referencia, fue resultado del impacto de un meteorito que habría dispersado iridio por toda la superficie de la Tierra.

Algo que dio sustento adicional a la hipótesis de meteorito fue el descubrimiento –posterior a la muerte de Luis Álvarez– del cráter de Chicxulub, cuyo centro se localiza en el mar, muy cerca de la costa noroeste de Yucatán. Dicho cráter, que tiene un diámetro de 180 kilómetros, se formó hace 65 millones de años y, según la opinión de un gran número de expertos, es el origen de la extinción masiva de especies que marcó el fin de los dinosaurios.

No todos los especialistas, sin embargo, están de acuerdo con esta opinión y algunos han alegado que la caída del meteorito de Yucatán y la extinción de especies fueron eventos separados por cientos de miles de años y en consecuencia uno no pudo haber sido resultado del otro.

Contrario a esta opinión, un artículo aparecido esta semana en la revista “Science”, publicado por investigadores de universidades en los Estados Unidos, Holanda y el Reino Unido, ofrece nuevos datos que indican que ambos acontecimientos, meteorito y extinción de especies, se dieron de manera simultánea.

Esta conclusión se basa en un estudio –empleando técnicas analíticas de gran precisión–, tanto de los materiales despedidos por el impacto de Chicxulub, como de los sedimentos ricos en iridio asociados a la extinción de especies. Los investigadores encontraron que ambos acontecimientos ocurrieron hace un poco más de 66 millones de años, separados apenas por 32,000 años. Este último periodo de tiempo está dentro del margen de error de las mediciones, y concluyen que muy probablemente el meteorito de Chicxulub sí fue causa de la extinción de especies, si bien no la única.

Así, las técnicas de investigación modernas nos proporcionan una visión de los que podría haber acontecido hace 66 millones de años. Por supuesto, dado el tiempo transcurrido, no esperaríamos una certeza absoluta. La incertidumbre sobre sucesos en tiempos muy remotos, no obstante, con seguridad se reducirá en la medida que avancen nuestras técnicas analíticas de investigación.

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