El primer laboratorio científico de la historia

La automedicación en el mundo



La automedicación, entendida ésta en un sentido amplio, es ciertamente una práctica muy extendida. Así, ante la presencia de una molestia física menor –de naturaleza estomacal, de las vías respiratorias, o producto de una caída, por mencionar sólo algunas– muchos de nosotros acudiremos sin dudar a la farmacia más cercana para adquirir las medicinas que consideramos nos proporcionarán alivio. Habrá quien, por supuesto, se incline por productos de la medicina tradicional y prefiera productos naturales, también auto-medicados. O bien, quizá decida hacer uso de recetas preparadas con ingredientes que no son necesariamente medicinales, pero cuya combinación, a su criterio, le proporcionarán el alivio buscado.

En algunos casos extremos, la auto-medicación se practica incluso es situaciones más serias, que afortunadamente son las menos. Esto incluye el uso de antibióticos sin prescripción médica, práctica que hasta hace unos pocos años era posible en nuestro país.

El que exista una práctica de auto-medicación no es de ninguna manera sorprendente. De hecho, la compartimos con otras especies. Se sabe, por ejemplo, que los chimpancés del África ecuatorial, cuando sufren molestias estomacales por la presencia de parásitos intestinales, consumen hojas de una planta que se sabe es tóxica para dichos parásitos. Estos animales ingieren también hojas enteras las cuales atraviesan sin digerirse por todo el tracto gastrointestinal. La función de estas hojas es arrastrar y expulsar a los parásitos alojados en el intestino.

Es posible incluso que hayamos aprendido de los animales a usar ciertos productos naturales para estimularnos y para curar enfermedades. En este sentido, de acuerdo con Michael Huffman de la Universidad de Kyoto, las raíces de una planta que se emplean en la India como una cura para los parásitos intestinales, son también consumidas por jabalíes salvajes en ese país. Igualmente, se especula que el uso que le dan nativos de Gabón a una planta estimulante del sistema nervioso fue aprendido después de observar los efectos que dicha planta produce en gorilas y puerco espines.

Según la leyenda, el café fue descubierto después de que Kaldi, un pastor de cabras en Etiopía en el siglo IX, observó que sus animales se excitaban y adquirían una gran energía después de comer los frutos rojos de un arbusto. Intrigado, Kaldi probó dichos frutos y se sintió igualmente excitado. Para compartir su hallazgo, se llenó las bolsas de frutos rojos y los llevó a un monasterio cercano. Ahí, los monjes los cocieron, resultando en un líquido amargo y desagradable que desecharon arrojándolo al fuego. Con tan buena suerte, sin embargo, que al tostarse las semillas despidieron el aroma característico del café, que fue así descubierto.

Si bien la historia de Kaldi y el café es probablemente sólo una leyenda, es representativa de las muchas historias –esas sí reales– acerca de lo que nos han enseñado los animales con respecto a las propiedades curativas y estimulantes de las plantas, tema acerca del cual parecen tener un amplio conocimiento.

En efecto, como se discute en un artículo aparecido esta semana en la revista “Science”, publicado por un grupo de investigadores encabezado por Jacobus C. de Roode de la Universidad Emory en los Estados Unidos, la práctica de la automedicación es común entre los animales. Y no solamente con fines terapéuticos, para curar enfermedades, sino profilácticos, para evitarlas en caso de que exista un peligro de infección.

La automedicación se observa, además, no sólo entre los animales superiores con un cerebro suficientemente complejo para aprender por imitación, sino también entre los insectos, lo que, por supuesto, constituye una característica innata. Entre los insectos la práctica de auto-medicación se puede dar de varios modos. Puede ser individual y constituir una medida de autoprotección. En otros casos puede tener un propósito transgeneracional y estar dirigida a proteger a la descendencia. Este es el caso de las moscas de la fruta que depositan sus huevos sobre comida con un gran contenido de alcohol con el objeto de prevenir su infección por avispas parasitoides.

De acuerdo con de Roode y colaboradores, el estudio de las formas de automedicación de los animales, resultado de millones de años de evolución, puede ayudar a descubrir sustancias para curar nuestras infecciones, sustancias que tendrán un origen natural. Jacobus de Roode y colaboradores ponen además en perspectiva la importancia de la automedicación entre los animales para la producción de alimentos. En relación a esto, señalan que es importante que no se interfiera con los mecanismos de automedicación con el fin de evitar desequilibrios en las poblaciones de parásitos que pudieran tener efectos negativos en la agricultura.

La automedicación pareciera ser entonces una práctica más común de lo que se pudiera haber pensado, y la practica no solamente la especie humana sino un gran número de animales. Incluso algunos con una posición baja en la escala evolutiva y con cerebros primitivos, incapaces de tomar decisiones de manera consciente.

Esto no nos libera, no obstante, de la responsabilidad de cuidar nuestras propias prácticas de automedicación –éstas sí llevadas a cabo de manera bien consciente–, a fin de evitar la proliferación de gérmenes resistentes a los tratamientos médicos a nuestro alcance. En particular, de microbios resistentes a los antibióticos, cuyo desarrollo ha sido fomentado por el abuso de estas sustancias, según afirman los expertos.

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