Hogar, dulce hogar

Tombuctú y sus bibliotecas



Al despuntar el Siglo XIX, la ciudad de Tombuctú –situada en el país africano de Malí, en la frontera sur del desierto del Sahara– era para los europeos un lugar exótico, misterioso y de fábula, a la vez que uno de los lugares más lejanos e inaccesibles del mundo. Tal era la fascinación de los europeos por Tombuctú, que la Sociedad Geográfica en París ofreció un premio 10,000 francos a aquel europeo que llegara hasta esa ciudad y regresara sano y salvo para contarlo.

Este honor correspondió al francés René Caillié, quién realizó la hazaña en 1828 disfrazado de musulmán y reclamó con éxito el premio. Para decepción de los europeos, sin embargo, Tombuctú resultó ser según Caillié “una masa de casas de apariencia lastimosa, hechas de tierra”, muy lejos del lugar esplendoroso que se esperaba. A juzgar por las imágenes y documentales en video que uno puede encontrar en internet, si bien Tombuctú es ciertamente un lugar exótico, su apariencia –con construcciones de barro y calles polvosas sin pavimentar– difícilmente contradice las apreciaciones de Caillié.

Para evaluar la importancia que en algún momento tuvo Tombuctú, no obstante, no hay que dejarse llevar por su imagen hoy en día. En efecto, además de tener una antigüedad de casi un milenio, Tombuctú tuvo épocas de gran esplendor, ocupando un lugar privilegiado en la ruta de las caravanas que atravesaban el desierto del Sahara transportando sal, marfil, oro y esclavos. En correspondencia con su esplendor comercial, Tombuctú se constituyó en un centro académico de gran importancia, con una universidad que llegó a tener 25,000 estudiantes.

Como legado de su pasado académico, existen actualmente en Tombuctú numerosas bibliotecas particulares, mantenidas de generación en generación, y que se dice en total podrían representar cientos de miles de manuscritos de gran antigüedad. Para preservar esta herencia cultural, que habla del pasado intelectual de África, el gobierno de Malí estableció en 1973 el Instituto Ahmed Baba de Altos Estudios e Investigaciones Islámicas”, el cual incluye un centro de documentación que actualmente reúne 30,000 manuscritos antiguos.

Esos manuscritos, en algunos casos con más de siete siglos de antigüedad, fueron recolectados de bibliotecas privadas de Tombuctú, al igual que de otros lugares del África Occidental. Los textos tratan de arte, medicina, ciencia y caligrafía, entre otros temas, incluyendo copias antiguas del Corán.

Dada la gran importancia de la biblioteca del Instituto Ahmed Baba, causaron una gran preocupación entre los expertos las noticias aparecidas en la prensa al inicio de la presente semana en el sentido de que dicha biblioteca había sido quemada por los islamistas radicales que tenían tomada Tombuctú desde abril del año pasado. Como se sabe, en 2012 el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad se rebeló contra el gobernó de Malí y declaró de manera unilateral la independencia del Azawad, región dentro del cual se localiza Tombuctú. Esta ciudad estuvo en poder de los rebeldes hasta el pasado lunes cuando fue liberada por tropas francesas y malíes.

Afortunadamente, tal parece que las noticias sobre la destrucción de manuscritos en Tombuctú, atribuidas al alcalde de esta ciudad, son exageradas y si bien algunos manuscritos habrían sido efectivamente destruidos, la mayor parte de los mismos se encontraría a salvo. Dadas las acciones de intolerancia religiosa de los ocupantes islamistas de Tombuctú, que destruyeron monumentos en la ciudad, el grado de destrucción de los manuscritos queda, no obstante, en la incertidumbre. Por la importancia cultural de la biblioteca de Tombuctú, hay que cruzar los dedos porque la destrucción haya sido mínima.

El episodio, por otro lado, pone en perspectiva dos hechos notables. Primeramente, por supuesto, hay que mencionar la rica tradición intelectual de la ciudad de Tombuctú, que cambia radicalmente nuestra visión sobre el pasado cultural de África. Por otro lado, no deja de llamar la atención que colecciones particulares de libros pudieran haber sido mantenidos, generación tras generación, por cientos de años y guerras de por medio. Lo anterior, además, en una ciudad que, si bien tuvo épocas de esplendor, no las ha tenido todas consigo en los últimos años, por no decir siglos.

Esto último es evidente, al menos desde los tiempos de René Caillié.

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